En esta trivial disputa acerca de dónde deben entregarse el bastón de mando y la banda presidencial, tal vez convendría poner la mirada en algo mucho más relevante: la cuestión de lo que representan los símbolos del mando en una República. Ambos atributos del poder tienen una inocultable raíz monárquica. El más famoso cuadro de Fernando VII, el último de los reyes borbónicos de la colonia, lo muestra con la banda celeste y blanca cruzando su cuerpo y el bastón de mando en sus manos. Los mismos que nuestros presidentes se transmiten con desencaminado orgullo.
Su raíz monárquica es mucho más que obvia: simbolizan la concentración de mando en una sola persona, algo notoriamente incompatible con el diseño republicano de poder dividido y distribuido entre los tres departamentos de gobierno del Estado.
El mantenimiento de esta costumbre colonial prerrepublicana está obviamente relacionado con la exacerbación hiperpresidencialista que padece nuestra maltrecha República. Considerando esto en toda su profundidad simbólica, no sería mala idea que, en vez de discutir el lugar de la transmisión, Macri rompiera con esta anacrónica costumbre y dejara como suficiente acto de investidura presidencial su jura ante los representantes del pueblo en el Congreso.
Sería un buen gesto para recordar a la clase política que vivimos en una democracia republicana y no en una monarquía electiva.
Publicado en Diario "Río Negro" (edición Nro. 24189), 5 de diciembre de 2015, página 3.
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