Aznavour: La escritura es mi amante.
Al cumplirse cuatro años de su fallecimiento, el recuerdo de
una entrevista exclusiva realizada en su mansión suiza. En el cénit de su
éxito, el cantautor francés dejó algunas afirmaciones imborrables: "una
canción nunca está terminada''; "de chico la muerte me horrorizaba, ahora
sólo me inquieta''; "no quiero que la escuela francesa convierta a mis
hijos en comunistas.''
Por NICOLÁS KASANZEW.
Corría 1979. Enviado por Canal 13 llego a la mansión suiza de Charles Aznavour, en el cantón de Vaud, y en la entrada me recibe una sueca despampanante. Es Ulla Thorsell, su tercera esposa, veinte años menor que el cantante, y con la cual este viviría por espacio de 52 años, hasta su muerte el 1 de octubre de 2018. Mientras el camarógrafo Castillo prepara la cámara, el menor de los tres hjos que Ulla tuvo con Aznavour -todos con nombres rusos-, un rubiecito de narices mojadas, se enreda en sus piernas.
Estoy por conocer a alguien nacido en la pobreza de una familia de exiliados que, luchando contra viento y marea, logró convertirse en el artista de todos los superlativos. Un intérprete que a partir de nada conquistó todo. El mayor ícono de la canción francesa, el Frank Sinatra galo, el que vendía millones de discos y con su voz desgarrada hacía vibrar a las más grandes catedrales mundiales del music hall. Mientras espero, rimbomban en mi cabeza fragmentos de `Venecia sin tí', `La Boheme', `La Mamma'.
Los estantes de la biblioteca están atiborrados de centenares de libros. Atisbo algunos títulos de Shakespeare, Ray Bradbury, Proust. En ese momento aparece el pequeño genio (1,64 de estatura) y saluda sin denotar ninguna actitud de estrella. ``Hay que conocer a los maestros'', dice con su voz punzante, señalando los libros.
Impresionado por la estatura artística del entrevistado, yo me había vestido de traje y corbata. Al ver a Aznavour en remera, maldije internamente mi pomposidad, pero la sencillez del cantante me hizo olvidar ese detalle incómodo. Castillo ya estaba filmando. Prendí también mi grabador.
-Sí. ¿Para poder escribir uno mismo, no es cierto? Cómo nació esa pasión de escribir canciones?
-Antes de la pasión de la escritura estaba el amor por el lenguaje. De todos los idiomas posibles, el francés es el que expresa la menor de las sutilidades, hasta el hueso. Yo estoy enamorado del francés, de sus sonoridades evocativas. Tuve la suerte de conocer a Jean Cocteau. El escribía todos los días, no forzosamente para un libro, una obra teatral o un guion. Escribía simplemente, como un músico practica su instrumento. Yo copié eso de él. La escritura es un músculo que hay que ejercitar.
PLABBRAS CRUZADAS
-¿Y cuál es la fórmula de una canción de éxito?
-Para mí, una canción nunca está terminada. Siempre hay una coma mal puesta. Una palabra que hay que afinar, a calzar en el ritmo para que no raspe la oreja, para conseguir musicalidad plena. Hace años tengo en mi gaveta canciones que todavía no estuvieron en el escenario. La clave de una buena canción es el arranque, las dos o tres primeras frases que aferran la atención. Es como pensar en la primera imagen de un filme. Después, hay que hablar con la verdad, usar palabras crudas, agresivas. Yo no tengo ningún tabú. No soy ni un iletrado, ni un erudito. Estoy entre las dos categorías. Aprendí a mezclar el lenguaje popular con el poético; el primero acerca a la gente, el segundo la retiene.
-¿Un ejemplo?
-"Hay que saber levantarse de la mesa, cuando el amor ha desaparecido''.
-Usted ha escrito centenares de canciones. ¿Porqué lo atrae tanto escribir?
-Es un juego cerebral, como las palabras cruzadas. Arranco desde una palabra y hago un periplo. Yo colecciono diccionarios, recientes y antiguos. Hurgo buscando palabras inusitadas, insólitas, inhallables. `Deconfortarse', por ejemplo. Ellas enriquecen mis canciones. Y cuando no encuentro rimas, las invento. Inventé, por ejemplo, `vestimentación'. Se dice apropiadamente `alimentación'. ¿Por qué entonces no decir `vestimentación'?
EL LUGAR DEL AMOR
-Ama a Francia, pero se mudó a Suiza. ¿Por qué lo hizo?
-Porque tengo hijos chicos y no quiero que la escuela me los haga comunistas.
-¿Eso les pasaría en Francia?
-Sí, absolutamente. Así están manejando la educación allí.
-¿A qué se parecen sus días aquí?
-Tienen el color del trabajo. Mi felicidad es trabajar. A veces me siento en mi escritorio a las 6 de la mañana para escribir. Y a veces en medio de la noche. Mi esposa dice que la escritura es mi amante. A lo cual yo respondo que esa amante tiene el mérito de no costarme nada. Al contrario, me enriquece. Soy el esclavo de una pasión.
-Tolstoi decía que todas las familias felices lo son de la misma manera; pero cada una de las infelices lo es de forma distinta. ¿La tristeza lo inspira más que la felicidad?
-Yo no siento que escriba canciones tristes sino dramáticas. En cuanto a la felicidad ajena, es cierto, no le interesa a nadie. La gente feliz no tiene historia. La infelicidad es más llamativa, se vende mejor.
-¿Cual es el lugar del amor en su vida?
-No me he enamorado con frecuencia y no corro detrás de las chicas. El amor no es lo más importante para mí. Soy fiel a mi mujer, pero también a mi trabajo. La emoción es buena para escribir, pero peligrosa para sentir.
-Sin embargo, a juzgar por las letras de sus canciones, usted parecería un experto en mal de amores.
-No le voy a mentir, tuve algunas penas de amor en la vida, pero eso no ha durado mucho. Tenía demasiado trabajo como para detenerme a contar mis lágrimas.
-Si no es el amor, ¿cual es el hilo conductor de sus canciones?
-El tiempo que pasa, la conciencia de los días que se van, los veinte años que no volverán, las mañanas menos triunfantes. De chico, la muerte me horrorizaba, ahora sólo me inquieta.
TODO EN CONTRA
Aznavour, cuya imagen yo recordaba desde su visita a aquel otro personaje petiso, Nicolás Mancera, en el programa `Sabados circulares' de la TV argentina, se muestra de a ratos tierno, nervioso, risueño, filosófico o desbordado.
-¿Cómo definiría su voz?
-Es una voz rota, una caja de resonancia ideal para mis canciones. Al principio los críticos no solo me reprochaban la voz, también que no era bello, que era bajito, que escribía canciones que no eran populares; pero cuando lo fueron, empezaron a decir que eran comerciales. Yo tenía todo en contra. Los críticos pueden ser demoledores. La crítica constructiva puede ayudar a un artista, pero la gratuita es un crimen.
-¿Todo eso lo desanimó en algún momento?
-Oh, no, yo sabía que lo mío estaba bien. Ignoraba que haría esta carrera, pero tenía fe en mi trabajo. Me habían pronosticado que no tendría éxito, y lo tuve. Estoy orgulloso de eso, y soy indestructible. Convertí mis supuestos defectos en ventajas. Tuve la suerte de que el público creyera en mí desde el principio.
-Edith Piaf lo ayudó mucho, ¿no?
-Me brindó su protección. Viví con ella una gran amistad amorosa, una fraternidad cómplice. Sin nunca compartir su lecho. Tenía un corazón de oro, jamás encontré una persona tan generosa.
Aznavour no lo era menos, ayudando a otros artistas. El año anterior yo había entrevistado al cantante argentino Jairo en París, quien había llegado a dar recitales en el legendario Olimpia, no sin el amparo del gran chanteur. A lo largo de su vida, Aznavour escribio unas 1.200 canciones. Y además fue un actor que trabajó ante las cámaras de gigantes del cine como Truffaut, Chabrol, Schlöndorff y Cocteau. Aunque a partir de la década del '80 abandonó el séptimo arte.
-Usted dijo que se siente antes que nada un actor.
-Totalmente. Sobre el escenario, desde siempre, soy un actor que interpreta una canción. Soy un actor que canta y no un cantante que actúa. Fui educado en la comprensión del método Stanislavsky y lo sabía todo acerca de las obras teatrales de Chejov.
-¿Se considera un seductor?
-De ninguna manera. No digo que no haya seducido, pero nunca lo hice voluntaria o calculadamente. Porque, además, ¿quién es el que seduce? ¿el cantante? ¿el actor? ¿el autor? ¿el hombre?
-¿Y qué lo seduce a usted?
-La belleza.
-¿Qué querría dejar como legado?
-La posteridad no sirve para nada. Nada me sobrevivirá. Tres o cuatro canciones quizá, pero mi nombre será olvidado. Lo único que quisiera deja, son mis derechos de autor a mis hijos. Así podré dormir en paz.
-Esa preocupación económica por sus hijos, ¿tiene que ver con su propia infancia?
-Cuando no había nada para comer en casa, mi padre decía: `No importa. Dios proveerá'. Y nos ha provisto por centuplicado. Esa frase nos daba esperanza.
-Usted escribió que Dios es un interlocutor indispensable. Y le ha dedicado varias canciones: `Que Dios me guarde', `Gracias a Dios', `Dios', además de su personal versión del `Ave María'. ¿Por qué tanta presencia de Dios en su obra?
-Soy creyente. Pero un creyente que duda. Y me molesta dudar.
-Hay una oración que dice: "Creo, Señor, ayúdame en mi descreimiento''.
-Es que necesitamos de la existencia de Dios para que las cosas en el mundo se calmen.
CAUSA ARMENIA
Aznavour conoció a Ulla en 1966, y se casó con ella en Las Vegas en 1967, teniendo a Sammy Davis Jr. de testigo. Sin embargo, en 1968 también celebró una boda religiosa en la catedral armenia de París.
-Usted es un gran paladín de la causa armenia. Seguramente sabrá que en 1915 centenares de miles de sus compatriotas se salvaron de ser masacrados por los turcos, porque el Zar Nicolás II abrió las fronteras de Rusia y les dio refugio.
-Mi padre, Misha Aznavourian, un armenio que vivía en el Imperio Ruso, era cantor y en ese momento estaba en Turquía. ¡Se salvó porque tenía papeles rusos! La familia de mi madre fue totalmente masacrada. Después de la revolución bolchevique emigraron a Grecia y luego a Francia, donde nací yo.
-Nació en Francia, pero le sigue doliendo mucho Armenia.
-No hay que olvidar una de las razones del genocidio de 1915: fue una exterminación de rapiña. Buscaban apoderarse del dinero y los bienes de los armenios. De todas maneras, desde que no hay más armenios en Turquia, en ese país ya no pasa nada. Nómbreme un escritor de nivel mundial turco. Un cineasta, un músico, un actor, un cantante, un escultor o un pintor. No hay nada. Al matar a la cultura armenia, ellos mataron a la cultura turca.
En 2001, con las manos temblorosas empuñando el micrófono, apoyado por un coro femenino, Aznavour interpretó una vez más su magnífico `Ave María', con palabras propias, distintas a las que acompañan a la clásica versión de Schubert. Esta vez lo hizo en Erevan, capital de Armenia, frente al Papa Juan Pablo II. Eran dos voces potentes que se alzaban para honrar la memoria de los armenios muertos en el genocidio de 1915. Aznavour cantó con una fuerza sin igual, los dos hombres rezaron juntos y se estrecharon las manos con fervor.
En esa época estaba en el climax de su fama. Su nombre sacudía y acariciaba. De estribillo en estribillo, con canciones de hombre herido, se había convertido en un gran maestro, embajador único de la cancion francesa. El New York Times incluso titulaba en 1998: `Aznavour, el último cantor'. Y la CNN y Time lo declararon el cantante más importante del siglo XX.
-¿Cómo explica su éxito?
-No soy más inteligente que otros, ni más fuerte que otros, pero soy quizá más motivado que otros.
-¿De dónde procede su inspiración?
-Un artista no nace teniendo talento. Es un camaleón, el resultado de una cantidad de cosas vistas, comprendidas, incorporadas, de encuentros. Yo sé observar, imitar, reproducir. Y amo a los personajes que describo.
-¿Una canción puede tener influencia?
-Muy lentamente. Ella se filtra por todas partes, por las ventanas, las puertas, las hendijas en las nubes.
Cuando me iba yendo por la puerta de la mansión suiza, recordé lo que dijo Bob Dylan al conocer a Aznavour en 1963: ``Me voló el cerebro''. Durante más de medio siglo el cantante siguió teniendo ese efecto sobre la gente.
PUBLICADO EN DIARIO LA PRENSA, 11/10/2022.
https://www.laprensa.com.ar/521318-Aznavour-La-escritura-es-mi-amante.note.aspx
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