Luis Ángel Firpo.
Por José Narosky.
No hace falta aclararles que no soy un comentarista de box, pero hay hechos que aun siendo meramente deportivos, consiguen conmover -positivamente- las fibras más íntimas de los pueblos. Tal el caso del triunfo argentino en el Campeonato Mundial de Fútbol en 1978, disputado en nuestro país, el de 1986 en México y el último en Qatar.
Y quiero aludir a un acontecimiento deportivo -boxístico específicamente-. Porque fue sin duda una noche inolvidable para los argentinos, aquella del 14 de septiembre de 1923. Los que no habíamos nacido aún, la podemos imaginar fácilmente. Un muchacho argentino, Luis Angel Firpo -el Toro Salvaje de las Pampas, lo apodaron los norteamericanos- se enfrentaba al campeón mundial de los pesos pesados, el famoso Jack Dempsey. Y lo hacía en los Estados Unidos adonde había viajado sí, lleno de ilusiones.
Firpo sabía que una ilusión fracasada sería una experiencia dolorosa. Pero también sabía, que una vida sin ilusiones, es siempre una vida dolorosa.
Ganó varias peleas en el país del norte, desde su debut allí. Así pudo acceder a lo que se llamó por primera vez, el ‘Combate del siglo’. Les había ganado fácilmente a todos los que lo habían enfrentado, incluidos los famosos Bill Brennan y Jess Willard, excampeón mundial.
Unido por un ideal común y un sentimiento simultáneo de alegría por la actuación de Firpo y de dolor por su derrota y por la incorrección que le había “robado” –digámoslo- al argentino. Y cuando el dolor y la alegría llegan juntos, la alegría suele ser triste. Dicen que el argentino al finalizar la pelea, no quiso mostrar su dolor por la injusticia. Que apretó sus labios, todavía en el ring. Pero alguien vio asomar a sus ojos, una lágrima. ¡Y una lágrima puede decir más que un llanto...!
Firpo fue el primer boxeador en poseer una licencia profesional. También fue un precursor en el tema del marketing. Numerosos productos llevaron su nombre o fueron patrocinados por él, incluyendo uno de los primeros periódicos deportivos del país llamado Firpo Sports. Poseía varios negocios, incluyendo concesionarios de automóviles y otros, y para el momento de su muerte era dueño de miles de hectáreas de algunas de las tierras más fértiles del mundo. A medida que su leyenda crecía, sus otros logros en el ring fueron casi olvidados o minimizados por su legendaria pelea con Dempsey.
En 2024, fue incorporado al Salón de la Fama Internacional del Boxeo en Canastota como parte de la Clase de 2024 en la categoría de “Viejas Glorias”. Cien años de espera terminaban y se hacia justicia. Fue un reconocimiento a su fuerza física y mental, y también a su humildad.
VERDADERO DOLOR.
Firpo siguió combatiendo un tiempo más. Y aunque el verdadero dolor no necesita aniversarios, cada 14 de septiembre –aniversario de la pelea- le traía a Firpo una especial tristeza.
Anualmente, cada vez que llegaba ese día, contrariando su carácter afable y cálido, se volvía taciturno, melancólico. Y el devenir del tiempo y el paso de los años, no lograron cerrar su antigua herida, hasta el último día de su existencia, un 7 de agosto de 1960. Porque fue uno de esos dolores para los que las lágrimas no alcanzan. Es que aprendemos a aceptar, pero no podemos aprender a sufrir.
Y del dolor de este muchacho argentino cuyas ilusiones fueron tan golpeadas por una injusticia que no logró superar, llegó a mi mente este aforismo: “Si la vieja herida sangra, no es vieja”.
*** Publicado en LA PRENSA.
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