Los días 17 y 18 de octubre de 1945, obreros del Gran La
Plata (La Plata, Berisso y Ensenada) realizaron una masiva movilización en el
marco de una protesta nacional, conocida como el Día de la Lealtad, por la
liberación del coronel Juan Domingo Perón, que había sido Secretario de
Trabajo, Ministro de Guerra y vicepresidente de facto. Dicha medida de fuerza
mantuvo convulsionada a esta región durante unos días.
“Un pujante palpitar sacudía la entraña en la ciudad. Un
hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban
llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los Talleres de Chacarita y
Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones
y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas” diría Raúl Scalabrini
Ortiz.
Decía Arturo Jauretche sobre quién o quienes fueron “los
hacedores” del 17 de octubre de 1945: “Sólo un genio pudo haberlo hecho, por
eso creo que no lo organizó nadie”.
Decenas de miles de personas habían cruzado el Riachuelo,
sin detenerse cuando el gobierno del general Edelmiro Farrell –nacido en el sur
bonaerense- ordenó levantar los puentes en un vano intento de detenerlas.
Por eso Scalabrini Ortíz decía: “Brotaban de los pantanos de
Gerli y Avellaneda o descendían de Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo
grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de
precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el
empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado…”.
Leopoldo Marechal la recuerda así: “Me llegó desde el Oeste
un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle
Rivadavia {donde yo vivía}; e! rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que
reconocí primero la música de una canción popular y en seguida, su letra: -Yo
te daré / te daré, patria hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con
P / Perooooón. Y aquel –Perón- resonaba periódicamente como un cañonazo. Me
vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba
rumbo hacia la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé a los miles de rostros que la
integraban: no habia. rencor en ellos, sino la alegría de salir a la
visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina –invisible- que algunos
habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar a sus millones de caras
concretas y que no bien la conocieron, les dieron la espalda. Desde aquellas
horas, me hice peronista”
“Comprendí que esa gente de bromas infantiles y procederes
hidalgos, que se burlaba de lo ridículo, pero respetaba lo respetable, que
atravesaba el Riachuelo a nado, que venía de los apartados arrabales para
jugarse por un amigo, era mi gente; sentía la vida como yo, tenía mis valores,
no se manejaba por palabras sino por realidades; era el pueblo, mi pueblo, el
pueblo argentino…” expresó el historiador José María Rosa.
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