La Patagonia es un Macondo lato y estepario, un ámbito de monstruos gigantes, de endriagos, de aves plumíferas y grandes que teniendo alas no vuelan, de mangrullos amarronados de cuatro patas que gregarios ambulan de monte en monte con su relincho arisco.
Es el último confín caído de la mano del mundo donde la aventura y el asombro corren parejos. Donde el viento levanta las piedras y deforma la copa de los árboles a su arbitrio. La Patagonia es un chancho que vuela.
La Patagonia es una latitud de escoriales silentes bajo las lunas blancas y redondas; una soledad crecida en la altura azul de las mesetas; es el aroma acre del cloruro de sodio que enloquece los hollares de las bestias que habitan los bajos de todos los bajos. Gualicho errante. Misterios arcanos. La cruz del Sur donde nunca se arrutó el tesón de los pioneros.
La Patagonia es los carcomidos infolios que en noches febriles entre el escorbuto y la ansiedad escribiera Pigafetta sobre gigantes que bailaban; la ciudad mítica allende los Andes que buscaban los frailes; las manzanas silvestres del imperio de Sayhueque, la “piedra azul” pitonisa de los Curá, la bandera argentina que enarboló Casimiro; la búsqueda de Popper, el faro del fin del mundo, los ventisqueros, las rastrilladas donde las lanzas trazaron sobre la tierra el mapa de todas las gestas.
La Patagonia es el sol ardido sobre los fortines y la soldadesca, el espejo de los lagos, la altitud desmesurada de las araucarias; los volcanes irascibles, el mar inmenso y azul sobre la costa escarpada, los fondeaderos de mala muerte, las caletas olvidadas, el relevamiento minucioso de Basilio Villarino y Bermúdez, las notas detalladas del Perito Moreno; la Reina y el arcabuz del Padre Mascardi. La Patagonia es una flor en la espesura.
La Patagonia es el párrafo final de la novela “Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato, la soñada por Ezequiel Ramos Mexía y el geólogo norteamericano Bailey Willis, “la que piensa” como escribió Juan Benigar, la que poblada de plantas enanas esconde en los petroglifos un pasado legendario, la del volcán Domuyo que guarda en sus entrañas un tronco de oro dormitando entre los hielos eternos; la Patagonia se hace collón en las noches de luna llena y petrifica la debilidad de los timoratos.
La Patagonia es los fósiles de los grandes saurios, el bosque tropical que les daba sombra y alimento, las grandes palmeras con dátiles hechos piedra, las araucarias en rodajas petrificadas, los redondos y ponderables huevos de saurios que la habitaban, los dientes de sable del temerario tigre, el caparazón amedrentante del milodón. Lámpara encendida en las edades geológicas.
La Patagonia es un mandato de imperiosas urgencias, para nosotros y para nuestros hijos.
Mi querida tierra, mi lugar en el mundo.
Publicado en Diario "De la Costa" de Viedma, lunes 3 de julio de 2017.
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