Las utopías tienen su cara y su contracara. Por un lado un sentido peligroso y es la postura que pretende fabricar a la fuerza un hombre nuevo desprovisto de interés personal, abandonando el deseo de lucro y capaz de derrotar “la tragedia de los comunes” consecuencia del ataque a la institución de la propiedad privada. Este es el eje central de la nueva izquierda, en realidad inventada para sustituir a la izquierda stalinista con la idea de eliminar la violencia en este sistema, sin evaluar que no puede evitarse la fuerza cuando se imponen caminos distintos a los preferidos por el ser humano real. Este sentido de utopia con razón produce temor debido a la acción constructivista por cambiar la naturaleza humana, lo cual conduce a resultados sumamente dañinos. En seguida volvemos esta acepción, pero antes aludimos a otra interpretación de la expresión de marras.
Otra variante se condice con el frontal rechazo a la arrogancia y soberbia implícita en la concepción que acabamos de puntualizar y, en su lugar, es más condescendiente y respetuosa con la naturaleza de las cosas y, en el caso de los seres humanos protege la santidad de sus autonomías individuales absteniéndose de diseñar al hombre como si fuera un muñeco de arcilla. Este es el sentido a que se refieren autores como John Hospers en “Freedom and Utopias” donde mantiene que “la única utopía digna de ese nombre es la utopía de la libertad individual, en donde no hay ningún plan general por lo que cada uno es libre de planificar su vida, mientras no interfiera por medio de la fuerza con los planes de otros para manejar sus propias vidas”.
Y es a lo que se refiere Hayek cuando escribe que “Carecemos de una utopía liberal, un programa que no sea una mera defensa de las cosas como están ni un tipo de socialismo diluido, sino un verdadero liberalismo radical” (en “Socialism and the Intellectuals”). Por esto es que, en rigor, se consideran antiutopías las célebres de Orwell, Zamyatin, Taylor Caldwell, Jerome, Reisman y Huxley. Por último y al margen en este segmento introductorio, tengamos en cuenta que la asignación de derechos de propiedad vinculada a lo que se conoce como “la lockean proviso” fue desmantelada por Robert Nozick y reformulados por Israel Kirzner los fundamentos de la asignación original.
Habiendo dicho esto, retomamos la idea de la nueva izquierda cuyo patrocinante de mayor envergadura ha sido sin duda Herbert Marcuse quien adhiere al marxismo, pero como hemos consignado más arriba con la enfática condición que no se lo vincule para nada con el terror stalinista.
Marcuse pertenece a la primera generación de la Escuela de Frankfurt junto a otros prohombres del movimiento como Fromm con quien se enemistó a poco andar y también representantes de esa escuela como Adorno y Benjamin. Se doctoró en la Universidad de Friburgo (paradójicamente la misma casa de estudios en la que enseñó Hayek en sus últimos años). Sus obras son múltiples pero las más conocidas son El hombre unidimensional, Razón y revolución, La sociedad industrial y el marxismo, Ética de la revolución y Cultura y sociedad para citar solo algunas, pero a nuestro juicio la obra que mejor resume el pensamiento del autor está representada por una colección de cuatro conferencias bajo en título de La sociedad carnívora. Por razones de espacio solo me ocuparé de la primera y agrego que en la tercera luego de renegar del stalinismo afirmó que la construcción de la nueva izquierda “tal vez probablemente va a ser construido en Cuba, tal vez se está construyendo en China [de Mao]”
Esta colección se publicó en 1969 al año siguiente del mayo francés cuya cabeza intelectual más destacada fue precisamente Marcuse. En esta nota periodística me voy a concentrar en pasajes de este último libro, como queda dicho, de su primera conferencia. La potencia oratoria y su estilo como escritor cautivó y cautiva multitudes, muy especialmente a jóvenes universitarios de todas las latitudes y a predicadores de varias religiones.
Lo primero que es necesario decir respecto de Marcuse y en general de los dirigentes de las izquierdas es su perseverancia en sus ideas y, sobre todo, su coraje para exponerlas sin rodeos y siempre caminando en dirección al fondo de lo que estiman son los problemas a resolver. Para volver a Hayek, por eso en el ensayo de su autoría que acabamos de citar exhibe como ejemplo a los socialistas por los motivos apuntados en contraste con muchos que se dicen liberales pero son timoratos y prefieren esconder y disimular sus propuestas con lo que los primeros terminan corriendo el eje de los debates y estableciendo las agendas correspondientes.
La tesis medular del marcusianismo consiste en sostener que el régimen capitalista ofrece mayores bienes y servicios pero no ofrece vida digna puesto que se crean necesidades artificiales por la publicidad que obligan a las personas a consumir sin descanso para lo cual trabajan en condiciones de autómatas que están todo el día buscando sustento, por ello es indispensable “la liberación del sistema represivo”. La primera conferencia la pronunció en Londres en 1967 organizada por el Instituto de Estudios Fenomenológicos y la tituló “Liberándose de la sociedad opulenta”. Allí Marcuse destaca que “El problema que enfrentamos consiste en la necesidad de la liberación, no de una sociedad pobre ni de una sociedad en desintegración, sino de una sociedad que desarrolla en gran escala las necesidades culturales del hombre así como las materiales –una sociedad que, usemos el lema, distribuye las mercancías entre una porción cada vez mayor de la población”. Necesitamos establecer “el reino de la libertad” y “pasar de lo cuantitativo a lo cualitativo” lo cual “presupone la abolición de las instituciones y mecanismos de represión”, que debe llevarse a cabo por hombres que tengan las nuevas necesidades. Esta es de otro modo la idea básica subyacente en el propio concepto de Marx”. Hay que vencer al capitalismo “con propiedad privada de los medios de producción” que conducen a “un desperdicio acelerado”, se trata del establecimiento de “una sociedad libre que es bloqueada por la sociedad opulenta” en la que vivimos “la completa degradación del hombre hasta convertirse en objeto” donde “el resultado es una existencia humana mutilada, defectuosa y frustrada”. Subraya la “abolición del trabajo, el fin de la lucha por la existencia, es decir, la vida como un fin en si misma y no más como un medio para un fin” lo cual “presupone un tipo nuevo de hombre” que no esté sujeto más a los dictámenes de la lucratividad y la eficiencia capitalistas” puesto que “creo que la idea de un universo así también guió el concepto de socialismo de Marx”. “Es innecesario decir que la precondición para ese cambio cualitativo reside en la disolución del sistema existente” donde se encuentra “la amenaza del desempleo tecnológico”, en resumen, “debemos enfrentar el adoctrinamiento para la servidumbre con adoctrinamiento para la libertad”. Este es un extracto de la primera conferencia y la más extensa de la selección que comentamos.
Veamos estos temas centrales por partes. En primer lugar la importancia de la propiedad privada. Como se ha reiterado en muy distintas ocasiones, debido a que la naturaleza no provee de todo para todos todo el tiempo, es imprescindible asignar derechos de propiedad a los efectos de que los más eficientes para atender las demandas del prójimo tengan como premio ganancias y los que yerran tengan como castigo quebrantos. De este modo los respectivos patrimonios no son irrevocables sino que dependen de las votaciones diarias de las personas en el supermercado y afines. Este es el sentido de la antes mencionada “tragedia de los comunes” que ilustra los pésimos incentivos cuando todo es de todos y, por ende, de nadie. De más está decir que el sistema se contradice cuando irrumpen empresarios prebendarios fruto de la inaceptable alianza con el poder político para así explotar a sus semejantes.
En segundo lugar, la abolición del interés personal es una quimera contraria a la naturaleza del hombre puesto que si no estuviera en interés del sujeto actuante actuar como actúa nada explica su motivación. En este contexto, fabricar un hombre nuevo que no proceda por su interés ya se trate de acciones nobles o ruines es pretender torcer la naturaleza de las cosas arrogándose el planificador facultades propias de un tirano a costa de sufrimientos, sangre y muertes sin que puedan crearse seres distintos a lo que son (afortunadamente puesto que es inimaginable la cooperación social sin el interés personal que la mueve).
Tercero, el deseo de lucro está también en la naturaleza del hombre puesto que toda acción apunta a estar en una situación mejor respecto a la anterior al acto desde la perspectiva de quien lo lleva a cabo. No hay ninguna acción entonces que no persiga una ganancia sea psíquica o material. Este motor hace que en una sociedad libre cada uno para mejorar su situación deba mejorar la de sus vecinos, de lo contrario no obtiene la ganancia que pretende sea en una conversación, un rezo, un acto de caridad o una transacción comercial. Desde luego que esto también ocurre en los ladrones y asesinos, de allí la importancia de marcos institucionales que abran de par en par las posibilidades de intercambios voluntarios y pacíficos y se bloqueen actos que lesionan derechos de terceros.
Cuarto, las supuestas necesidades artificiales creadas por la publicidad presupone la imbecilidad de la gente excepto, por ejemplo, los que adquieren los libros de Marcuse. Una cosa es intentar persuadir a la gente y otra bien distinta es imponer un producto. Si esto último fuera así, con suficiente publicidad podría convencerse a la gente de volver a la luz de las velas con precios muchos más altos que la electricidad y así sucesivamente.
Quinto, el alegado desperdicio en el sistema capitalista no es tal puesto que dadas las circunstancias imperantes se saca el mayor provecho de los recursos disponibles y quienes no proceden en esta dirección ven mermado su patrimonio. Cuando se dice que en sistemas capitalistas se descartan bienes es porque se le atribuye más valor a lo humano ya que arreglar o enmendar el bien con averías resulta más caro que adquirir uno nuevo, sin perjuicio de los reciclados de lo anterior. Sin embargo, en países donde no tiene lugar el capitalismo es típico ver bicicletas y otros aparatos emparchados de los modos más rudimentarios puesto que es muy barata la mano de obra precisamente porque las inversiones son reducidas como consecuencia de sistemas anacrónicos del estatismo imperante.
Sexto, la así llamado desocupación tecnológica pasa por alto el hecho de que toda mejora en la productividad libera recursos humanos y materiales para atender otras necesidades que aun no han podido satisfacerse debido a que los siempre escasos recursos estaban esterilizados en la áreas anteriores. El empresario está siempre atento a nuevas capacitaciones para sacar partida de los arbitrajes que se presentan al poder encarar emprendimientos inconcebibles antes de la introducción de la tecnología desconocida hasta entonces.
Séptimo, tengamos en cuenta que “el reino de la libertad” no puede darse donde se imponen conductas contrarias a las que la gente prefiere. Administrar compulsivamente vidas y haciendas ajenas es característico de regímenes totalitarios fruto del adoctrinamiento que sugieren los simpatizantes de la nueva izquierda (tan vieja como la original) donde el hombre se cosifica y pierde su dignidad.
Octavo y por último, si por consumismo se entiende dar rienda suelta a una manía desesperada por adquirir productos sin ton ni son debe subrayarse que no es responsabilidad del sistema libre, abierto y competitivo sino el resultado de algunas manifestaciones de deterioro axiológico que no se corrige con el uso de la fuerza: es como echarle la culpa al cartero por una mala noticia. La sociedad abierta permite elegir donde cada uno asume la responsabilidad por lo que decide.
Cierro con otros comentarios de Marcuse bajo otros títulos de la selección que comentamos, los que deben ser especialmente atendidos por algunos de los que se consideran liberales pero son refractarios a decir toda la verdad. Son sobre la importancia de la teoría, sobre los conformistas y sobre la necesidad de ir al fondo con las ideas: “Si la izquierda se pone alérgica contra las consideraciones teóricas, entonces algo no funciona en la izquierda”; “La izquierda debe hallar los medios adecuados para quebrar el conformismo” y el título de una de sus conferencias que lo toma de un grafiti parisién del célebre mayo que debe ser adecuadamente sopesado para aquellos timoratos que creen que ser práctico es repetir las gansadas del momento en lugar de correr el eje del debate: “Seamos realistas, exijamos lo imposible”.
A cuarenta años de su muerte, muchos son los que extrañan la vibrante oratoria y la encendida prosa de Herbert Marcuse. Hoy resuenan sus ideas de la llamada nueva izquierda en academias, en púlpitos, en congresos y hasta en reuniones sociales a sabiendas o no de su origen.
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