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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

domingo, febrero 03, 2019

España restaura con orgullo a Fernando el Católico, el “príncipe” que fascinó a Maquiavelo.

España restaura con orgullo a Fernando el Católico, el “príncipe” que fascinó a Maquiavelo.

Por Claudia Peiró  –  27 de enero de 2019 
Como dijo un crítico de televisión, “el primer acierto de la serie Isabel (TVE) es existir”. Porque “la peripecia histórica española es profunda, variopinta, desquiciada, inverosímil, rica en épica y aun en epopeya”.
California y otros estados americanos vienen vandalizando e incluso derribando las estatuas de Cristóbal Colón en nombre de un genocidio indígena perpetrado por los blancos anglosajones protestantes de la conquista del oeste. Ni hablar de la Argentina, que fue pionera en este iconoclasia revisionista que toma por blanco a la figura de Cristóbal Colón y a la que España ha asistido hasta ahora sin una reacción a la medida de la afrenta.
Por lo tanto, que en los últimos años la aventura humana, política y épica de los Reyes Católicos -de la que más allá de su patrocinio a la expedición del almirante genovés, poco se enseña en nuestras escuelas- sea material para el cine y la televisión resulta muy positivo.
La TV española produjo y emitió entre 2012 y 2014 la serie Isabel (3 temporadas, 39 capítulos). Inexplicablemente la Argentina no estuvo entre los 16 países americanos -Estados Unidos incluido- que la emitieron. Por fortuna se la puede ver completa, con excelente definición y streaming, en el sitio oficial de la TVE.
Aunque a veces privilegia el impacto televisivo por sobre el rigor histórico y con algunos anacronismos de lenguaje, la serie es de un nivel excelente y tiene lo principal en el género: reconstruye unos convincentes personajes, a los que humaniza sin quitar hondura, y expone muy bien la trama geopolítica que está en juego en toda la historia. Permite además apreciar lo ciclópeo de la tarea realizada por aquellos dos animales políticos que fueron Isabel y Fernando. Sobre este último decía Maquiavelo que, “de rey sin importancia se ha convertido en el primer monarca de la cristiandad”.
Sus obras -escribió el florentino en el capítulo XXI de El Príncipe- han sido todas grandes, y algunas extraordinarias. En los comienzos de su reinado tomó por asalto a Granada, punto de partida de sus conquistas. Hizo la guerra cuando estaba en paz con los vecinos, y, sabiendo que nadie se opondría, distrajo con ella la atención de los nobles de Castilla, que, pensando en esa guerra, no pensaban en cambios políticos, y por este medio adquirió autoridad y reputación sobre ellos y sin que ellos se diesen cuenta”.
Y agrega: “…siempre meditó y realizó hazañas extraordinarias que provocaron el constante estupor de los súbditos y mantuvieron su pensamiento ocupado por entero en el éxito de sus aventuras. Y estas acciones suyas nacieron de tal modo una tras otra que no dio tiempo a los hombres para poder preparar con tranquilidad algo en su perjuicio”.
Un elogio de Maquiavelo puede no ser la mejor carta de presentación ya que éste no siempre gozó de buena reputación. Su concepción de la política es especulativa y de un absoluto materialismo. Sin mencionar que es un arte que no dominó. Como muchos pensadores, aun brillantes, el paso a la acción no estuvo a la altura de su capacidad de teorizar.
A Fernando le atribuye siempre una segunda intención en todo lo que hace,pero cuesta creer que todas sus hazañas hayan tenido por único objetivo “distraer” a los nobles de sus rencillas, aunque es verdad que una de las grandes tareas a las que se consagró fue a la de imponer la autoridad de la Corona, es decir del Estado, por sobre todas las partes. Por eso fue un rey “moderno” que aceleró la transición medieval.
Por otra parte, Maquiavelo (1469-1527), aunque contemporáneo de Fernando de Aragón (1452-1516), no lo conoció. Lo que supo de él fue a través de los halagüeños informes del embajador florentino ante la corte de los reyes católicos, Francesco Guicciardini. Éste, explica en una ponencia el historiador Sabino Fernández Campo, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, admiraba la habilidad del aragonés para lograr que otros le sugirieran hacer lo que él ya había decidido emprender; recién entonces anunciaba sus decisiones, haciendo sentir a todos que estaban participando de ellas, con lo que evitaba seguramente prematuras oposiciones.
Los consejos de Maquiavelo, por lo tanto, no son para este “Príncipe”, sino inspirados en él para provecho de otros.
Es consenso entre los historiadores que Fernando fue uno de los mayores estadistas de su tiempo. Era lo que hoy llamaríamos un “cuadro” completo: jefe militar y gobernante civil, en ambas facetas fue exitoso. Se manejó hábilmente en el arbitraje con todos los grupos que disputaban la autoridad de la monarquía, y en lo exterior fue un hábil diplomático.
Cuando se casó con Isabel, ni uno ni otro eran reyes. Esa fue una inteligente apuesta del padre de Fernando, otro hábil político: Juan II, rey de Aragón. Al morir el rey Enrique IV de Castilla, hermanastro de Isabel, ella se proclamó reina pero esto desencadenó una guerra civil porque Juana, la hija de Enrique también aspiraba al trono. Esa contienda la libró y venció Fernando en nombre de Isabel. Poco después, el 19 de enero de 1479 -hace 540 años- él se ciñó la corona de Aragón al morir su padre. Desde entonces, cogobernaron ambos sus reinos pero sin unirlos. Fue seguramente uno de los matrimonios políticos mejor avenidos, más “igualitarios” y más fructíferos de la historia.
Cuando se casaron, clandestinamente para no despertar las iras del hermanastro de Isabel, la España unida que soñaban era una completa utopía. Treinta años después, no sólo habían logrado unificar el reino, sino que lo habían convertido en una potencia mediterránea, habían descubierto América -aunque ambos reyes murieron sin tener una acabada conciencia de la magnitud del nuevo continente- y, a través de una serie de alianzas matrimoniales, le legaban a su nieto Carlos un inmenso imperio.
“Éxito demasiado rápido, ciertamente, para poder asegurar su solidez”, dice el historiador francés Pierre Vilar, en su Historia de España (Crítica, 2010). “Pero esta época le ha dejado a España el orgullo legítimo (…) no sólo de haber sido una potencia considerable, sino la primera en el tiempo en importancia de las naciones fundadoras de vastos imperios coloniales”.
a sabemos que esa grandeza tenía pies de barro y será seguida por una profunda decadencia que, entre otras cosas, demuestra que los nietos de Fernando e Isabel no heredaron su seriedad administrativa.
Uno de los momentos más dramáticos para Fernando, y que la serie de la TVE logra transmitir con gran realismo, es cuando, asistiendo a la agonía de su esposa, a los 54 años presuntamente por un cáncer de útero, el Rey, rodeado de sus consejeros de siempre, siente la soledad de ser el único consciente del riesgo en que se encuentra toda la tarea realizada con Isabel. Los demás están enfrascados en legalismos y no ven el cuadro completo.
Los Reyes habían tenido cinco hijos, pero el único varón y heredero había muerto demasiado joven sin dejar descendencia. Isabel, la hija mayor, muere dando a luz un varón que por un tiempo es la esperanza de Isabel y Fernando que logran retenerlo en la corte para educarlo como su heredero. Pero ese niño también muere con apenas tres años.
Eso deja en la línea sucesoria a Juana, a quien sus padres habían casado con el hijo de Maximiliano de Austria, Felipe, llamado el Hermoso, y que ya tenía dos hijos varones con él, Carlos (el futuro Carlos V) y Fernando. Este matrimonio resultó muy mal, porque Felipe era un ambicioso sin demasiadas luces que de inmediato se puso a conspirar en contra de sus suegros y nada menos que acercándose a Francia, enemiga eterna de los Católicos.
Para colmo, Juana estaba muy enamorada de su apuesto marido que la dominaba por completo.
La muerte de Isabel dejaría la corona de Castilla en manos de su hija y, en realidad de Felipe, ya enemigo abierto de Fernando.
Aquí se aprecia el modo en que el rey logra, poco a poco, que sus consejeros y su propia esposa agonizante comprendan que no queda otro camino que cambiar el testamento de Isabel y dejar la corona en sus manos, como Regente.
Esto no será sino una solución provisoria ya que buena parte de la nobleza catalana se pondrá de parte de Felipe. Ante el argumento de los leales de que es extranjero, la respuesta es que… ¡Fernando también lo es! Prueba de que los particularismos españoles vienen de muy lejos.
Fernando de Aragón fue víctima de ellos no sólo en vida sino en la posteridad ya que muchos historiadores han engrandecido la imagen de Isabel, la castellana, al punto de hacerle sombra a su brillante marido. Un caso opuesto al silenciamiento de las mujeres que tanto señala el revisionismo feminista.
“Su muerte es para mí el mayor trabajo que en esta vida me podría venir…”, escribió Fernando luego de sepultar a Isabel. En efecto, perdió hasta el trono a manos de Felipe y, luego de haber sido el Rey más poderoso de la cristiandad tuvo que que volver a Aragón.
Acá se produce entonces otra serie de hechos que también maravillaron a sus coetáneos y despiertan admiración en quienes lo estudian.
Fernando había empezado a guerrear a los 14 años y desde entonces no paró. Su padre lo asoció desde muy temprano a los asuntos del reino. Cuando se casó con isabel sólo tenía 21 años, pero ya acumulaba una importante experiencia de estado, además de haber engendrado por lo menos un par de hijos bastardos a los que nunca abandonó y siempre promovió. Tenía una garra especial, ya que no dejó de combatir el resto de su vida; cada vez que fue necesario se puso al frente de sus tropas.
Confinado a Aragón tras quedar viudo, pergeñó una alianza ni más ni menos que con su antigua enemiga Francia: se casó con la sobrina del soberano de ese país con la intención de tener un heredero para contrarrestar a Castilla ahora en manos de Felipe. Esta situación no duró mucho porque al poco tiempo su yerno murió en forma misteriosa y, en medio de sospechas, Fernando volvió a la Regencia. Lo que se dice, un resiliente.
La alianza dinástica de Castilla y Aragón fue la base de la unidad hispánica. Los reinos quedaron enlazados a nivel de los soberanos y de la política exterior, pero cada uno conservaba su propia organización, leyes e instituciones. Pero, quedó el germen de una tendencia hacia la unidad administrativa -que se completaría finalmente con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII-, porque los Reyes Católicos se consagraron a fortalecer el poder público y abarcativo de la Corona por encima del poder privado y sectorial de los nobles.
Isabel y Fernando hicieron una amplia tarea de ordenamiento administrativo y de saneamiento financiero. También fundaron la Inquisición, es sabido, con todos sus aspectos oscuros y a la larga negativos para España, pero la unidad religiosa fue uno de los motores de la unidad política. Además de aceitar la alianza con Roma. En Aragón, Fernando había puesto fin a un siglo de conflictos y revueltas campesinas aboliendo los llamados “malos usos” del feudalismo.
A la unidad y paz interior, le siguió la Reconquista, tarea que insumió más de una década y concluyó en 1492, el año de la llegada de Colón a América.
Se concentró entonces Fernando en expulsar definitivamente a los franceses de sus dominios y consolidar la frontera norte. También luchó contra ellos por el reino de Napoles. También Sicilia y Cerdeña quedarían bajo su control y en el África anexionó Melilla, Orán, Trípoli y Argel, entre otros.
En su afán por aislar al reino Francia, los Reyes Católicos promovieron el matrimonio de sus hijos con herederos de los reinos de Portugal, Inglaterra y el Imperio Germánico. Como vimos, no fueron las decisiones más felices pero dieron origen a ese “imperio en el que no se pone el sol”, según la expresión que se popularizó en la época.
Cuando murió, Fernando tenía 63 años. Había sido Rey de Sicilia por 48 ocho años, de Aragón, durante 37 y había gobernado Castilla durante 42 años, de los cuales 30 junto a la Reina Isabel.
Seis meses antes de su muerte, el 23 de enero de 1516, había escrito: “Ha más de setecientos años que nunca la corona estuvo tan acrecentada ni tan grande como ahora, así en Poniente como en Levante, y todo, después de Dios, por mi obra y trabajo”.
En el año 2005, un eurodiputado socialista francés, Bernard Poignant, escribió un artículo titulado “Francia, amo tu historia”, en el cual se quejaba de la manía de revisar y enjuiciar el pasado con categorías del presente. “Es cansador arrepentirse y disculparse por cada etapa de la historia de Francia”, decía.
Un sentimiento similar habrá embargado a muchos en España también frente a los cuestionamientos retroactivos a la Conquista. Un contrasentido histórico.
Afortunadamente, los vientos parecen estar cambiando en la Península. Así lo demuestra la serie de TVE que por otra parte no cae en los panegíricos que en otros tiempos también contribuyeron a oscurecer la historia.
Isabel, le siguió el largometraje La corona partida, sobre los desvelos de Fernando tras la muerte de su esposa, película que, a su vez, enlaza con la serie sobre su nieto, el emperador Carlos V.
Fernando el Católico fue consciente de su grandeza. Es bueno que España también lo sea, que ame su historia y devuelva a ese rey la corona que se merece.
Por Claudia Peiró.

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