Durante casi ocho años Guillermo Moreno, por oficio ferretero y por vocación matón, manejó la economía argentina con torpeza insolente, protagonizando un fracaso bochornoso tras otro. ¿Por qué, pues, no lo echaron Néstor Kirchner mientras estuvo o, luego de erigirse en monarca absoluta del país, Cristina? Algunos dicen que a Néstor le resultaban divertidas las andanzas del hombre, que le encantaba que empresarios supuestamente poderosos temblaran de miedo toda vez que se les acercaba, y que Cristina se negaba a despedirlo porque no quería "entregar su cabeza a Clarín", de ahí su voluntad de pasar por alto los destrozos que cometía a diario.
Quienes piensan así parecen suponer que, para el matrimonio presidencial, Moreno era una mascota adoptada que otros encontraban antipática pero con la que, por razones difícilmente explicables, se habían encariñado hasta tal punto que se resistían a echarlo de la casa. Pero el exministro de Economía de facto no era un intruso. Antes bien, era el funcionario que encarnaba mejor que ningún otro "el proyecto".
Es que a los Kirchner les convenía la noción de que un tipo tan pintoresco e irascible como Moreno fuera el responsable principal de casi todos los problemas económicos del país. Si bien su propia voluntad de tolerarlo motivaba extrañeza, el que hasta los críticos más virulentos del gobierno se ensañaran con el personaje, confeccionando listas de los diez o veinte papelones más grotescos que le atribuían, sirvió para exonerarlos de la culpa que les correspondía. Pero Moreno nunca pudo hacer nada sin la aprobación explícita de jefes notorios por su negativa a permitir cualquier forma de disidencia. Todo cuanto hizo a partir de diciembre del 2007 contó con el aval de Cristina.
Puesto que a pocos les haría gracia saber que el país está en manos de personas que no vacilan en mentir descaradamente falseando las estadísticas, declarar la guerra a los libros importados so pretexto de que la tinta usada por extranjeros inescrupulosos es venenosa, actuar como capos mafiosos en su relación con los empresarios más importantes, permitir que la inflación resurgida provoque estragos en todas partes y organizar expediciones estrafalarias a países como Angola para regalar medias decoradas con la consigna "Clarín miente" a niños africanos descalzos, entre muchísimas otras barbaridades, era reconfortante suponer que tales extravagancias se debían a un personaje en cierto modo ajeno al kirchnerismo auténtico.
Muchos que se sentían alarmados por la conducta gangsteril de Moreno pero que, hasta el mes pasado, así y todo votaban por Cristina o sus candidatos se aferraron a la ilusión así supuesta. Lo hicieron, y algunos siguen haciéndolo, porque, en sociedades de cultura política caudillista que se han acostumbrado a la desigualdad extrema, es siempre muy fuerte el deseo popular de pensar bien del líder máximo. En la vieja Rusia imperial, los campesinos confiaban en que un buen día el zar, luego de darse cuenta de las calamidades provocadas por el ministro más notorio, los libraría de sus garras. Años más tarde, los nietos de aquellos campesinos crédulos se convencieron de que Stalin era un hombre bondadoso engañado por colaboradores malévolos. Hundida la Unión Soviética, algunos viejos todavía sienten nostalgia por el monstruo que tanto sufrimiento causó; recuerdan sus propias esperanzas, no lo que efectivamente sucedió.
Sin Moreno, Cristina necesita reemplazarlo por otro chivo expiatorio. Ya lo tiene: Axel Kicillof. Puede que ella misma no tome en serio, o sencillamente no entienda, las teorías económicas marxistas que, fuera de Corea del Norte, sólo interesan a los paleontólogos, pero no le disgustará que el nuevo ministro de Economía sea considerado resuelto a aplicar medidas inspiradas en su lectura de "El Capital", una obra que fue publicada hace un siglo y medio en circunstancias muy distintas de las actuales. Significará que los errores perpetrados por el gobierno mientras dure la gestión de Kicillof serán imputados a su fe conmovedora en las enseñanzas del pensador alemán decimonónico.
Aun cuando, para decepción de sus correligionarios académicos y la muchachada de La Cámpora, el ministro flamante resulte ser un pragmático más preocupado por conseguir resultados concretos satisfactorios que por dejarse guiar por las disquisiciones ideológicas de sus mentores intelectuales, los problemas que le aguardan son tan graves, y la posibilidad de que logre superarlos de manera indolora es tan escasa, que Cristina no carecerá de motivos para esperar que, una vez más, la mayoría se concentre en el presunto aporte de un subalterno al desaguisado que ella misma ha cocinado. Querrá flotar por encima del resto del país, apostando a que los depauperados por lo que vendrá la tomen por una víctima más de la inoperancia de sus empleados. Puede que, como tantos marxistas, la presidenta se las ingenie para convencerse de que los resultados caóticos de su gestión no se deben a las deficiencias del credo, el que en su caso particular es el insinuado por "el relato" setentista, sino a los errores "humanos" cometidos por los encargados de aplicarlo.
Existe la impresión de que Kicillof se imagina el hombre indicado para remodelar la economía nacional, estatizando diversos sectores para ponerlos al servicio del pueblo. De confirmarse tales sospechas, las reservas del Banco Central continuarán evaporándose, los inversores, si aún los hay, se replegarán a sus cuarteles de invierno, la inflación cobrará más fuerza, la carestía se hará sentir cada vez más. Pero sólo sería el comienzo. Más tarde vendrían dificultades decididamente mayores: mal que le pese a Cristina y los incondicionales que la rodean, la Argentina no es Venezuela y La Cámpora, que últimamente ha conseguido más poder, no se parece demasiado a las turbulentas milicias bolivarianas que, con métodos aún más contundentes que los favorecidos por Moreno, mantienen intimidados a los opositores.
Pues bien, ¿cómo reaccionará la ciudadanía si se difunde el temor de que un teórico marxista se haya propuesto aprovechar una oportunidad para repetir un experimento que en otras latitudes sólo ha producido miseria, razón por la cual los gobiernos declaradamente marxistas de China y Vietnam han preferido permitir que, cuando de la economía se trata, los mercados lleven la voz cantante? Aunque Kicillof entienda que a esta altura sería insensato intentar algo tan excéntrico, no le será dado desvincularse del epíteto "marxista" que podría sonar inocuo en los círculos académicos que frecuentaba antes de transformarse en un funcionario K pero que, entre gente menos sofisticada, no lo ayudará del todo. Por el contrario, para los sindicalistas peronistas habituados a corear "ni yanquis ni marxistas", es una provocación que no soñarán con soportar por mucho tiempo.
Publicado en Diario "Río Negro", viernes 22 de noviembre de 2013.
Imagen: Internet.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.