Todo vale cuando de cosechar votos se trata, aunque sólo sea en elecciones legislativas primarias. Puede que el papa Francisco hubiera preferido no participar de la campaña como el padrino espiritual involuntario de Cristina y Martín Insaurralde, además de autor de una nueva consigna kirchnerista, "Nunca se desanimen, no dejen que la esperanza se apague", pero la foto se tomó, las palabras fueron pronunciadas y es lógico que las hayan aprovechado los que quieren hacer pensar que el gobierno cuenta con el apoyo entusiasta del Vaticano.
Aunque antes de convertirse en sumo pontífice, el arzobispo Jorge Bergoglio fue calificado de "jefe de la oposición" por Néstor Kirchner, a partir de entonces mucho ha cambiado. Consciente de que continuar oponiéndosele sería contraproducente, Cristina optó por perdonarle sus pecados ideológicos y, la transversalidad mediante, incorporarlo a su equipo. También podrían hacerlo Daniel Scioli, Mauricio Macri y muchos otros políticos, lo que provocaría cierta confusión entre los votantes, pero, mal que les pese, los kirchneristas se las arreglaron para madrugar a todos, aunque, de quererlo, los opositores más belicosos podrían contraatacar empapelando las paredes de la Capital Federal y otras ciudades de afiches con las alusiones lapidarias de Francisco a la corrupción, que ve en la raíz del pesimismo de los que consideran la política una actividad sólo apta para delincuentes, y a la necesidad urgente de combatirla antes de que arruine todo.
De todas maneras, no cabe duda de que la consigna papal que eligieron los encargados de la propaganda K les vino de perlas. Desde hace tiempo están procurando convencernos de que son paladines del "amor" en su lucha maniquea contra "el odio" y que la indignación que tantos sienten por los resultados desafortunados de la gestión caótica de Cristina se debe al desánimo, de suerte que darle la espalda equivaldría a abandonar la esperanza. Es un mensaje emotivo muy rudimentario, además de hipócrita ya que los kirchneristas han hecho más que nadie para sembrar el odio, pero podría resultar eficaz al ayudarlos a arañar algunos votos.
Por haber degenerado la política en un juego de imágenes en que a relativamente pocos se les ocurriría perder el tiempo hablando de ideas, propuestas, programas de gobierno u otras cosas aburridas, es mejor concentrarse en procurar brindar la impresión de encarnar una actitud determinada, una que se supone positiva, frente a la vida, atribuyendo así las quejas que se oyen no a las deficiencias del gobierno sino a la voluntad de sus adversarios de que todo ande mal, haciendo de ellos los responsables de los errores oficiales.
Se trata de una maniobra astuta. De resultas de ella, los dos políticos mejor posicionados actualmente para suceder a Cristina, el gobernador bonaerense Scioli y el integrante tigrense Sergio Massa, parecen haber llegado a la conclusión de que les convendría hacer creer que comparten con los militantes K el deseo de que "el proyecto" de la señora se prolongue por cierto tiempo más, si bien, insinúan, les sería forzoso modificarlo un poco a fin de conservar lo supuestamente bueno y eliminar lo negativo. Con todo, aunque es comprensible que Scioli, Massa y otros "centristas" sean reacios a asustar al electorado, no pueden sino ser conscientes de que al próximo gobierno le aguarda una tarea hercúlea porque no habrá forma de mantener el gasto público a su nivel actual, mientras que seducir a los inversores, tanto locales como foráneos, frenar la inflación antes de que adquiera una velocidad tan inmanejable como en los años setenta y ochenta del siglo pasado e impedir que los narcotraficantes se apoderen de extensas zonas del país, no le será nada fácil.
Por desgracia, Francisco no ayudará a los eventuales herederos del "modelo" kirchnerista a solucionar o, cuando menos, atenuar los problemas gigantescos que pronto les serán legados. Lo mismo que sus antecesores italianos, polaco y alemán, el papa argentino puede limitarse a reivindicar principios sin sentirse constreñido a hablar de medidas concretas. Le es dado ser aún más "ambiguo" que Massa, digamos, sin correr el riesgo de verse criticado por rivales. Aunque muchos políticos quisieran contar con un programa de gobierno formalmente avalado por la Iglesia Católica, ésta no podrá sino mantener su distancia de los asuntos terrenales; los eclesiásticos saben que les ha resultado muy difícil administrar el minúsculo Estado vaticano y que sería de prever que fracasaría por completo cualquier intento de gobernar un país de verdad, sobre todo uno tan complicado como la Argentina.
Acaso sería mejor un mundo en el que todos se preocuparan más por sus almas que por el "dios dinero" y el consumismo, pero no cabe duda alguna de que sería uno terriblemente inhospitalario para los centenares de millones que, de prosperar la prédica de Francisco, se verían depauperados al cerrar las fábricas que producen bienes superfluos. En el fondo, la postura del papa no es populista, como aseveran algunos clérigos conservadores alarmados por sus esfuerzos por revitalizar la vieja institución que encabeza, sino aristocrática y elitista, propia de un miembro de una minoría culta cuyos valores son distintos de los de la mayoría que sí sueña con disfrutar de un nivel de vida material menos austero. Al papa le molesta el lujo vulgar, pero escasean los pobres que no quisieran tener la oportunidad para aprender por su experiencia personal que en realidad carece de importancia.
Durante siglos, los clérigos trataron de influir en política privilegiando a los poderosos, poniendo así en práctica la teoría que indujo a Platón a probar suerte en Siracusa. Últimamente, los más activos han respaldado a los pobres y marginados oponiéndose a los ricos, liberales, materialistas y otros que dicen son responsables, por su egoísmo, de las penurias de los rezagados. Aunque sus esfuerzos no han servido para cambiar mucho, por lo menos les han permitido amonestar a sus adversarios ya tradicionales, acusándolos de codicia, indiferencia, falta de solidaridad y, desde luego, corrupción, asumiendo así una postura de superioridad moral que, esperan, los ayudará a seguir desempeñando un papel significante en sociedades que están haciéndose cada vez más irreligiosas.
Imágenes internet.
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