Cristina Kirchner nunca recibió a los qom. El nuevo presidente estuvo con ellos el jueves pasado.
Mauricio Macri está convencido de que un cambio de estilo es fundamental para reparar la antipatía que Cristina Kirchner despertaba en amplios sectores. Rodríguez Larreta introdujo los mismos cambios, al asumir un día antes en la Ciudad de Buenos Aires. Dijo, más o menos, que si no consiguieron que la Legislatura les aprobara algunas leyes fue porque no supieron presentarlas ni convencer. Cualquier distraído que recuerde los últimos ocho años de la Legislatura porteña sabe que el jefe de Gobierno, Mauricio Macri, usó a troche y moche el veto a las iniciativas que se aprobaron sin su acuerdo.
Pero vivimos en el siglo XXI y la historia no importa, mucho menos a los nuevos partidos de este nuevo siglo que no sólo han dejado atrás las ideologías sino los datos del pasado. Los partidos del siglo XXI viven en el presente de la televisión, en la que Macri tiene sus más notorias seguidoras. No es necesario dar nombres.
El discurso de Macri ante el Congreso fue simétricamente opuesto a los de la presidenta anterior. Una especie de cristinismo invertido. Todos celebramos que recibiera a quienes compitieron con él en la primera vuelta electoral y a los gobernadores. Hubo atriles para que los visitantes hablaran con el periodismo. Se hacen conferencias de prensa y no se maltrata a nadie. Cambio de estilo que no defraudó.
Macri o su propio Alberto Fernández, Marcos Peña, creen tanto como el gobierno anterior en la importancia política de los estilos, aunque sean muy diferentes. Macri se esmeró en hacer algo que, de todos modos, le sale sin demasiadas torsiones: hablar llano con fonética imprecisa, no fingir que es un gran político sino un organizador de equipos, presentarse como un hombre de este milenio, lejos de las ideologías (que no vale la pena discutir porque han muerto) y muy cerca de lo concreto: el mayor chief executive officer de la Nación. Esto no tiene nada de malo. Depende de lo que ordene ese CEO.
Macri es culturalmente pop. Está a sus anchas con Susana Giménez. Que los elitistas muerdan el polvo. Es el primer presidente argentino que se saca la banda para bailar porque su público se lo pide. Cristina también bailaba y a muchos nos resultaba ridículo o patético. Como alguna vez se dijo de Kirchner: todo el mundo tiene un estilo. O como una vez le escuché decir a un taxista en Chicago: Everybody has an accent.
El estilo de Macri presidente parece basado punto por punto en invertir cada uno de los rasgos del estilo anterior. Si ella levantaba la voz, él la baja; si ella gesticulaba, el apenas si mueve las manos; si ella pronunciaba con precisión todos los sonidos, Macri se los traga o tropieza; si ella no leía sino que improvisaba, él lee mal el discurso preparado; si ella impartía lecciones, Macri parece abierto a escuchar.
Un trueno. Pero el martes pasado se escuchó un trueno en este cielo despejado: la designación de dos jueces de la Corte. Sobre el tema se expidieron críticamente los constitucionalistas Sabsay, Gargarella y Gil Lavedra, entre otros. En lo que respecta al fondo, me atengo a lo que ellos dijeron. Pero la cuestión tiene otras dimensiones.
La semana anterior, Macri se había reunido con los políticos que compitieron con él en el primer turno de las elecciones generales. Todos, menos Nicolás del Caño, asistieron al convite. Todos salieron muy contentos. Lo que hoy queda bien claro es que en esas simpáticas reuniones Macri ni siquiera insinuó que iba a nombrar dos nuevos ministros en la Corte. Por lo que declararon los invitados, ni siquiera se tocó esa cuestión como problema que requería acciones futuras antes de que el Congreso volviera a sesionar. Se habló de unidad, de concertar proyectos, de políticas de Estado y esas cosas bonitas.
Se ve que Macri no piensa que la designación de dos ministros de la Corte integra el rubro de los importantes temas que compartió con quienes lo visitaron. En esas reuniones Macri ni siquiera insinuó lo que estaba a punto de firmar. La decisión tomó a sus interlocutores desprevenidos. No tenían la menor idea de lo que iba a suceder; Massa y Stolbizer se apresuraron a condenar la medida.
¿Cuál es el concepto de verdad de Macri? No es una pregunta filosófica que no estoy en condiciones de contestar. En su discurso inicial dijo que prometía decir siempre la verdad a los argentinos. Es dable suponer que los políticos que meritoriamente convocó a su despacho forman parte de los argentinos. Macri les ocultó una acción fundamental que iba a realizar en un futuro inmediato. El ocultamiento es una forma de la mentira, sobre todo cuando está claro por qué calló sus intenciones: ni Stolbizer ni Massa iban a apoyarlo.
Ante Adepa, Macri prometió que no iba a haber telarañas en la sala de prensa de Olivos. Es deseable que la palabra “telarañas” sea usada en su significado directo y en su extensión metafórica. Es decir, que no haya velos que oculten lo que es indispensable saber. Y que una acción de gobierno no se convierta en una sorpresa, como si operara con el secretismo de una ofensiva bélica. Ya tuvimos bastante de eso. No es suficiente cambiar el estilo.
Sin embargo, hay algo que Macri sabe hacer. Cuando nombró a alguien inadecuado, inverosímil, como secretario de Políticas Universitarias, enseguida corrigió el error. Del mismo modo, cuando Lorenzetti lo visitó en Casa de Gobierno, Macri decidió aplazar por lo menos hasta febrero su aventurera designación de dos nuevos miembros de la Corte. La torpeza de la primera medida no era una demostración de firmeza sino de inseguridad y temor. Alguien debió darse cuenta.
Es curioso: tiene CEOs para todo, pero le falta un buen CEO para Política. Puede encargar la búsqueda a un head-hunter o repatriarlo a Sanz que ya debe estar aburrido y listo para el destino al que aspiraba y no alcanzó de primera.
Fotos web.
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