Ser los inventores de tal o cual cosa nos puede hacer sentir orgullosos, pero mucho más si se trata de algo que tenemos tan instalado los argentinos como las comidas. Y ahí la mayoría somos expertos, aunque en la realidad formemos parte de una amplia legión de cocineros, simples cocineros.
Lo cierto es que al dulce de leche lo explotamos tanto con eso de que es un invento nuestro, que ya casi diría no sirve para más que ese orgullo pasajero. No somos ni mejores ni peores que otros por ese invento.
Y con el asado se instaló eso de que era un invento argentino. Y no lo es, tanto ruido y al final el asado tiene su origen tan remoto como el mismísimo fuego.
El licenciado Luis Fontoira, que se encargó de recopilar y estudiar todo cuanto anduviese dando vueltas sobre el asado, fue muy claro y contundente: el asado no es un invento argentino, más allá de que en muchos libros se haya descrito sobre el asombro que causó en los mismos conquistadores el elevado consumo de carne que había en nuestro territorio.
En tiempos del Virreinato el Río de la Plata la escena sobresalía porque todos consumían carne asada, porque todos se daban ese lujo, que por ese tiempo en Europa era casi inaccesible.
Pero el origen de la carne asada se remonta a muchos años antes, casi desde el mismo descubrimiento del fuego, porque con él la humanidad aprendió a cocer la carne, a hervirla en algunos casos y a quemarla en algunos otros.
El mismo autor de la investigación pone el acento en el fuego, que se descubrió unos 500.000 años antes de Cristo, y en ese tiempo posiblemente haya surgido la carne asada, de un modo muy rudimentario pero asada al fin. Distinto es el discurso si uno se centra en el asado argentino, que tiene características propias y bien podría atribuirse a un invento local. Lo demás es pura fantasía. En todo caso debemos conformarnos con ser los autores de asados maravillosos, lo que no es poca cosa.
Publicado en Diario "Río Negro",domingo 9 de Julio de 2017.
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