Fontanarrosa, diez años sin el escritor de lo popular.
Llegué a la literatura por la puerta de atrás, con los botines embarrados”, decía Roberto Fontanarrosa, escritor, historietista y humorista argentino que murió hace diez años en Rosario, la ciudad natal a la que nunca abandonó y desde la que trascendió a gran parte del mundo.
Su percepción de las costumbres cotidianas, el oído atento para trasladar a un cuento el diálogo surgido en la mesa de un bar y un apetito literario que alimentó con la voracidad de un autodidacta transformaron a Fontanarrosa en el gran escritor popular de la Argentina, coinciden quienes lo conocieron y estudiaron su trabajo.
“En su obra está el lenguaje de las personas comunes”, dijo a DPA Horacio Vargas, autor de la biografía “El negro Fontanarrosa”, publicada en 2014. Vargas, que también es rosarino, trabajó con Fontanarrosa a inicios de los años 80 en la revista de humor “Risario”.
En ese tiempo Fontanarrosa ya era conocido por sus dos grandes historietas: “Inodoro Pereyra (el renegau)” y “Boogie, el aceitoso”. Ambas habían sido publicadas una década antes en la revista “Hortensia” y su aceptación en el público le permitió incorporarse como humorista gráfico al diario “Clarín”. Allí sus viñetas sobre política, cultura y fútbol aparecieron en la última página hasta pocos días antes de su muerte, el 19 de julio de 2007.
El “Negro”, apodo por el que fue reconocido desde niño, escribía las viñetas durante la mañana y las enviaba a Buenos Aires. Luego, intercalaba colaboraciones en otros medios, entre ellos la revista “Humor”, o aportaba ideas a los guiones del grupo musical Les Luthiers.
Al final de la tarde se reunía con sus amigos en el bar “El Cairo”, que tenía como único atractivo ser la sede diaria de la llamada “Mesa de los galanes”, con Fontanarrosa entre sus miembros.
El resultado del encuentro cotidiano le servía, luego, de libreto perfecto para las historias que llevaba al papel en forma de viñeta, historieta, cuentos o novelas.
Fontanarrosa era una celebridad en Rosario. El cantante catalán Joan Manuel Serrat, que fue su amigo, recordó en varias ocasiones que caminar con él por la ciudad significaba detenerse a cada paso para saludar y conversar, principalmente, con desconocidos.
“No tenía veleidades ni se consideraba un artista. Era una persona humilde y dueña de una gran generosidad. No establecía diferencias entre un niño de una escuela y el rey de España”, afirmó Vargas.
Fontanarrosa dedicaba la tarde a la literatura. Se había formado leyendo a Truman Capote, Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, entre otros. Pablo Ansolabehere, doctor en Literatura por la Universidad de Buenos Aires, dijo a DPA que así como Fontanarrosa tenía “la capacidad de percibir ciertos fenómenos de la vida cotidiana, entre ellos el fútbol”, también contaba con la virtud de “reescribir ciertas piezas en clave de humor, como el ‘Martín Fierro”, el poema de José Hernández, la gran obra del género gauchesco argentino.
En el III Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), realizado el 19 de noviembre de 2004 en la ciudad de Rosario pronunció un discurso poco académico pero que provocó risas en quienes participaron del encuentro. Allí pidió una amnistía para las malas palabras, algunas de las cuales repasó letra por letra.
Fontanarrosa publicó siempre en Ediciones de la Flor, la misma editorial que fue el hogar de la “Mafalda” de Quino. Allí se destacaron “El mundo ha vivido equivocado”, “Uno nunca sabe”, “Usted no me lo va a creer” y “La mesa de los galanes”.
Todos sus cuentos de fútbol fueron reunidos en “Puro fútbol”.
“El Negro decía que los había recopilado pensando en mí, para que no anduviera cargando sus libros”, contó a DPA Alejandro Apo, periodista deportivo. Desde 1995, conduce programas de radio en los que lee cuentos, principalmente de fútbol y, en forma especial, de Fontanarrosa.
“Admiro su capacidad de observación y mezclar en una charla de amigos un partido de fútbol con los dioses griegos. ‘El Negro’ ocupa un lugar grande en la literatura argentina. Y, como amigo, lo llevo en el alma”, reconoció Apo.
Su vida no fue la misma desde 2003, cuando los médicos le detectaron una enfermedad neurológica (esclerosis lateral amiotrófica) que en forma progresiva lo fue paralizando.
“Rosario la vivió como una enfermedad maldita. Sin embargo, él la sobrellevó con dignidad y humor”, rememoró Vargas.
Roberto Fontanarrosa, un futbolero que vibraba con Rosario Central.
Parece que fue hace mucho menos, pero ya pasó una década desde que los rosarinos en general y los más cercanos en particular sufrimos la partida del humorista, escritor y dibujante Roberto Fontanarrosa, el mayor exponente de la cultura de la ciudad de Rosario en la segunda mitad del siglo pasado. Fue el 19 de julio de 2007 y su recuerdo siempre estará ligado al fútbol.
“Yo soy un dibujante correcto”, se definía el “Negro” con esa típica humildad de barrio, casi como a los jugadores cuando les preguntan sus características, pero en realidad era sincero porque él era mucho más que un humorista que escribía y dibujaba. Un creador capaz de generar y recrear los personajes, la situaciones y los climas de época que vivía o le hubiera gustado vivir, más que un típico dibujante e historietista.
“Yo voy a jugar hasta que la rodilla se rompa”, recuerdo que confió a sus jóvenes 45 años en la primera entrevista para la vieja revista “El Gráfico”, que compartimos en su estudio del barrio de Alberdi en setiembre de 1988, sobre ese loco berretín por el fútbol, que lo llevaba a jugar en su equipo de amigos y conocidos hasta en las bravas canchas de la Liga Baigorriense.
Tipo rutinario como muchos, el “Negro” odiaba madrugar y recordaba que su primera esposa, Liliana, solamente lo había llamado dos veces antes de las 9 de la mañana: “Cuando recuperamos las Malvinas y cuando Maradona vino a ‘Ñubel”, confió en otra entrevista compartida en “La Capital” de Rosario.
Claro, después Diego apenas jugó cuatro partidos con la camiseta rojinegra en los que ni siquiera pudo convertir un gol y se fue a los cuatro meses, antes de un amistoso contra Vasco da Gama en Mar del Plata.
Fue en medio de uno de sus escándalos, que el “Negro” definió con maestría: “Es como si tu vecino más odiado se compra un Rolls Royce y no lo puede sacar de la cochera”.
Hincha “canalla” típico, Fontanarrosa explicó en la presentación de un libro sobre fútbol en el club Sunderland por qué a las mujeres y a los chicos es mejor no llevarlos a la cancha: “Seguro que te piden ir al baño cuando tenemos un córner a favor”, decía con la seriedad del humorista.
Y remató con una vivencia propia: “Habíamos perdido con Vélez sobre la hora, en un partido con barro, que nos quedamos sin piernas, con un gol desde afuera del área del uruguayo Julio César Giménez. Volvíamos todos hechos mierda en el Citroën verde, cuando mi mujer, Liliana, tiró una reflexión típica de una mujer en la cancha: ‘Esta bien que estos de Vélez nos hayan ganado sobre la hora porque nos quedamos sin piernas, pero de ahí a gritarnos ‘Efortil, Efortil’, me pareció totalmente desubicado’. Entonces no aguanté más, la miré y le dije: No, Lili, lo que gritaban era ‘El Fortín, el Fortín”.
Nacido en el viejo edificio Dominicis, de Corrientes y Catamarca, en pleno centro rosarino. Fontanarrosa tenía una visión muy particular de su padre, el “Berto” Fontanarrosa, un aguerrido jugador del Club Huracán, de la calle Paraguay, y luego árbitro de básquet, que una vez tuvo que correr de una de las bravas canchas de la Liga Rosarina.
“Mi viejo era un tipo muy deportista y un amante del básquet, pero yo jamás conseguí meter un doble. Y eso que jugué en la época en la que al básquet podían jugar los petisos y que cuando metían un doble sacaban del medio”, se reía de sí mismo.
“Mi viejo, como buen tipo del deporte, era muy puteador, en una época en la que eso no era tan frecuente y, además, era muy mal visto. Me acuerdo siempre de mis primos, que cuando venían a casa decían ‘Vamos a jugar al tío Berto’. Entonces se encerraban en una pieza y se ponían a putear”, recordaba el “Negro” en una mesa del Bar La Sede, en la época en que se había exiliado de El Cairo.
El “Negro” terminaba de presentar uno de sus libros sobre fútbol en el viejo Sunderland, cercano al puerto de Rosario, cuando pidió un aplauso para el padre de su amigo y vecino que lo había llevado por primera vez a la cancha de Rosario Central, un viejito adorable sentado en la última mesa, en el mejor y emotivo cierre de una velada pletórica de nostalgia, empanadas y vino tinto.
“Ahora tengo un auto, antes tenía un Citroën”, se gastaba el “Negro” a sí mismo. Anfitrión de Joan Manuel Serrat, al que recibía en memorables asados con sus amigos de La Mesa de los Galanes de El Cairo, en su casa de Alberdi se reía solo de la anécdota del día que una nube de cronistas montaba guardia en la puerta, a la espera de la salida del “Nano” Serrat, contada por el Chueco Fernández, un amigo del fútbol del Club Universitario.
“Me acuerdo que abrieron el portón de la cochera y salió un Mercedes Benz azul impresionante, con los vidrios polarizados, y todos los periodistas, fotógrafos y camarógrafos salieron corriendo como locos atrás del auto del cantautor catalán. Y al ratito abrieron de nuevo el portón y salieron el Negro y el Nano en el Citroën verde de Fontanarrosa, cagándose de risa”.
Publicado en Diario "Río Negro", 19 de julio de 2017.
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