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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

viernes, marzo 03, 2017

Un pinot noir de Argentina destaca en un mar de malbec Por ERIC ASIMOV.

MAINQUÉ, Argentina — Nadie pensaría que el árido valle de río Negro, en el extremo norte de la Patagonia, es una glamurosa región vinícola. Y es que hay muchos más manzanos y perales, además de álamos, que vides. Asimismo, los restaurantes, los hoteles y los asiduos seguidores de la vida viticultora que cabría encontrarse brillan por su ausencia.
Pero no fue el glamur lo que atrajo a Piero Incisa della Rocchetta a río Negro. Fueron las cepas de pinot noir, además de una tierra prometedora, un clima deslumbrante y el sueño de crear una finca vinícola autosostenible como lo hizo su abuelo, el marqués Mario Incisa della Rocchetta, en Italia, hace 50 años. El marqués creó sassicaia, una mezcla de cabernet que rompió paradigmas y probó que se podía lograr la grandeza en Bolgheri, sobre la costa toscana.
Los sueños y la riqueza heredada han alimentado más de un intento por producir vino, pero ninguno en un lugar tan poco atractivo ni con una idea tan descabellada como un pinot noir argentino. A diferencia de muchas empresas emergentes, la finca Bodega Chacra de Incisa produce vinos que en definitiva son dignos de la atención que su historia familiar pueda suscitar en principio.
Argentina es conocida por una variedad: el malbec. El estilo que prevalece en estos vinos, que se cultivan principalmente en la provincia de Mendoza, al noroeste, es la antítesis de un buen pinot noir: es muy afrutado, opulento y casi siempre posee una elevada concentración de alcohol con notas de madera. En cambio, un buen pinot noir se caracteriza por su elegancia y delicadeza, algo que Incisa ha logrado obtener con sus vinos de Chacra en solo una década.
Un Treinta y Dos 2012, elaborado a partir de cepas de pinot noir plantadas en 1932 por inmigrantes italianos, es transparente y delicioso, grácil y ágil con sabores a frutas rojas y flores atenuadas por minerales. Un Cincuenta y Cinco 2013, de cepas plantadas en 1955, tiene un equilibrio bello y es floral, con un gusto umami, ese quinto sabor de origen oriental que permanece cuando los demás se diluyen. Incluso el vino de mayor producción de Incisa, el Barda 2014, elaborado de vides más jóvenes, comparte las características ácidas, florales y enérgicas, pero sin la profundidad adicional de los demás pinot noirs.
Aunque es posible que el pinot noir no se asocie con Argentina, no es desconocido. Hace cincuenta años, relató Incisa, en la Patagonia se plantaron más de 1618 hectáreas de cepas de pinot noir. La mayoría de esas uvas se usaron para producir vinos espumosos. Chandon Argentina, por ejemplo, una subsidiaria de la productora de champaña Moët & Chandon, ha producido vinos espumosos en Argentina durante más de 65 años. Sin embargo, esta variedad se encuentra principalmente en otras regiones. Para el año 2000, dijo Incisa, quedaban menos de 202 hectáreas de pinot noir en la Patagonia.
Con las parras que aún quedan, se produce el pinot noir que Incisa probó en una cata ciega en 2001. Se sintió sorprendido al probar el vino, elaborado por Hans Vinding-Diers, un consultor vinícola holandés, para Humberto Canale, un productor emergente de la Patagonia. Fue tal su impresión, que se decidió a ver el origen de esas uvas; en 2004 logró visitar ese lugar.

Encontró un antiguo viñedo de pinot noir que se remontaba a 1932. El clima seco, la fresca brisa que parecía soplar sin descanso desde los Andes al poniente y el brillo de los rayos de sol lo deslumbraron. Aunque se podría decir que río Negro es un desierto, rodeado de arroyos que bajan desde las montañas, los colonizadores británicos irrigaban la región a través de canales en el siglo XIX.
A Incisa le preocupaba el estado de las vides, desatendidas hacía mucho tiempo, y del terreno (gravilla, arena, piedra caliza y arcilla) que se veía gris y sin vida. Decidido a correr el riesgo, compró el terreno y las vides, y se dispuso a construir su finca. Desde entonces ha complementado las vides más viejas con diversos viñedos adicionales de pinot noir.
“Fui el tonto con la dosis exacta de no saber lo que no sabía”, comenta Incisa mientras recorre los viñedos, ahora vivos con árboles, abejas, murciélagos y otros signos de un ambiente saludable, resultado de la viticultura biodinámica. “Tal vez tenía en mente salirme de la trayectoria familiar, que era muy privilegiada, pero que no suponía un gran reto para mí. Además, me apasionaba el pinot”.
Incisa, de 48 años, sabe adaptarse a nuevos entornos. Nació en Bolgheri y pasó su infancia en esa ciudad y en Florencia. Estudió en un internado en Suiza, la universidad en California y ahora vive entre la Patagonia, Nueva York e Italia.
Cuando se estableció en la Patagonia, encontró una especie de guía en Vinding-Diers, que entonces tenía su propia marca, Bodega Noemía, que produce malbec patagónico. Vinding-Diers le permitió usar su bodega hasta que acabó de construir la suya. La primera cosecha de Incisa fue en 2004, y la llamó Chacra, un término regional que significa “finca agrícola”.
“Quería usar una palabra local”, dijo. “Aquí soy más bien un extranjero”.
A pesar del estado de las vides y del suelo, relata Incisa, los viñedos traían ciertas ventajas. En el fresco clima patagónico no existía ninguno de los problemas habituales: humedad, hongos ni pestes. A diferencia de las vides en la mayoría de los grandes viñedos de Europa y el mundo, que se injertan en pies estadounidenses para combatir la amenaza de la filoxera —un pulgón que arrasa con la vid—, las cepas de Incisa, incluso las más jóvenes que plantó para complementar a las más añejas, no están injertadas.
“Sabemos que es un tanto arriesgado”, dijo, “pero si una parra de 84 años está bien, suponemos que no hay por qué cambiar”.
Para seguir la costumbre local, Incisa plantó hileras de álamos alrededor de los viñedos y entre los distintos bloques para protegerlos de los incesantes y fuertes vientos. Plantó cultivos de cobertura entre las filas de parras para que absorban el calor del sol veraniego y ha esculpido el follaje sobre los viñedos para que las uvas maduren poco a poco en la brillante luz.
“Estamos buscando algo femenino y más delicado, en lugar de grande y tánico”, explicó, “siempre quiero frescura y buena acidez y, en consecuencia, baja concentración de alcohol”.
En la bodega baja de arenisca que construyó Incisa, las uvas se manipulan lo menos posible. Se fermentan en tanques de cemento alineados con resina epoxídica, incluyendo en su mayoría todo el racimo, junto con levaduras indígenas. Posteriormente, el caldo se añeja en barricas de roble francés hasta que se embotella. Los vinos no se refinan ni se filtran y reciben una dosis mínima de dióxido de azufre como conservador. Incisa está experimentando con cuvées pequeños a los que no agrega nada de azufre.
A medida que ha ganado confianza como vinicultor, sus vinos se han vuelto más precisos y transparentes. Ha dejado de usar roble nuevo, cortado tempranamente y se ha vuelto más delicado en la bodega.
“No es cuestión de estar bien o mal”, dice, “sino de gusto personal”.
Trabajar casi en medio de la nada (la ciudad más cercana, Neuquén, está a más de una hora en auto) y en la economía argentina, que a veces es disfuncional, presenta sus retos. El equipo es difícil de reparar o sustituir, y la falta de asistencia técnica significa que Incisa y su equipo local deben arreglárselas solos.
“Aprendes a salir adelante con lo que tienes, conservar, ser eficiente. Tratas de que todo sea barato, local y bueno para el medioambiente”, expresó.
La vinicultura puede ser peligrosa. En 2012, mientras trabajaba en su bodega, Incisa resbaló de la orilla de un tanque y cayó de espaldas al piso, donde permaneció por horas hasta que se dieron cuenta. Sufrió una fractura múltiple en la pierna y estuvo en una silla de ruedas durante tres meses.
Decidió que la vida era demasiado corta para no tomar riesgos. Se aventuraría a producir los vinos que quería.
“El accidente fue lo más hermoso de mi vida”, dijo. Le dio perspectiva a su proyecto: “Hemos necesitado varios milagros para que esto funcione. Me apego más al proceso que al resultado”, agregó.
Sus vinos de 2015 prometen ser los mejores. Al catarlos desde las barricas, donde continúan añejándose, son frescos y enérgicos con crocantes sabores frutales y esa cualidad llena de sabor, que ya es característica.
Sin embargo, persuadir al resto del mundo para que se interese en un pinot noir argentino ha sido todo un reto. ¿Con tantos pinot noir buenos en todo el mundo, por qué alguien bebería este?

“Con suerte, lo probarán quienes son curiosos. Es una cara distinta del pinot noir”, contestó.

Publicado en la página del Diario "New York Times" en español, 21 de enero de 2016.

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