Casi medio siglo de almuerzos, 20 Martín Fierro (tres de oro, dos de platino), y 58 protagonismos entre cine, teatro, radio y tevé, la revalorizan cada día. Y está cerca de cumplir 90 años.
Un sábado más, un domingo más. La mesa está servida. Como
desde hace casi medio siglo: el rito empezó el 3 de junio de 1968. Su dueña, la
dama Rosa María Juana Martínez, Mirtha Legrand por siempre y para siempre, no
ha descuidado detalle.
Orden perfecto. Armonía. Cada invitado en su sitio. Hace
unos días, el 23 de octubre, como cada aniversario, ha puesto un aviso fúnebre
en La Nación in memoriam de Daniel Tinayre, su marido desde 1946, muerto a los
84 años. Todo lo demás permanece inalterable. Y ella, eterna a sus confesados
89 años.
Pero, cómo empezó aquella historia de amor? Intentemos una
reconstrucción…
Verano del 88 en el todavía salvaje José Ignacio de Punta
del Este. Él deja temprano y en silencio la inmensa cama de mimbre: hace 42
años que respeta casi con devoción el sueño de ella. Recorre la casa blanca
"muy Hollywood" (la definición es de ella), sale a la terraza–balcón,
y mira largamente el mar. Una hora después ella entra en escena (camisón y
deshabillé), desayuna, se hunde en la pileta y nada como en cámara lenta.
El sol, alto ya, y laborioso, quema la piel de ese hombre de
72 años y le repite el color que tenía el 24 de diciembre de 1945 (apenas se
habían apagado los fragores del 17 de octubre, Perón, la Plaza…) cuando entró
al set y la vio.
O se vieron, porque ella —18 años, con mucho de provinciana
de la llanura (cuna en Villa Cañás, Santa Fe), filmando "Cinco Besos"
al mando de Luis Saslavsky— le clavó los ojos y preguntó:
—¿Quién es?
—Daniel Tinayre, un director de cine francés.
Él sabía que ella era Mirtha Legrand. No preguntó nada. Pero
le dijo a su amigo Saslavsky: "¡Qué mona es esa mujer!"
Los presentaron. "Una foto juntos, por favor",
pidió un fotógrafo que por allí rondaba. Después, cada cual a su puesto.
A las 10 de la noche, Mirtha llegó a su casa. Había doce
rosas rojas y una tarjeta: "Hoy es un día inolvidable porque la he
conocido". Ella corrió al teléfono:
—Gracias, Daniel.
—Lo que yo quiero es volver a verla.
La moviola hizo galopar los fotogramas siguientes. Dos meses
después ella filmaba en Mar del Plata y él veraneaba en Punta del Este. Pero al
tercer día de playa, inquieto, levantó campamento, viajó e irrumpió en la
filmación:
—Yo estoy enamorado de usted.
Legrand abrió los ojos como, por ejemplo, en el film La
vendedora de fantasías.
El 23 de ese mismo febrero, compromiso. El 18 de mayo, civil
e Iglesia por la mañana.
Anécdota del civil: él llegó tarde, trató de estacionar como
en las películas y chocó, según recuerdan viejos vecinos de la calle Agüero.
Anécdota del la Iglesia (San Martín de Tours): ella vistió
de negro.
La luna de miel tuvo pocas fases: cuatro días en Punta del
Este, y a filmar.
Recién en el verano del 47 se tendieron en la playa con el
Pan de Azúcar como telón, y ya con Daniel en marcha: nació el 20 de agosto, y
cuatro años tenía cuando llegó —31 de octubre— Marcela.
Un álbum de fotos dice que en 1950 (guerra en Corea)
viajaron a los Estados Unidos por Panagra y con sombreros.
Que en el 59 y de gala bailaron en el festival de cine de
Venecia.
Que la casa de Mariscal Castilla, Barrio Parque, pegada a
las vías, tenía una escalera como las que Mirtha subió y bajó en decenas de
películas.
De teléfono blanco y de las otras.
¿Convivencia fácil, tormentas, tramos caminados por la
cuerda floja? Seguramente. Una estrella de las pampas y un francés ácido y de
carácter fuerte (lo admitió siempre) no son ingredientes para un cocktail en el
Ejército de Salvación…
Sin embargo, cuatro décadas y dos años juntos no eran un
diploma muy fácil de exhibir en las paredes de la enloquecida farándula
criolla, francesa, norteamericana y/o japonesa. Tal vez Mirtha y Daniel tenían
un secreto guardado bajo siete llaves.
Tal vez haya que buscarlo en estos monólogos que les
pertenecen…
"Me gusta ser famosa. Es casi un vicio. Creo que no soy
una gran actriz. Soy correcta, simplemente. Pero tengo bastante sentido de la
estética y estoy casada con un hombre de muy buen gusto que nunca me impuso
nada pero me ayudó a depurar mi estilo".
"¿Divorcio? Tal vez sea inevitable, pero hay que salvar
la familia a cualquier precio. No se puede vivir sin un hombre al lado. Un
hombre que nos proteja, que nos ayude, que nos diga qué cosa no está
bien".
"Trato de no ver a Daniel afeitándose o lavándose los
dientes, y trato de que él no me vea con ruleros o crema en la cara. Nunca me
separaría de Daniel: le tengo un gran cariño, lo admiro, y su presencia me hace
bien".
"¿Mi casa? Siempre funcionó prácticamente sola. Yo no
sé manejar una casa, lo confieso. Tinayre (casi siempre lo llama así) tiene una
gran virtud: calmarme en el momento justo. Soy muy impulsiva, y él me llama a
la reflexión".
"¿Qué me critica? Que haya malcriado a nuestros hijos,
por ejemplo. Y creo que tiene razón. Según él, las cosas no se arreglan con
besos y abrazos… Nos respetamos mucho. Jamás lo interrumpo. Pero eso no quiere
decir que estemos de acuerdo en todo. Ni mucho menos…"
"Tinayre es un realista. No se engaña jamás. Yo, más o
menos. Con todo, hemos llegado a ser grandes amigos".
"¿Qué es el amor después de tantos años? Hummm. Una
gran ternura, saber qué piensa el otro, y un conjunto de pequeños detalles
contemplados. Eso es, supongo".
"No hay nada peor que los matrimonios mudos: sillón,
libro, diario, y ni mirarse. Aún cuando la pasión deje de existir, hay que admirar
al que está al lado, tener tolerancia y mucho, mucho sentido del humor".
—¿Estuvo enamorada de otro hombre?, le preguntaron una vez.
La respuesta fue sí.
—¿Cuándo? ¿De quién?
—No me van a sacar una palabra más de lo que dije.
Y la insistencia fue inútil.
De lo publicado en Infobae, domingo 30 de octubre de 2016.
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