Saludo en Jesús al caudillo inmortal; al predicador de la libertad, de la igualdad entre los hombres, al demócrata cabal y al más austero y respetable gobernante de las almas. Al padre cuyo ejemplo nos sigue probando como, la muerte, es únicamente ausencia de moral y de alta conducta.
Reverencio en Jesús a quien señaló iluminados senderos de desinterés, de solidaridad, de tolerancia, de justicia, de perdón y de amor; al flagelado, humillado y escarnecido cuya imagen se alza imperecedera y victoriosa sobre la desolación del mundo ennegrecido por los odios políticos, menguado en las luchas colmadas de felonías, parcelado por el egoísmo y las ambiciones de riqueza y poder.
Saludo en Él, al padre y al maestro, al docente histórico y mayúsculo en los combates contra los privilegios y las huecas jerarquías, al orientador cuya presencia invocamos de continuo para marchar en la dirección de su índice hacia los horizontes sin guerras, sin clases, sin odios raciales, sin explotación y sin miseria.
Si a ÉL -proveedor inagotable- pudiéramos pedirle algo, rogaríamos su luz para los argentinos, tan necesitados de entendernos en la realización de un esfuerzo común por la reconstrucción de nuestro solar nativo con las solas manos, la sola sangre, la sola voluntad heredadas del seno materno. Invocándolo por imperio del sentimiento cristiano, concédaseme expresar a mí, hombre de lucha, mi esperanza de un año, comienzo de otros muchos, de cordialidad entre los argentinos y de consolidación nacional. Ninguna palabra, de esas sonoras pero agrias palabras de los combatientes políticos, cabe decir, sin agraviarlo, en estas pocas y pobre de homenaje a Jesús. Él vivió entre los hombres -entre los desnudos y analfabetos hombres del pueblo- señaló rumbos cuyo abandono significó caer en la conducta ignominiosa, en el rencor implacable, en la cobardía abyecta en la defección culpable.
Político, piedra dura y oscura de la inmensa cantera popular, con mis cantos pulidos de tanto combatir, paréceme irreverente aludir a la sustancia de nuestros apasionados desencuentros en cuya entraña vibran las estridencias de un combate por objetivos a menudo personales, casi siempre transitorios. Digamos, pues, pensando en ÉL, esta Navidad nos mejore a todos, nos reconcilie y nos enseñe como, en el desprecio de todo poder está todo el poder.
Crisólogo Larralde (Quilmes, 29 de enero 1902 - Berisso, 23 de febrero de 1962). |
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