Hace unos años, algunos, los necesarios para que el recuerdo por él sea desde el domingo esta sonrisa clara, nos dimos cita con Horacio Ferrer en el Café de Flore, de la querida París. Por aquel entonces era mi ciudad, a la que él visitaba cuando deseaba "dejar un rato Buenos Aires".
Nos vimos un par de veces, siempre en la misma mesita del mítico café, y que tanto le gustaba. Nos sentábamos a conversar. Al principio quiso conocerme sin grabador. Sabía que yo estaba preparando un libro sobre los sueños de los argentinos en París. Aunque Ferrer ya no vivía allí, los años que lo hizo, ameritaban entrevistarlo.
"Sentémonos tranquilos, me decía. Con Lulú (su compañera) nos quedamos horas viendo pasar la gente. Amo París, porque estar aquí es encontrarse con todo lo que uno quiere. Vuelvo porque no puedo dejar de querer".
Recuerdo que llevaba una flor en su ojal. Lulú, también. "¿Quiere una?", me preguntó en el último encuentro. Cuando acepté, sacó una rosa de un ramito pequeño y me la dio.
"Póngasela ¿no?".
El gran poeta del Tango.
Fundador de 28 academias de tango en todo el mundo, autor de más de 200 canciones, fue "el gran poeta del tango", según su amigo Ástor Piazzolla. En el momento de la entrevista que hoy transcribo, yo tenía mis preguntas, pero él, también tenía las suyas.
"¿Usted ama a alguien?". Me preguntó en un momento. Le dije que sí.
"¿Pero ahora, usted está amando a alguien?", volvió a decir. Entendí rápidamente el sentido de la pregunta, y contesté que "no". Le dejé servida la respuesta a quien nunca estuvo solo. "No se quede sin amar…" dijo, mirándome fijo con sus ojos rasgados. Entonces, ahí mismo, nervioso tras ese silencio de pétalos, pregunté:
–¿Cómo ve la concepción musical y poética del Tango actual?
–El tango ofrece posibilidades muy grandes porque es una expresión de libertad. La gran salvada que tuvo fue la de no tener nunca cánones. Porque, Discépolo, cuando apareció en 1925, no se preguntó cómo podía hacer la música que hizo. No existían libros que hablaran sobre la forma en que se debía escribir, bailar o componer. El temperamento o el ánimo que puso en los compases no se lo dio nadie. Y hoy eso sigue siendo una puerta abierta a los creadores. Yo pongo el ejemplo de algunos jóvenes que componen tango con gran calidad. Sus obras son de una calidad poética admirable. Desde la Academia Nacional del Tango, estamos impulsando a los jóvenes valores para que sus trabajos trasciendan.
–¿Comparte la idea de que en este género hay un antes y un después de Piazzolla?
–En realidad el caso de Ástor Piazzolla es como el caso de Carlos Gardel. Son artistas que agotaron su propio estilo, y con él, también agotaron una época. Es decir que cualquier copia o continuidad que haya de estos dos grandes, será siempre un carbónico. No hay la menor posibilidad de volver a reconstituir la fuente de música que hizo Piazzolla, con un estilo contundente y bellísimo, siempre renovado dentro de la misma paleta. Porque no hay que olvidar que la instrumentación que él eligió estaba compuesta por el bandoneón, piano y cuerdas. Aunque algunas veces usó guitarra y percusión. Con esta formación «solamente» hizo tres mil obras. Tratar de continuar la obra de Piazzolla no es un camino aconsejable. Es preferible transitar o iniciar caminos más modestos, porque él llegó a una cumbre. En cinco o diez años no se puede hacer lo que Ástor hizo en cincuenta.
–¿Le gusta aventurarse a lo nuevo ?
–Siempre vivo curioseando en lo que vendrá. Me gusta olfatear y meterme con toda la pasión en lo nuevo. La persona que no lo toma como inspiración, no es realmente un artista. Esa necesidad de asomarse al horizonte para ver qué hay más allá, tiene que ser constitutivo en el artista. Y a veces el horizonte es uno mismo, por eso creo que es muy rico descubrirse y encontrar sus nuevos peldaños. Uno de los ejemplos más lindos es el de Picasso, quien hasta cerca de los noventa años siguió descubriendo cosas, y esos hallazgos fueron utilísimos para los demás. El construyó la época. A mí nunca se me detuvo el reloj en el sentido de la búsqueda. Lo que hago es mi placer, es mi vida. Yo no podría hacer nada sin la acuciante necesidad de lo nuevo. Soy muy paciente con los proyectos, y muy disciplinado. Debo serlo porque hago muchas cosas a la vez. Llevo adelante junto a otros reconocidos maestros el Liceo Superior de Tango, del que egresan con el título Bachiller del Tango. No puedo quedarme sin hacer nada, no quiero quedarme; debo seguir haciendo con el impulso y la paciencia necesaria. Las obras de gran aliento se hacen produciendo un pedacito de esa obra, todos los días durante mucho tiempo. Si uno escribe de promedio diez páginas por día son trescientas páginas por mes, y tres mil seiscientas páginas en un año. Y es así mi amigo.
Aún hoy suelo pasar por el Café de Flore, cuando visito el barrio Saint-Germain des Prés. Miro el bar desde lejos; siempre está lleno de gente por lo que rara vez entro. Tal vez sea una linda excusa para no pedir una mesa que ya no existe. Esa mesa se fue con él, este domingo. No olvidaré jamás la estampa de los dos sentados con la primavera en la solapa, tomando té, conversando del tango y de la vida. Horacio Ferrer era un hombre coqueto, que vestía impecable y olía a la flor de ese día.
http://www.rionegro.com.ar/diario/horacio-ferrer-con-una-flor-en-el-ojal-5589931-62202-nota.aspx
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