Gral. Lucio Mansilla. |
“El 20 del corriente nuestras armas se han colmado de gloria, sosteniendo por ocho horas consecutivas el fuego de ciento cincuenta bocas de cañón de los infames anglofranceses con sólo veinte cañones de menos calibre estas baterías de la Vuelta de Obligado.
“Apagados nuestros fuegos, concluidas nuestras municiones, disputábamos el punto con la infantería cuando un golpe de metralla sobre el estómago me dejó privado de acción y de voz.
“Pero a pesar de que la excesiva ventaja de los cañones de los inicuos extranjeros haya conseguido desmontar y despedazar las baterías de Obligado, no por eso osarán invadir nuestra tierra.
“Las caballerías cubren los alrededores de aquel punto, y no ocupan nuestros cobardes agresores más terreno que el que alcanza su metralla. Seguiré sus movimientos para impedir que pisen el suelo que tan atrozmente han ofendido”.
Gral. Lucio Mansilla
Parte al Comandante Militar de Rosario, 22 de noviembre de 1845.
Obligado: La soberanía en cadenas
por Raúl Jorge Lima.
Hay derrotas que dignifican, que dejan al vencido en postura más airosa que antes de sufrirla. Por eso, teniendo tantas glorias militares en nuestro haber, hemos elegido una derrota -una derrota gloriosa- para conmemorar el día de la Soberanía Nacional: el combate de Obligado, que tuvo lugar hace hoy 156 años, el 20 de noviembre de 1845. ¡Conmovedoras cadenas de Obligado, brazos de hierro tendidos en infructuoso y precario intento de impedir el paso a la flota de los dos países más poderosos de la tierra! Hace ya medio siglo que estreché sus herrumbrados eslabones, y aún recuerdo que el óxido impresionó mis ojos infantiles como la sangre seca de los mártires que las tendieron, muñón sangriento de la patria afrentada por la prepotencia extranjera.
El escenario del combate.
Fue en el río Paraná, en la Punta o Vuelta de Obligado, entre San Pedro y Ramallo, provincia de Buenos Aires. Tiene allí el brazo del río poco más de setecientos metros de ancho, y la costa se eleva en una loma que lo domina y luego desciende suavemente hasta él. Por lo propicio, ese fue el lugar escogido. Los invasores venían con el pretexto de liberar nuestros ríos ¡Mentira! Los poderosos intereses de la casa inglesa Lafont en Montevideo, y la conveniencia de crear otro Estado “tapón” como Uruguay, con las provincias de Entre Ríos y Corrientes, fueron la clave del atropello. El derecho no les asistía y así tuvieron que reconocerlos en los Tratados "Arana-Southern” con Gran Bretaña, en 1849, y “Arana-Lepredour” con Francia, en 1850. Y fue la heroica acción de Obligado (y las posteriores de San Lorenzo, Quebracho, y Tonelero), la causa que obligó a los dos todopoderosos a doblar la cerviz y firmarlos. Ellas, y la repercusión que alcanzaron en la prensa de todo el mundo.
En el río, las tres cadenas -más que una barrera, un símbolo-, fijadas a un mogote y tendidas sobre veintidós buques desmantelados, fondeados y acoderados, interrumpiendo el paso; el bergantín “Republicano”, sujetaba el otro extremo. En la costa, cuatro baterías escalonadas, mal equipadas con cañones anticuados y escasa munición. Sus jefes: el teniente coronel de artillería Juan Bautista Thorne (a partir de ese día, “el sordo de Obligado”); el teniente de artillería Felipe Palacios; el teniente de marina Eduardo Brown (hijo del almirante); el capitán Alvaro Alzogaray (sí, el bisabuelo). Las servían 160 artilleros y 60 de reserva. Las guarnecían milicianos de infantería al mando del coronel Ramón Rodríguez, de heroico comportamiento. De reserva, apostados en un monte, infantes y dos escuadrones de caballería, al mando del ayudante Julián del Río y del teniente Facundo Quiroga (hijo de Juan Facundo). En forma espontánea, se les reunieron los jueces de paz de San Pedro, Benito Urraco; de Baradero, Juan Magallanes; y de San Antonio de Areco, José Tiburcio Lima (mi tatarabuelo), al frente de 300 vecinos. La presencia de estos civiles demuestra que, cuando la lucha no era fraticida y la Patria estaba en peligro, no se necesitaban levas forzosas, como las que describe el “Martín Fierro”. Todos a órdenes del General Lucio Norberto Mansilla (padre de Lucio Victorio, el de “Una excursión a los indios ranqueles”), quien tenía 53 años y no había faltado a una sola de las citas de honor de la patria, comenzando siendo casi un niño con las invasiones inglesas. A los 28, habiendo ya fatigado la gloria, fue declarado “Benemérito de la Patria en grado heroico”). Nuestra flota había sido capturada frente a Montevideo, ante un Brown que se resignó estoicamente a la orden de no resistir (varios de nuestros barcos fueron utilizados en Obligado, contra su propia patria). La poderosa flota llegó, remontando el Paraná. El Gral. Mansilla pronunció una vibrante arenga y se cantó el Himno nacional. El poderío anglo francés era impresionante, entre ellos varios buques de vapor. Sumaban 113 cañones de grueso calibre (las granadas explosivas “Paishant” y los cohetes a la “Congreve” ni siquiera eran conocidos en estas tierras). Luego de nueve horas de combate en que los defensores hicieron prodigios de valor, se les terminaron las municiones. El bergantín “Republicano”, ya sin ellas, fue volado para que no cayera en manos del enemigo, y éste logró así cortar las cadenas. Luego vino el desembarco, en que Mansilla ordenó una carga a la bayoneta; fue herido en el pecho por un rebote de metralla, y lo reemplazó el coronel Francisco Crespo. Mientras rechazaban al enemigo, eran barridos por la metralla de los buques. Por fin debieron replegarse, ordenadamente, a dos leguas de distancia. Se había luchado desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde. Las agallas habían sido aplastadas por la maquinaria bélica (esta vez venció Goliat). Tuvimos 250 muertos y 400 heridos sobre 2160 combatientes. Pero se infligió grave daño al enemigo y se ofreció al mundo un ejemplo de coraje.
Cartas de San Martín.
En carta a Guido, comentando este combate, San Martín escribe: “Los interventores habrán visto por este “echautillon” que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca”. En carta a Rosas: “Esta contienda...en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. En carta a su amigo chileno Tocornal, califica de “infame e injustísima” a la intervención.
Un contrasentido que clama al cielo
Como parte de esta injusta intervención, el río Uruguay había sido “tomado” por el aventurero José Garibaldi, a quien los diarios de Buenos Aires llamaban “el chacal de los tigres anglofranceses”; saqueó las ciudades de Gualeguychú y Salto (no lo logró en Paysandú y Concordia). Proeza como la de Obligado merece perpetuarse en el bronce. En el lugar del combate se erige un modestísimo monolito de ladrillo revestido. Pero si el lector visita, en la ciudad de Buenos Aires, el Jardín Zoológico o el Jardín Botánico, verá, frente a esos Paseos, en el centro de la estratégicamente ubicada “Plaza Italia”, un suntuoso monumento ecuestre ¿el del heroico Gral. Mansilla? No, el de José Garibaldi, “el chacal de los tigres anglofranceses”...
Don Alberto Merlo nos interpreta maravillosamente este tema que compusiera junto a Miguel Brasco este Triunfo dedicado a un hecho histórico que ocurrió bajo la Gobernación de Don Juan Manuel de Rosas.
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