Y el viraje temerario que significó la supresión de Benedicto XVI y su reemplazo por el "providencial" Francisco, lo demuestra cabalmente.
Lo que nunca sabremos -claro está-, es si la substitución de un Papa tan absorto en bizantinas disquisiciones teológicas como en el recamado en oro de sus mitras, por otro que se codea con futbolistas y que sólo parece contar en su haber con un solideo y una sotana blancos, fue obra atribuible al Espíritu Santo, o a unos estrategas -humanos- extraordinariamente hábiles. Poco importa: en un momento de crisis y de humillante desprestigio como el que soportaba la Iglesia, el cambio resultó una jugada magistral.
Pero el sabrosísimo ingrediente de que el llamado a sanear la imagen de la institución haya sido un obispo argentino, ha servido -entre muchas otras cosas-, para que nuestro nacional-cholulismo creciera hasta las nubes.
Así como cuando Los Pumas enfrentan a los All Blacks todos nos volvemos expertos en rugby, y cuando Del Potro enarbola la raqueta todos somos peritos en tenis -o súbitamente monárquicos, porque Máxima Zorreguieta ascendió al trono de Holanda-, así también ahora todos somos rematadamente "papistas".
(En otro orden de cosas, mucho más trágico, debemos admitir que con la misma alegre inconsciencia y falta de sentido crítico, en su momento festejamos aquella desdichada aventura en la que nos embarcó la última dictadura militar, epopeya sangrienta cuyo destino estaba signado desde el vamos, y que se llamó la Guerra de Malvinas).
Los argentinos somos cholulos de alma -¿quién lo duda?-, pero la campaña publicitaria "pro Francisco", nos provee de tela para cortar hasta cansarnos.
El parte de prensa informando, por ejemplo, que nuestro compatriota, gracias a su irresistible carisma, es capaz de convocar en la Plaza de San Pedro a muchos más fieles que su insípido predecesor alemán -desgraciadamente no tengo las cifras a mano-, es de una frivolidad poco menos que blasfema.
Si partimos del presupuesto de que "los que cantan son los números" -como en el rating de Susana-, no sería impropio deducir que si bien Jesús, con cinco panes y dos peces alimentó a "cinco mil hombres" (Mateo, 14:21), un Mesías más eficiente podría haber alimentado a siete mil quinientos.
Las señales propicias que emiten los medios no decaen, y conectan los dones espirituales más excelsos con las decisiones administrativas más sabias y anheladas: si por un lado, alguien declara haber sido curado milagrosamente por el Papa -aun antes de su entronización-, por otro el máximo dirigente de la Iglesia Católica anuncia el propósito de enajenar bienes institucionales para, con el producido de su venta, poder auxiliar a los más pobres… La vieja letanía de los que protestaban contra el lujo y la vida regalada de los jerarcas eclesiásticos, y les reclamaban una austeridad evangélica, ha sido acallada para siempre, de un plumazo.
Y para coronar este inusitado despliegue de buenas nuevas, los diarios no han vacilado en difundir una impactante imagen del Papa Francisco practicando una suerte de exorcismo express. La figura del pontífice se perfila con claridad, pero en lugar de las manos impuestas sobre la cabeza de un chico presuntamente poseído por el demonio, lo que aparece es una mancha indecisa, no se sabe si deliberadamente creada para preservar la identidad del exorcizado, o producida por el chisporroteo del combate que estaba librando el bien contra el mal.
(Prudentemente, el Vaticano entendió que esta vez se había llegado demasiado lejos, y tuvo el buen criterio de desmentir el suceso).
Pero si esta campaña continúa implementándose con la misma tenacidad, cuando el Papa viaje a Brasil, no faltará el celular indiscreto que lo fotografíe caminando, muy campante, sobre las aguas del Atlántico…
Claro que si pensamos un poco en Dios -a quien menciono por primera vez en el transcurso de la nota-, qué tiene que ver todo este circo mediático con Dios, sólo Dios lo sabe.
FUENTE DE INFORMACIÓN: Diario "La Capital" de Rosario, provincia de Santa Fé.
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