El 1 de febrero, la empresa CONUAR, “joint-venture” del grupo Pérez Companc (PCF) con la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), despidió a 8 trabajadores de su fábrica de combustibles nucleares. “Radiopasillo” anunciaba 70 echados más. Luego el delegado local de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) dijo que los puestos en peligro incluían también a FAE (Fábrica Argentina de Aleaciones), otra asociación de PCF y CNEA dedicada al tema: sumaban 150.
Al día siguiente de los primeros 8 despidos, en el diario La Nación, el Dr. Alieto Guadagni, ex secretario de Energía y polifuncionario de diversos gobiernos, escribió un peán a las energías renovables, pronosticó felicidad y abundancia para los argentinos gracias al gas extraído por fracking de Vaca Muerta, y declaró livianamente la defunción (por costos comparados) del Programa Nuclear Argentino. El sistema de comparación de costos (dólar/kilovatio instalado) es primitivo, erróneo y trasunta autor y/o lectores ajenos al tema. Nadie puede ser bochado por ignorar la comparación por costos nivelados o LCOE (Levelized Costs of Electricity), salvo estudiantes de ingeniería. Ni hablemos ingenieros, ex secretarios o ex ministros de Energía.
El “timing” de Guadagni en este tipo de shows es perfecto. Aparece, en general acompañado por otros ex secretarios, toda vez que el sector nuclear está por perder oportunidades históricas y/o miles de puestos de trabajo por decisiones de gente como él, generalmente inspiradas por diplomáticos menos vocingleros del Departamento de Estado de los EEUU.
Los despidos en CONUAR y FAE son rarísimos. Son firmas con un plantel total de 500, aliadas permanentes del Programa Nuclear Argentino, tecnológicamente muy avanzadas, sin competencia posible y con la vaca bien atada. Ambas se benefician de la I&D de los laboratorios de combustibles nucleares de la CNEA, gracias a lo cual están en la vanguardia de todo tipo de combustibles nucleares sólidos: eso define parte del triunfo de los reactores argentinos en licitaciones externas.
Por último, la CNEA y Nucleoeléctrica Argentina SA (NA-SA) les compran toda la producción. Privilegios de empresa estratégica, el que quiera quejarse en plan Ayn Rand, vea quiénes son los clientes de Airbus, Lockheed , Space-X u otras “high tech” emblemáticas de países o regiones.
¿Qué razones puede tener Pérez Companc para esta automutilación? Hay obvias y menos obvias. Las primeras: en 2018 el gobierno de Mauricio Macri suspendió “sine die” la construcción de 2 centrales nucleoeléctricas que sumaban 1880 MW y según contratos deberían haber estado en obra desde 2016 y 2018, respectivamente. La vena antinuclear, anticientífica, antitecnológica y antieducativa del macrismo ya era clara en palabras mucho antes de las elecciones de 2015 y a partir de 2016 se volvió hechos.
El grupo Macri es un “caso de estudio” de involución hacia lo simple: en los ’70 estaba en la construcción de Atucha I y Embalse, con una firma que en los ’90 pasó a desmantelar el Correo y a ponerle peaje a las rutas.
Lo obvio deja sin explicación por qué Pérez Companc, de otra madera más durable, demoró todo lo posible esta áspera decisión, y la ejecuta a 9 meses de elecciones nacionales de resultado enigmático. ¿Tan seguros están hoy en Pérez Companc de que gana el macrismo, o de que el triunfo de alguna fórmula opositora no intentará al menos resucitar el Programa Nuclear?
Sobre eso, más conjeturas después. Los hechos que sucedieron y van a suceder en esas firmas que ya son parte del paisaje del Centro Atómico Ezeiza le dejan al país un problema doble. Por escala, logística, y costos hundidos desde 1982 en capacitación en aleaciones, cerámicos y nitruros de uranio, amén de maquinado y soldadura de piezas de aleaciones y súper-aleaciones como el zircaloy, el incoloy y el titanio aeroespacial grado 9, CONUAR y FAE no tienen remplazo.
No hay nadie más capaz de fabricar en precio combustibles para los reactores argentinos RA-0, 1, 3, 4 6 y 10 (éste en construcción): son todos y cada uno bestias de distinta especie, época y tipo de metalurgia y construcción. Lo mismo sucede con los combustibles de los reactores exportados por la CNEA e INVAP desde 1978: el RP-0 y RP-1 en Perú, del Nur en Argelia, del ETRR2 en Egipto, del OPAL en Australia, del LPRR en Arabia Saudita y del PALLAS en Holanda (éste en proyecto). Hechos a medida de cada cliente, todos usan combustibles diferentes por materiales y diseño.
La demanda principal de CONUAR y FAE está en las 3 centrales nucleoeléctricas Atucha I y II y Embalse, así como el CAREM (en construcción), pero otra vez los combustibles son “un paisano de cada pueblo”: ambas Atuchas y el CAREM son prototipos, y por ende sus núcleos son dimensional, funcional e isotópicamente distintos. Fuera de Embalse, una CANDU con 47 aparatos similares en 5 países, aquí somos artesanos nucleares en combustibles, nos va bien trabajando a medida, sin (todavía) posibilidades de estandarización o economías de escala.
Éstas sólo serán posibles el día que tengamos centrales “clonadas”, producidas en serie como las 58 francesas, algo únicamente posible con las CANDU para más de 700 MW y el CAREM para sub 400 MW. Aunque por ahora no tengamos 2 nucleoeléctricas iguales, lo cierto es que las 3 primeras centrales todavía tienen por delante 10, 27 y 30 años de vida operativa, al menos. Y probablemente más. Es decir, aún con el tremendo revés que supusieron las cancelaciones sucesivas de Atucha III CANDU y la Hwalong-1, el trabajo en FAE y CONUAR, allá en el Centro Atómico Ezeiza, no es un bien escaso.
Los 8 primeros despedidos de CONUAR –dicen los gremios- estaban abocados a construir sistemas de almacenamiento interino en seco de combustibles gastados, para hacer lugar en los piletones de enfriamiento bajo agua de Atucha I. Y es un dato que no cierra: esos silos se seguirán necesitando.
El segundo problema que le crea este achique al país es acelerar la cascada de “desnuclearizaciones” ya visible en otras firmas argentinas económicamente más débiles y menos comprometidas con el Programa Nuclear. Pérez Companc en primer lugar y luego IMPSA (hoy concursada) fueron grupos económicos locales que mostraron apego real a la tecnología compleja y al átomo criollo en las buenas y en las malas, industrialistas y “fierreros”, sin idealizar a nadie.
El grupo Pérez Companc sigue siendo una firma familiar, aunque según Forbes vale más de U$ 4000 millones. Nació desde el petróleo en la posguerra, se diversificó en agro, propiedades, alimentación, telecomunicaciones, banca, y creó, compró y vendió más empresas –algunas gigantescas- de las que caben en un artículo (de Forbes). Pero les gusta volver a la energía. Lo cierto es que en Pérez Companc la cultura hidrocarburífera se hibridizó en los ’80 vía CONUAR con la nuclear, generaciones más sofisticada.
Por eso dudo que la dirección del grupo comparta los balbuceos de Guadagni sobre el futuro energético mundial, y su “visión Heidi” de una Argentina imposible iluminada a gas, sol y viento. Este ex secretario de Energía parece daltónico al desastre climático en curso por las emisiones de gases invernadero, y demasiado libre de temor a las consecuencias políticas, impositivas y judiciales que la animadversión de centenares de millones de damnificados podría tener para las petroleras, afuera y también aquí.
En EEUU otra gente seriamente rica, filantrópica y temerosa de las “class actions”, literalmente gritan que hay que volver a lo nuclear y ponen plata en ello, como Bill Gates (ver aquí). Dicen que por ahora –nos guste o no- la fisión es la única fuente eléctrica disponible a toque de botón y libre de emisiones invernadero. Si se quiere disponibilidad eléctrica 24x7x340 horas /días / año (15 para mantenimiento), las opciones son todas peores.
En el caso de Gates, su pulsión atómica es triple: además del instinto de conservación de especie están su nacionalismo y sus intereses: EEUU no tiene ningún reactor vendible ni siquiera en su mercado interno desde 1981, año en que Gates llegó a ser quien sería, al decir de Borges. El liderazgo mundial en centrales nucleoeléctricas grandes (de 900 MW para arriba), tras asentarse en la Francia de los ’80 a los ’90, pasó con el fin de siglo a China, Rusia, la India y Corea.
Gates cree tener una minicentral muy disruptiva, la TerraPower, con combustible líquido (sales derretidas de uranio) capaz de volver a sentar al Tío Sam en la mesa del póker energético futuro. Si no lo logra, será un juego bastante nuclear y asiático, con Occidente de mirón, salvo Rusia, hasta donde le cabe la occidentalidad.
Pero el Tío Sam trata de comprar otro asiento más grandote en esa mesa: la central compacta modular NuScale, copiada descaradamente del CAREM argentino, ya con luz verde regulatoria en fase 1, “siting” decidido en el Idaho National Lab, propietario municipal (UAMPS, Utah Associated Municipal Power Systems), cash-flow asegurado y 80 firmas proveedoras encolumnadas tras la constructora FLUOR, ingeniería y montajes. En 2020 arrancan e irán a velocidad warp.
(Continuará)
Daniel E. Arias.
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