“La Razón de mi vida”, Cap. XLVIII.
Confieso que el día que me vi ante la posibilidad del camino
"feminista" me dio un poco de miedo.
¿Qué podía hacer yo, humilde mujer del pueblo, allí donde
otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasado rotundamente?
¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres
resentidas con la mujer y con el hombre, como ha ocurrido con innumerables
líderes feministas?
Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra
parte para ocupar un puesto así, que por lo general, en el mundo, desde las
feministas inglesas hasta aquí, pertenece, casi con exclusivo derecho, a las
mujeres de ese tipo... mujeres cuya primera vocación debió ser indudablemente
la de hombres.
¡Y así orientaron los movimientos que ellas condujeron!
Parecían estar dominadas por el despecho de no haber nacido
hombres, más que por el orgullo de ser mujeres. Creían incluso que era una
desgracia ser mujeres. Resentidas con las mujeres porque no querían dejar de
serlo y resentidas con los hombres porque no las dejaban ser como ellos, las
"feministas", la inmensa mayoría de las "feministas" del
mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especie de mujer ... ¡que
no me pareció nunca del todo mujer!
Y yo no me sentía muy dispuesta a parecerme a ellas.
Un día el General me dio la explicación que yo necesitaba.
“¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren ser
hombres. Es como si para salvar a los obreros yo los hubiese querido hacer
oligarcas. Me hubiera quedado sin obreros. Y creo que no hubiese conseguido
mejorar en nada mejorar a la oligarquía. ¿No ves que esa clase de
"feministas" reniega de la mujer?
Algunas ni siquiera se pintan... porque eso, según ellas, es
propio de mujeres. ¿No ves que quieren ser hombres? Y si lo que necesita el
mundo es un movimiento político y social de mujeres... ¡qué poco va a ganar el
mundo si las mujeres quieren salvarlo imitándonos a los hombres! Nosotros ya
hemos hecho, solos, demasiadas cosas raras y hemos embrollado todo, de tal
manera, que no sé si se podrá arreglar de nuevo el mundo. Tal vez la mujer
pueda salvarnos a condición de que no nos imite."
Yo recuerdo bien aquella lección del general.
Nunca me pareció tan claro y tan luminoso su
pensamiento.
Eso era lo que yo sentía.
Sentía que el movimiento femenino en mi país y en todo el
mundo tenía que cumplir una misión sublime... y todo cuanto yo conocía del
feminismo me parecía ridículo. Es que, no conducido por mujeres sino por
"eso" que aspirando a ser hombre, dejaba de ser mujer, ¡y no era
nada!, el feminismo había pasado de lo sublime a lo ridículo.
¡Y ése es el paso que trato de no dar jamás!
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La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.