El 30 de enero de 1945, apenas tres meses antes del trágico final de la guerra, y de su vida, Adolf Hitler pronunció su último discurso al pueblo alemán que lo escuchó atentamente por las radios que el régimen había repartido generosamente durante los años de bonanza del Reich.
Muchísimos alemanes lo escucharon con el fastidio de siempre (Hitler había ganado las elecciones de 1933 con el 42% de los votos), otros lo escucharon con desencanto y a pesar que se veía venir el terrible fin de la guerra, algunos los escuchaban con devoción.
"En estos años hemos realizado grandes logros y planeado otros aun superiores'', anuncia al comienzo de su alocución. "Tantos logros han provocado la envidia de las democracias inútiles que nos rodean'', dice con voz moderada, tan lejana a los discursos incendiarios a los que tenía acostumbrado a sus seguidores. ``Finalmente me alcé con la victoria'', afirma con tono sereno.
"No importa cuán grave pueda ser la crisis en este momento, al final la superaremos a pesar de todo'', anuncia con cierta vehemencia, pero lejana al tono triunfalista de antaño, sabiendo que los tanques soviéticos avanzaban a paso firme por Polonia, descubriendo a su paso el horror de los campos de concentración. Afirma que el trabajo salvará al pueblo alemán, una frase curiosamente parecida a la que se inscribió a la puerta de Auschwitz:
Insta a reforzar las defensas de la nación que habían crecido imparablemente desde el inicio de su gestión en 1933. "Mantener esta resistencia es la garantía más segura para la victoria final''. Continúa con un ataque a la confabulación sionista contra el pueblo alemán, aunque para ese entonces ya casi no quedaban judíos en el país, más allá de los que padecían en los campos de concentración.
Al final insta a redoblar el esfuerzo de sus camaradas para continuar la resistencia asegurando que ese será el camino a la victoria.
MONEDA CORRIENTE.
Antes del Führer y, lo que es aún peor, después de que pusiera fin a sus días, alocuciones semejantes se han repetido por tiranos, dictadores, tiranuelos y presidentes bananeros abusando de la misma mecánica del discurso:
El último discurso de Hitler proclamando la victoria cuando todo caía a pedazos y el trágico final estaba a días de distancia, es un ejemplo de la hipocresía, el autoconvencimiento, el desprecio a la inteligencia de sus seguidores y el fanatismo que guía a algunos líderes empecinados con proyectos que solamente llevarán a sus naciones hacia un trágico final, que obstinadamente no quieren ver o deliberadamente se encargan de dirigir como una nave enfilando contra un iceberg.
Publicado en Diario "La Prensa", 9 de febrero del 2021.
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