«La compra de la República» - Giovanni Papini (1881-1956)
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia...
Este cuento yá se publicó allá por agosto
del 2010. Y sigue teniendo vigencia. Se vuelve a publicar.
Este mes he comprado una República.
Capricho costoso y que no tendrá imitadores. Era un deseo que tenía desde hace
mucho tiempo y he querido librarme de él. Me imaginaba que el ser dueño de un
país daba más gusto.
La ocasión era buena
y el asunto quedó arreglado en pocos días. El Presidente tenía el agua hasta el
cuello; su ministerio, compuesto por clientes suyos, era un peligro. Las cajas
de la República estaban vacías; imponer nuevos impuestos hubiera sido la señal
del derrumbamiento de todo el clan que se hallaba en el poder, tal vez de una
revolución. Había ya un general que armaba bandas de irregulares y prometía
cargos y empleos al primero que llegaba.
Un agente americano
que se hallaba en el lugar me avisó. El ministro de Hacienda corrió a Nueva
York: en cuatro días nos pusimos de acuerdo. Anticipé algunos millones de
dólares a la República y además asigné al Presidente, a todos los ministros y a
sus secretarios unos emolumentos dobles de aquellos que recibían del Estado. Me
han dado en garantía –sin que el pueblo lo sepa– las aduanas y los monopolios.
Además, el Presidente y los ministros han firmado un covenant secreto,
que me concede prácticamente el control sobre la vida de la República. Aunque yo parezca,
cuando voy allí, un simple huésped de paso, soy en realidad, el dueño casi
absoluto del país. En estos días he tenido que dar una nueva subvención, bastante
crecida, para la renovación del material del ejército y me he asegurado, en
cambio, nuevos privilegios.
El espectáculo, para
mí, es bastante divertido. Las cámaras continúan legislando, en apariencia
libremente; los ciudadanos continúan imaginándose que la República es autónoma
e independiente y que de su voluntad depende el curso de las cosas. No saben que todo
cuanto se imaginan poseer –vida, bienes, derechos civiles– depende en última
instancia de un extranjero desconocido para ellos, es decir, de mí.
Mañana puedo ordenar
la clausura del Parlamento, una reforma de la constitución, el aumento de las
tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrados. Podría, si me pluguiese,
revelar los acuerdos secretos de la camarilla ahora dominante y derribar así al
gobierno, desde el Presidente al último secretario. Y no me sería imposible
obligar al país que tengo bajo mi mano a declarar la guerra a una de las
repúblicas colindantes.
Esta potencia oculta
e ilimitada me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todos los
fastidios y la servidumbre de la comedia política es una fatiga bestial; pero
ser el titiritero que detrás del telón puede solazarse tirando de los hilos de
los fantoches obedientes a su movimiento, es una voluptuosidad única. Mi
desprecio de los hombres encuentra un sabroso alimento y mil confirmaciones.
Yo no soy más que el
rey incógnito de una pequeña República en desorden, pero la facilidad con que
he conseguido dominarla y el evidente interés de todos los iniciados en
conservar el secreto, me hace pensar que otras naciones, y tal vez más vastas
e importantes que mi República, viven, sin darse cuenta, bajo una dependencia
análoga de soberanos extranjeros. Siendo necesario más dinero para su
adquisición, se tratará, en vez de un solo dueño, como en mi caso, de un trust,
de un sindicato de negocios, de un grupo restringido de capitalistas o de
banqueros.
Pero tengo fundadas
sospechas de que otros países son gobernados por pequeños comités de reyes
invisibles, conocidos solamente por sus hombres de confianza que continúan
recitando con naturalidad el papel de jefes legítimos.
* En «Gog - El
libro negro», Ed. Círculo de Lectores, Barcelona, España, 1969, págs. 112-113.
Blog Decíamos Ayer.
http://blogdeciamosayer.blogspot.com/2025/10/la-compra-de-la-republica-giovanni.html
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