En el Suplemento Cultural de La Prensa leí, días pasados, una nota del subdirector del diario, donde comenta un libro sobre Leopoldo Lugones. Quiero ocuparme también de Lugones.
Recuerdo para empezar algo obvio: que fue un gran escritor, en tiempos como estos en que los suplementos culturales de los diarios se suelen ocupar de escritores de papier maché, la memoria de cuya obra no creo soporte el transcurso del tiempo. De un lapso no muy prolongado de tiempo. Lugones, como dije, fue un gran escritor. Que, como todo gran escritor abordó temas importantes. Uno fue el de La Guerra Gaucha, es decir el de la guerra de guerrillas sostenida en el norte contra los realistas para lograr nuestra independencia. Otro el de El Imperio Jesuítico, o sea aquel que la Compañía de Jesús estableció en Misiones. Imperio del cual se conservan las imponentes ruinas de San Ignacio y durante el que los indios guaraníes aprendieron no sólo a convivir con los españoles en las llamadas Reducciones, sino a fabricar intrumentos de música similares a los que se hacían en Europa y hasta una imprenta que, transladada a Buenos Aires, sirvió para imprimir el primer periódico porteño.
También compuso Lugones poesía de altísima calidad, como los Romances del Río Seco, las Odas Seculares o la extraordinaria Dedicatoria a los Antepasados que abre los Poemas Solariegos y que termina expresando:
Que nuestra tierra quiera salvarnos del olvido,
por estos cuatro siglos que en ella hemos servido.
Lugones en su juventud fue socialista pero, poco antes de pronunciar su famosa conferencia La Hora de la Espada, ya era nacionalista y adhería al catolicismo que impregna el pasado nacional.
Abrumado y decepcionado de muchas cosas, se suicidó en un recreo del delta. Seguramente Dios le habré perdonado esta decisión extrema, en atención a la angustia que atenazaba su espíritu.
Lugones se expresaba con precisión académica y practicaba esgrima. Mi primer suegro (yo enviudé y me casé de nuevo) Carlos Ibarguren (h), lo encontró un día, se pusieron a charlar y, haciendo referencia a un tercero, Lugones dijo: Grande y buen amigo mío. Además, compañero de pedana.
Para los países es un lujo contar con poetas emblemáticos. Rubén Darío lo es para Nicaragua, Walt Witman para los Estados Unidos, Lope de Vega y tantos más para España, Shakespeare para los ingleses, Péguy para Francia, José Martí para Cuba.
Celebremos los argentinos contar con un poeta como Lugones que, junto con algunos más, nos represente tan dignamente.
Publicado en Diario "La Prensa", 8 de octubre del 2020.
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