Hace 50 años, el mismo día que Kennedy, morían Aldous Huxley y C.S. Lewis. Uno escribió "Un mundo feliz"; el otro, "Las crónicas de Narnia". Buscaron una verdad por caminos alternativos.
En 1957, antes de convertirse en el presidente más carismático de la historia de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy se convirtió en escritor. En uno exitoso: ganó el Premio Pulitzer por Profiles in courage. Pero apenas siete años después –hace medio siglo exactamente– el presidente escritor murió asesinado. La sombra del magnicidio hizo que la mayoría olvidara que ese 22 de noviembre de 1963 murieron Aldous Huxley y Clive Staples Lewis, dos autores en verdad trascendentes en el mapa de la literatura contemporánea.
Sus obituarios, más pequeños que el del presidente, tardaron en salir. El primero murió en California; el segundo, en Oxford; los dos perdieron a sus madres cuando eran chicos y los dos tenían una literatura potente cargada de alegorías, filosofía, y preguntas que parecen respuestas.
Uno era cristiano y el otro no: los dos eran británicos, aunque C.S. se crió en Belfast. Las experiencias traumáticas también los emparentan. Poco antes de que Lewis peleara en la Primera Guerra Mundial y cargara con esa vivencia el resto de su vida, Huxley peleó contra una ceguera que lo mantuvo a oscuras durante casi dos años. En 1942 escribiría al respecto El arte de ver. Los caminos de uno y otro continuaron cruzándose siempre. Los dos se casaron con extranjeras.
La enumeración de hechos no es antojadiza. Las vidas de ambos se reflejan en sus obras y por momentos son indivisibles.
Cuando Lewis tenía 32, su amigo JRR Tolkien –autor de El señor de los anillos – lo convenció de volver al cristianismo, pero no pudo arrastrarlo hasta el catolicismo; con decepción vio cómo Lewis se hacía anglicano. Su obra más conocida son los siete tomos que componen Las crónicas de Narnia: una apología cristiana. Lewis creía que su obra no lo sobreviviría, pero nunca se hizo tan famosa como en los últimos años, tras su adaptación cinematográfica. Lo mismo ocurre con La trilogía cósmica . Fue ensayista, escribió sus memorias y fue locutor. Pero no siempre lo recuerdan bien. Philip Pullman, autor de La materia oscura, tildó sus libros de “reaccionarios” y “propaganda cristiana”, “descaradamente racista”. Apologista cristiano, seguro: no por nada descubrirán hoy una plaqueta en su honor en la Abadía de Westminster.
Para hablar de la vida y la obra de Aldous Huxley, basta hablar de su muerte, que su última esposa –Laura Archero– detalló en una carta al hermano de su esposo, Julian Huxley. “La expresión de su rostro empezaba a mirar como lo hizo cada vez que tenía la medicina moksha , cuando esa inmensa expresión de completa felicidad y el amor lo invadía. Dejé que pasara media hora, y luego decidí darle otros 100 mg”, relata. Es que Huxley decidió vivir esas horas en un viaje de LSD, mientras su mujer recitaba El libro tibetano de los muertos.
Cierto misticismo oriental y la experimentación sensorial –que ya había probado con su ceguera temprana–aparecen en buena parte de su obra. Tras sus viajes de mescalina previos al LSD escribió Las puertas de la percepción. Muy anterior es su libro más famoso –posterior a Contrapunto – Un mundo feliz, una distopía futurista sobre el control social. Siguieron viajes por Centroamérica y más tarde por Oriente Medio. Visitó Buenos Aires y se hospedó en la casa de Victoria Ocampo. Ya se había trasladado de manera permanente a los Estados Unidos, donde cultivó su misticismo y amistades con celebridades como Charles Chaplin o Walt Disney. Menos conocida es su logradísima La Isla, acaso la contracara de Un mundo feliz. En La Isla, los nativos se abandonan a la medicina Moksha para iluminarse. “Lo que sucedió es importante no sólo para sus seres queridos sino que es una continuación de su trabajo, por lo que tiene importancia para la gente”, escribe su viuda en el comienzo de esa carta famosa.
Huxley y Lewis no eran amigos, como muchos piensan. Tampoco hay demasiados registros de que se hubieran leído o frecuentado. Se parecen, sin embargo. Los dos buscaban una verdad sin el tono aleccionador de Herman Hesse. Un autor más oportunista, Peter Kreft, imaginó un encuentro entre ellos y Kennedy en el Purgatorio en su novela Entre el cielo y el infierno. Quién sabe.
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