GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...

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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

viernes, agosto 16, 2013

EFEMÉRIDES DE LA PATRIA GRANDE: 17 de agosto de 1.850 - PASO A LA INMORTALIDAD DEL LIBERTADOR GENERAL JOSÉ DE SAN MARTÍN.


En su Proclama al Ejército de los Andes en tierras de Mendoza, por el año 1.819, el General de la Patria Grande que expresaba y sabía manifestar sus pensamientos en las Proclamas de manera clara.
“Ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene á atacarnos: sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos á desengañarlos. La guerra se la tenemos de hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos ha de faltar; cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres, y sino andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. Yo y vuestros oficiales os daremos el ejemplo en las privaciones y trabajos. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre ó morir con ellas como hombres de coraje”.

EL SABLE DE SAN MARTÍN.
El 5 de diciembre de 1835 desde la Francia, el Libertador General Don José de San Martín le escribió a su yerno Mariano Severo Balcarce que vivía en Buenos Aires casado con su hija Mercedes Tomasa y le manifestaba: “Lo que sí les encargo se traigan es mi sable corvo que me ha servido en todas mis campañas de América y servirá para algún nietecito si es que los tengo. En cuanto a los demás ya les tengo escrito con extensión en la suposición de que deben venir contando no volver a América”.
En el testamento manifiesta su voluntad que “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al general de la República Argentina Dn. Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.
El escritor y poeta argentino Leopoldo Lugones pensaba que San Martín "Redactó su testamento partiendo su herencia en dos, dejó su corazón a Buenos Aires y su sable a Juan Manuel de Rosas".
Asentado el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas en Southampton, Inglaterra, recibe el sable del Libertador, dándose cumplimiento a lo establecido en la tercera cláusula testamentaria de San Martín de 1844.  En su chacra de Burguess Street Farm, tenía exhibida la reliquia dentro de un cofre, en cuya tapa hizo colocar una chapa de bronce en la que estaba grabada la cláusula del testamento ya citado.
Rosas dispuso en su testamento "A mi primer amigo el Señor D. Juan Nepomuceno Terrero se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General D. José de San Martín ("y que lo acompañó en toda la Guerra de la Independencia") por la firmeza que sostuve los derechos de mi Patria''. Muerto mi dicho amigo, pasará a su esposa la Señora D. Juanita Rábago de Terrero, y por su muerte a cada uno de sus hijos e hija, por escala de mayor edad''.
Tras el fallecimiento del “Restaurador” Juan Manuel de  Rosas, acaecida en 1.877, ya había fallecido Juan Nepomuceno Terrero, correspondiéndole, conforme a la cláusula testamentaria, la posesión a Máximo Terrero, hijo mayor, y esposo de Manuelita Rosas.
En 1896, el  director del Museo Histórico de la Capital,  Adolfo Carranza,  le escribió una carta a Manuela Rosas requiriendo la donación al Museo Histórico del Sable del Libertador para ser exhibido en esa institución.
En noviembre de ese mismo año le contesta Manuelita Rosas de Terrero a Carranza, desde Londres, le responde: ''Al fin mi esposo, con la entera aprobación mía y de nuestros hijos, se ha decidido en donar a la Nación Argentina este monumento de gloria para ella, reconociendo que el verdadero hogar del Sable del Libertador, debiera ser en el seno del país que libertó'' requiriéndole, posteriormente, el pedido oficial respectivo para el envío del sable. Con fecha 20 de diciembre Carranza, conforme al requerimiento efectuado, se dirige por nota oficial a Máximo Terrero, pidiéndole la donación del Sable Corvo del General San Martín. Con fecha 1º de febrero de 1897, Terrero contesta la nota oficial al Director del Museo Histórico, expresándole en su parte resolutiva: "Mi contestación es el envío de la prenda a Buenos Aires, acompañada de una nota dirigida al Señor Presidente de la República, suplicando a S. E. se sirva aceptarla en calidad de una donación hecha a la Nación Argentina, en nombre mío, de mi esposa, de nuestros hijos y al mismo tiempo manifestando el deseo que sea depositada en el Museo Histórico Nacional".

El presidente doctor José Evaristo Uriburu no concurrió al puerto para recibir el sable del General San Martín, ni el jefe máximo del Ejército que fue interpretado como un desagrado porque la donación la habían efectuado los descendientes de Juan Manuel de Rosas (Rosas era una mala palabra…). Los únicos asistentes al acto fueron un grupo de personas allegadas a Juan Manuel Ortiz de Rozas, algunos miembros de la Asociación de la Prensa de la ciudad de La Plata, a los que se sumaba un pequeño grupo de vecinos de Ensenada.

Y como yapa 

San Martín por Eduardo Galeano.

26 de junio de 1822
Guayaquil
Encuentro en Guayaquil. Entre el mar Caribe y el océano Pacífico, se abre un camino de arcos de triunfo: el general Bolívar acude desde el norte. Viene desde el sur José de San Martín, el general que atravesó la cordillera de los Andes en busca de la libertad de Chile y de Perú. Bolívar habla, ofrece. —Estoy cansado —corta, lacónico, San Martín. Bolívar no le cree; o quizás desconfía, porque todavía no sabe que también la gloria cansa. San Martín lleva treinta años de batallas, desde Orán hasta Maipú. Por España peleó el soldado y por América el curtido general. Por América, y nunca contra ella: cuando el gobierno de Buenos Aires le mandó aplastar las huestes federales de Artigas, San Martín desobedeció y lanzó su ejército a las montañas, para continuar su campaña por la independencia de Chile. Buenos Aires, que no perdona, le niega ahora el pan y la sal. En Lima tampoco lo quieren. Lo llaman el rey José. Desencuentro en Guayaquil. San Martín, gran jugador de ajedrez, evita la partida. —Estoy cansado de mandar —dice, pero Bolívar escucha otras palabras: Usted o yo. Juntos, no cabemos. Después, hay banquete y baile. Baila Bolívar en el centro del salón, disputado por la damas. A San Martín lo aturde el ruido. Pasada la medianoche, sin decir adiós se marcha hacia los muelles. El equipaje ya está en el bergantín. Da la orden de zarpar. Se pasea en cubierta, a pasos lentos, acompañado por su perro y perseguido por los mosquitos. El barco se desprende de la costa y San Martín se vuelve a contemplar la tierra de América que se aleja, se aleja.

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