Un destacado pensador e historiador de la segunda mitad del siglo XX, posiblemente uno de los más leídos de su tiempo, Jorge Abelardo Ramos, afirmaba a comienzos de los 90’, a un grupo de sus allegados, no sin cierta ironía, pero sí con sabia mirada histórica que el doctor Carlos Saúl Menem era, a su juicio, el último peronista. Quizás haya sido esta comprensión lo que lo llevó a aceptar la Embajada en México y además ingresar al partido en el preciso momento que el caudillo facundino lo conducía y Guido Di Tella y Domingo Cavallo eran los ministros estrellas de aquel gabinete.
Más de veinte años han pasado. ¿Fue una profecía? No hay dudas que Ramos tenía razón. ¿Qué se hizo del peronismo? ¿Dónde está? ¿Quién lo representa? ¿Al menos que uno crea que dirigentes menguados como hoy aparecen en la provincia de Buenos Aires, en algunas provincias interiores o que ciertos dirigentes gremiales pueden sintetizarlo?
El peronismo está en todos lados y en ninguno en particular. Es ubicuo.
Perón tuvo la oportunidad de expresar una época y ser en la Argentina la manifestación política de una ola mundial. Ese mundo y esa ola no están más. Vivimos una época diferente. Con otras necesidades y otras certezas ¿Entonces? ¡Entonces hay que pensar de nuevo! Esto que le pasa al peronismo en el presente ya le ocurrió al Partido Autonomista Nacional (roquismo) y también a la Unión Cívica Radical.
Aquí vale hacerse una pregunta emparentada con la que Santiago Zavala se realizara en la novela “Conversación en la Catedral” de Mario Vargas Llosa, cuando apenas iniciada la obra y al observar calles sin amor, edificios descoloridos y medios días grises se interrogó “en qué momento se jodió Perú”. Nosotros, menos pretenciosos, y en la línea de jodernos, podríamos preguntarnos ¿cuándo el peronismo cayó en manos del progresismo?
Comencemos por el principio, el peronismo jamás fue de izquierda, ni dura ni a la violeta. Jamás fue progresismo en el sentido que a esta palabra le ha dado el pensamiento izquierdoso o social-demócrata del siglo XX.
Muy por el contrario fue la izquierda en los años 40, la que acusó al peronismo de nazi-fascismo, esto es, la expresión criolla de la derecha extremista y antidemocrática que causaba estragos en Europa. Este disparate colosal, que aún hoy continúa repitiéndose, fue sufragado por los partidos tradicionales y de izquierda de aquellos años que observaban con severa preocupación como un advenedizo, alguien ajeno a la élite política, un intruso, un forastero, llegaba de la nada a plantearse como candidato a la presidencia y encima la ganaba. Nazi-fascista fue, entonces, el argumento utilizado por la conjunción de partidos que lo enfrentaron en las elecciones de 1946. Tanta influencia tuvo el pensamiento de izquierda en la fundación de la Unión Democrática, que no permitieron a los conservadores participar de esa alianza. Eso o su notable talento de historiador y sensibilidad de político volcado al pueblo hizo que Ramón J. Cárcano, liberal urquicista y roquista ordenara a su partido, Demócrata de Córdoba, votar al Coronel en 1946.
El peronismo no fue nazi-fascista. Llegó al poder por elecciones aunque podría haberlo retomado luego del 17 de octubre. No quemó el Parlamento como ocurrió en la Alemania de Hitler, ni lo cerró como lo hizo José Figueroa Alcorta en nuestro país, ni clausuró la vida política. Tampoco fue una carmelita descalza. ¡Había que aguantarlo¡ Pero naturalmente lo que menos fue es ser progresista. Progresistas fueron los Diputados que se negaron a permanecer en sus asientos cuando asumió su primera presidencia. Retirándose airadamente en un pase similar al que Cristina Kirchner realizó al negarse a otorgar el bastón de mando a Mauricio Macri. Con los mismos argumentos del pasado: no convalidarían a la derecha antidemocrática.
No es el lugar para desarrollar lo que ya muchos historiadores y politicólogos han realizado con más o menos suerte, esto es, definir que fue el peronismo. A vuelo de pájaro podríamos decir que el peronismo se hizo al andar. Con lo que tuvo a mano y respondiendo a los cánones de su época: la incorporación de las masas populares a la justicia social, a la dignidad y a la elevación moral de las clases trabajadoras. No hay otro misterio.
Pero aquel peronismo ya fue. Si pretende tener vigencia, ser una opción popular y transformadora del país, esto es mantener su esencia, debe ser para el presente lo que Perón fue para el pasado. Deberá, entonces, comprender al mundo actual y la ola que ruge bajo sus pies. Resucitar a un muerto no tiene otro destino que el ocaso.
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