Se me ha descompuesto el televisor. De modo que no estoy viendo televisión desde hace un par de días y seguramente pasarán algunos más antes que el aparato esté arreglado. Y, gracias a esta contingencia imprevista, he descubierto que se puede vivir sin ver televisión.
En primer lugar el ayuno de TV me ha permitido confirmar que son pocos los programas que me interesan. Diría que los únicos que veo con gusto son los deportivos y en este momento lamento no poder seguir el Abierto de Australia. Con el agravante de que una argentina todavía está en carrera.
Pero, fuera de los deportivos, advierto que los demás no me interesan en absoluto. Ni las entrevistas a personajes que no conozco, que dan cátedra con escasos conocimientos. Ni los que se supone que están destinados a entretener. Ni aquellos frívolos con señoritas livianas de ropa que la decencia impone cambiar de canal. Ni siquiera los informativos me atraen ya, pues las noticias, amén de repetidas, son más vale insulsas. Sobre todo las vinculadas con la política, que cada vez reviste menos interés.
El otro día asistí a una excepción, que comenté luego en este diario. Fue un programa evocativo de la carrera Buenos Aires / Caracas muy bien hecho, que me devolvió a mi juventud, cuando disfruté siguiendo por radio la extensa competencia, para terminar desolado por la avería sufrida por el auto de Oscar Alfredo Gálvez, El Aguilucho.
Pero claro, éste también fue un programa deportivo, vale decir que se contaba entre los que ya mencioné como excepciones.
Repito: se puede vivir sin ver televisión. Como se puede vivir sin tomar gaseosas.
Cuando yo era chico vivía en el campo. En un campo próximo a la estación Pirovano, partido de Bolívar, Ferrocarril Sur. Que se escribía Sud. Hoy General Roca. Donde lo único importante que ocurrió en la historia del pueblo fue la llamada Tragedia de Pirovano. Que tuvo lugar en 1905, cuando en un tren que transportaba revolucionarios se sublevó la tropa, masacrando a los oficiales que la mandaban. Entre los revolucionarios venía Enrique Julio, fundador del diario La Nueva Provincia. Y el abuelo de mi amigo Darío Casapíccola.
Al pueblo de Pirovano lo fundó mi tío Rodolfo Pirovano, que lo llamó así en homenaje de su padre Ignacio, el célebre cirujano del 80. Mi madre era Pirovano y yo me crié cerca del pueblo.
Se puede vivir sin ver televisión. Y sin tomar gaseosas. Cuando yo era chico y vivía cerca de Pirovano no existía la televisión. Y no tomaba gaseosas sino agua, que se enfriaba metida en una damajuana envuelta en arpillera y colgada de la rama de un árbol, al fresco de la brisa.
En aquellos tiempos se vivía más sobriamente. Y sería bueno que recuperáramos esa sobriedad, suprimiendo necesidades creadas artificialmente.
Cuando uno lee el Evangelio, advierte que en el siglo I sólo se tomaba agua fresca sacada de un pozo y habitualmente se comía pan, como aquel que un cuervo le traía al profeta Elías para sustentarlo. Y como el que se pide a Dios en el padrenuestro, para que no nos falte. El vino era una excepción celebratoria.
En un artículo que leí el otro día dice que en la estación Pirovano todavía se ven las marcas de los balazos disparado en 1905. Yo no las vi.
Publicado en Diario "La Prensa", 18 de febrero del 2021.
http://www.laprensa.com.ar/499233-Abstinencia-de-television.note.aspx
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