El 25 de marzo de 1977 Rodolfo Walsh fue secuestrado por un grupo de tareas de la ESMA, comandado por el oficial de Inteligencia García Velasco. Sobrevivientes de ese centro clandestino de tortura le acercaron a su hija Patricia, una versión de lo sucedido. Rodolfo debía ser tackleado por el oficial de Marina y ex rugbier Alfredo Astiz, quien falló en su intento. Esto generó una momentánea confusión que permitió a Rodolfo gatillar el revólver calibre 22 que guardaba en la entrepierna. Así hirió a uno de sus agresores, que quedó rengo. A fines del ’77 ese hombre fue galardonado con una medalla en una ceremonia secreta de la ESMA.
El cuerpo de Walsh aún está desaparecido.
Rodolfo Walsh fue un escitor, periodista y militante político. Nació en la ciudad de Lamarque un 9 de enero de 1927. De familia irlandesa se adentró en la literatra traduciendo textos. Luego comenzó a escribir sus propias novelas. Ajedricista inquieto, formado en una familia conservadora y católica, tuvo se revelación a partir de un relato que escuchó en bar de La Plata después de los fusilamientos de José León Suárez en 1965: “Hay un fusilado que vive”. El inicio de esa investgación terminó siendo el libro inaugural del periodismo de investigación en Argentina. “Operación Masacre”.
Desde allí construyó una inmensa carrare en el periodismo, la literatura. Fundó la agencia clandestina de noticias ANCLA. Fue parte -junto a Paco Urondo- de quienes crearon la revista Noticias. Fue integrante de la CGT de los Argentinos y miembro de Montoneros.
El 29 de septiembre de 1976 murió en un enfrentamiento su hija Vicki en medio de la dictadura militar. El 24 de marzo de 1977, al cumplirse un año de la dictadura, envió su famosa Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar a las redacciones de los diarios. Nadie la publicó. Después de eso, desapareció.
Carta abierta de un escritor a la Junta Militar
1. La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.
El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.
El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.
Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese “ser nacional” que ustedes invocan tan a menudo.
Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.
2. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.
Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio.
Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados.
De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aun en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.
La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el “submarino”, el soplete de las actualizaciones contemporáneas.
Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.
3. La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los prisioneros es asimismo la cobertura de una sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y en horas de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e imaginarias tentativas de fuga.
Extremistas que panfletean el campo, pintan acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya el carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras.
Setenta fusilados tras la bomba en Seguridad Federal, 55 en respuesta a la voladura del Departamento de Policía de La Plata, 30 por el atentado en el Ministerio de Defensa, 40 en la Masacre del Año Nuevo que siguió a la muerte del coronel Castellanos, 19 tras la explosión que destruyó la comisaría de Ciudadela forman parte de 1.200 ejecuciones en 300 supuestos combates donde el oponente no tuvo heridos y las fuerzas a su mando no tuvieron muertos.
Depositarios de una culpa colectiva abolida en las normas civilizadas de justicia, incapaces de influir en la política que dicta los hechos por los cuales son represaliados, muchos de esos rehenes son delegados sindicales, intelectuales, familiares de guerrilleros, opositores no armados, simples sospechosos a los que se mata para equilibrar la balanza de las bajas según la doctrina extranjera de “cuenta-cadáveres” que usaron los SS en los países ocupados y los invasores en Vietnam.
El remate de guerrilleros heridos o capturados en combates reales es asimismo una evidencia que surge de los comunicados militares que en un año atribuyeron a la guerrilla 600 muertos y sólo 10 o 15 heridos, proporción desconocida en los más encarnizados conflictos. Esta impresión es confirmada por un muestreo periodístico de circulación clandestina que revela que entre el 18 de diciembre de 1976 y el 3 de febrero de 1977, en 40 acciones reales, las fuerzas legales tuvieron 23 muertos y 40 heridos, y la guerrilla 63 muertos.
Más de cien procesados han sido igualmente abatidos en tentativas de fuga cuyo relato oficial tampoco está destinado a que alguien lo crea sino a prevenir a la guerrilla y a los partidos de que aun los presos reconocidos son la reserva estratégica de las represalias de que disponen los Comandantes de Cuerpo según la marcha de los combates, la conveniencia didáctica o el humor del momento.
Así ha ganado sus laureles el general Benjamín Menéndez, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, antes del 24 de marzo con el asesinato de Marcos Osatinsky, detenido en Córdoba, después con la muerte de Hugo Vaca Narvaja y otros cincuenta prisioneros en variadas aplicaciones de la ley de fuga ejecutadas sin piedad y narradas sin pudor.
El asesinato de Dardo Cabo, detenido en abril de 1975, fusilado el 6 de enero de 1977 con otros siete prisioneros en jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército que manda el general Suárez Masson, revela que estos episodios no son desbordes de algunos centuriones alucinados sino la política misma que ustedes planifican en sus estados mayores, discuten en sus reuniones de gabinete, imponen como comandantes en jefe de las 3 Armas y aprueban como miembros de la Junta de Gobierno.
4. Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto después que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos de cadáveres que en algunos casos han trascendido, sin embargo, por afectar a otros países, por su magnitud genocida o por el espanto provocado entre sus propias fuerzas.
Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, “con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles” según su autopsia.
Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron.
Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de abril de 1976, ocho en San Telmo el 4 de julio, diez en el Río Luján el 9 de octubre, sirven de marco a las masacres del 20 de agosto que apilaron 30 muertos a 15 kilómetros de Campo de Mayo y 17 en Lomas de Zamora.
En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas herederas de las 3 A de López Rega, capaces de atravesar la mayor guarnición del país en camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea 7, sin que se enteren el general Videla, el almirante Massera o el brigadier Agosti. Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre “violencias de distintos signos” ni el árbitro justo entre “dos terrorismos”, sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.
La misma continuidad histórica liga el asesinato del general Carlos Prats, durante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte del general Juan José Torres, Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruíz y decenas de asilados en quienes se ha querido asesinar la posibilidad de procesos democráticos en Chile, Bolivia y Uruguay.
La segura participación en esos crímenes del Departamento de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales becados de la CIA a través de la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, sometidos ellos mismos a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station Chief de la CIA en Argentina, es semillero de futuras revelaciones como las que hoy sacuden a la comunidad internacional que no han de agotarse siquiera cuando se esclarezcan el papel de esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados por el general Menéndez, en la creación de la Logia Libertadores de América, que reemplazó a las 3 A hasta que su papel global fue asumido por esa Junta en nombre de las 3 Armas.
Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo personal de cuentas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde hace una década investigaba los negociados de altos jefes de la Marina, o del periodista de Prensa Libre Horacio Novillo apuñalado y calcinado, después que ese diario denunció las conexiones del ministro Martínez de Hoz con monopolios internacionales.
A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la guerra pronunciada por uno de sus jefes: “La lucha que libramos no reconoce límites morales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal”.
5. Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar 11, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.
Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9%12 prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.
Los resultados de esa política han sido fulminantes. En este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la “racionalización”.
Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.
Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar “el país”, han sido ustedes más afortunados. Un descenso del producto bruto que orilla el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inflación anual del 400%, un aumento del circulante que en solo una semana de diciembre llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.
Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil ochocientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones argentinas presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas plazas de agentes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y triplican el de un director de escuela, mientras en secreto se elevan los propios sueldos militares a partir de febrero en un 120%, prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la muerte, único campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la cotización por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar.
6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S. Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete.
Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: “Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”.
El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el “festín de los corruptos”.
Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito nacional en manos de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a empresas que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganancias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduaneros se crean empleos en Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina. Frente al conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser nacional.
Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.
Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.
Rodolfo Walsh. – C.I. 2845022
Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.
Publicado en ADN Río Negro, 25/03/2017.
Cuarenta años después de haber sido asesinado en una esquina de Buenos Aires, Rodolfo Walsh continúa siendo una figura ineludible para comprender la relación entre literatura, periodismo y política en la Argentina y padre de un estilo narrativo que aún es referencia para todos los cronistas latinoamericanos.
Walsh se encontraba el 25 de marzo de 1977 repartiendo copias de su Carta Abierta a la Junta Militar cuando un comando militar le tendió una emboscada en Buenos Aires y lo hirió mortalmente. Su cuerpo acribillado fue trasladado al centro clandestino de detención en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) y pasó a engrosar la lista de desaparecidos de la última dictadura.
“Walsh era capaz de escribir en todos los registros de la lengua y su prosa es uno de los grandes momentos de la literatura argentina contemporánea”, escribió Ricardo Piglia en el prólogo a la edición de sus “Cuentos completos”, en 2013. Piglia agrega que “frente a la buena conciencia progresista de las novelas ‘sociales’, que reflejan la realidad y ficcionalizan las efemérides políticas, Walsh levantaba la verdad cruda de los hechos, el documento, la denuncia directa y a la vez cuestionaba, en la circulación inmediata de sus investigaciones, el formato libro y por tanto el mercado literario”.
Su obra más emblemática, “Operación Masacre” (1957), se gestó a partir de una frase que Walsh escuchó en un bar: “Hay un fusilado que vive”. Y es señalada como iniciadora del género de “nonfiction novel” o novela testimonio, ya que precedió por poco menos de una década a “A sangre fría” de Truman Capote.
Esta crónica novelada significó un hito para el periodismo y también en la propia vida de Walsh. “Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior”, escribiría.
El libro –que inicialmente se arrugaba en los bolsillos de su autor porque no encontraba quien lo publique– se convirtió en una sobresaliente pieza de investigación sobre los fusilamientos clandestinos de un grupo de civiles en el basural de José León Suárez, en la provincia de Buenos Aires, durante el régimen militar en 1956.
Veinte años después, con motivo del primer aniversario de la dictadura instaurada el 24 de marzo de 1976, Walsh denunció en su carta las atrocidades contra los derechos humanos y la miseria planificada por la política económica de los militares. Redactó su último y osado texto “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido”, pero fiel al compromiso asumido mucho tiempo antes “de dar testimonio en momentos difíciles”.
Al momento de su desaparición Walsh, de 50 años, participaba de la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), que había creado unos meses antes para romper el cerco informativo del gobierno militar. El precursor del nuevo periodismo, con una larga militancia, se incorporó en 1973 a Montoneros, aunque luego tuviera diferencias con su conducción.
Cuna rionegrina.
Nacido el 9 de enero de 1927 en la rionegrina Lamarque, Walsh vivió durante años en el vaivén entre periodismo y literatura. “Creo que se alimentan y realimentan mutuamente: para mí son vasos comunicantes”, expresaba el autor de las obras de teatro “La granada” y “La batalla” (1965) y los libros de cuentos “Los oficios terrestres” (1965) y “Un kilo de oro” (1967).
El hombre flaco y de anteojos trabajó como traductor y corrector editorial, pero confesaba muchos otros oficios: “El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba”.
En 1959 Walsh se instaló por un tiempo en la isla y fundó Prensa Latina junto con sus compatriotas Jorge Masetti y Rogelio García Lupo y el colombiano Gabriel García Márquez. “Asistí al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso”, escribió. Allí utilizó sus conocimientos de criptógrafo aficionado para desentrañar un cable comercial, lo que le permitió anticipar el desembarco estadounidense en Bahía de Cochinos, un aporte providencial para el gobierno revolucionario.
Colaboró en las revistas “Vea y Lea”, “Leoplan”, “Panorama” y “Mayoría”, en el “Semanario Villero” y el diario montonero “Noticias” y dirigió el semanario sindical “CGT”. Walsh se fue enraizando cada vez más con la militancia política y la historia del país.
Literatura y no ficción.
Si “Operación Masacre” inauguró un camino narrativo, sus siguientes libros “¿Quién mató a Rosendo?” (1968) y “El caso Satanowsky” (1973) transformaron a Walsh en un alquimista capaz de intercalar en dosis exactas literatura y no-ficción. “Usó a la ficción para pasar de un crimen policial a uno político, de una guerra abstracta a la lucha social”, evaluó Fernando Murat, periodista y licenciado en Letras.
Había llegado a Buenos Aires en 1941 para cursar sus estudios secundarios y luego inició la carrera de Filosofía y Letras, que más tarde abandonó. Su volumen de relatos “Variaciones en Rojo” le valió el Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires en 1953.
Su obra literaria recorre especialmente el género policial y es autor de varios cuentos memorables de la literatura argentina, como por ejemplo “Esa mujer” (”Los oficios terrestres”), donde el protagonista se empeña por saber el paradero del cadáver de Eva Perón, aunque nunca se la nombre.
Walsh tuvo dos hijas: Patricia y María Victoria, que también integró Montoneros y perdió la vida en un enfrentamiento con el Ejército en 1976. “Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella: vivió para otros, y esos otros son millones”, escribió meses después su padre.
En octubre de 2011 una docena de represores de la ESMA, entre ellos el ex marino Alfredo Astiz y Jorge “el Tigre” Acosta, fueron condenados a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad, en un histórico fallo que incluyó también el caso por la privación ilegal de la libertad, el robo de bienes y el homicidio de Walsh.
Poco antes del operativo que buscaba secuestrarlo con vida y en el que Walsh intentó resistirse con una pequeña pistola, el escritor había terminado el cuento inédito “Juan se iba por el río”. Fue uno de los materiales saqueados de su casa en la San Vicente, que sigue sin ser recuperado.
Mientras 2017 marca los 90 años de su nacimiento y los 60 de la publicación de “Operación Masacre”, a cuatro décadas de su desaparición Walsh logró que sus lúcidas investigaciones y denuncias mantengan su vigencia. En palabras del uruguayo Eduardo Galeano, fue un “historiador de su propio tiempo, protagonista y testigo, que escribió, como dijo y quiso, para dar testimonio”.
Publicado en Diario "Río Negro", 25/03/2017.
El segundo adiós. Rodolfo Walsh, su giro a la derecha y el debate con Montoneros.
Julieta Pacheco
Grupo de Investigación de la Lucha de Clases en los ’70-CEICS
¿Qué tipo de discusión tuvo Rodolfo Walsh con la dirección de Montoneros? ¿Representaba el escritor una posición “autonomista”? ¿Se oponía a la lucha armada? Nada de eso. Luego de analizar sus escritos, la conclusión es bastante evidente: Walsh proponía integrarse al PJ y dialogar con el régimen. Es decir, propició un giro a la derecha. La derrota había calado profundamente en este notable intelectual. En este artículo, le mostramos sus últimas posiciones.
El 25 de marzo de 1977, un grupo de tareas asesinó al escritor y militante montonero Rodolfo Walsh. El acontecimiento que desencadenó su muerte fue la famosa carta que dirigió a la Junta Militar denunciando el accionar de la dictadura. Desde entonces, el autor de Operación Masacre y ¿Quién Mato a Rosendo? paso a ser reconocido, no solo por su valentía como militante frente a los militares, sino también por su cuestionamiento al accionar de la Conducción Nacional (CN) montonera, ubicándose como el referente del peronismo de izquierda de la oposición a las tendencias burocráticas de dicha dirección. Esta visión de su figura es compartida por la mayoría del espectro militante de izquierda y centroizquierda. Sin embargo, un análisis de sus últimos escritos muestra que la realidad es muy diferente.
Construyendo una figura
La vida, escritos y militancia de Rodolfo Walsh ocupan cientos de páginas. Todas reproducen en mayor o menor medida la idea general sostenida más arriba. Pero aquí nos interesa detenernos en tres posiciones que sintetizan el abanico de estas interpretaciones.
En primer lugar, una posición vinculada al autonomismo, representada por la revista Sudestada. Esta cuestiona la existencia de partidos políticos de izquierda y revaloriza el “accionar autónomo” de los bases. En realidad, esta publicación pasó de la “neutralidad” en el 2001, al apoyo a Duhalde y al kirchnerismo. Luego del 2008, comenzó su crítica al gobierno (sin realizar balance alguno de su trayectoria anterior). En este caso, Sudestada dedicó un número, en el 2007, al análisis de los “Papeles de Walsh”, con el objetivo de reivindicar su “coherencia militante”1 (con ese criterio, habría que reivindicar también a Videla). Se señala que Walsh “decía lo que pensaba” (¿qué otra cosa iba a decir?) y planteaba sus disidencias a la CN, incitando un debate en un momento en donde éste estaría completamente vedado. Rescatando su práctica política y abstrayéndose del programa, Sudestada afirma que las críticas de Walsh a la CN no tenían un carácter rupturista, pero sí fuertemente crítico de su “aparatismo”, “militarismo” y particularmente su “internismo”.
Desde sus páginas, se remarca que cuestionaba el “personalismo” expresado en la consigna “Firmenich conduce la Resistencia”, con el que se planteaba la dirección de la etapa. Asimismo, resaltan su crítica al diálogo entre Montoneros y la izquierda y sus planteos en torno a la retirada de la organización, retornando a las bases del movimiento peronista. En este sentido, no habría estado de acuerdo con la construcción del Partido Montonero como sustitución de la estructura peronista. Como dijimos, la perspectiva política de Sudestada es la defensa de la “iniciativa práctica” de Walsh, al propiciar el debate y criticar a la CN, disintiendo con la mirada de aquellos que intentan ver un Walsh rupturista o demócrata.
En segundo lugar, una posición que asume como propios los planteos de Walsh y reivindica el peronismo de la resistencia del ‘55, cuestionando también las estructuras partidarias y subrayando el accionar de las bases, representada por Ernesto Salas en sus diferentes publicaciones y, particularmente, en sus artículos en la revista Lucha Armada en la Argentina. Salas parte de una posición similar a la de Sudestada pero más dura. En su artículo reitera los puntos donde Walsh cuestionaba a la CN y se señala que “Rodolfo Walsh fue una voz solitaria que cuestionó la línea impuesta”2. De esta manera, condena las posiciones de la conducción montonera, particularmente la forma en qué se estructuró la organización en la etapa, así como también la caracterización y elaboración de los medios para la resistencia. Finalmente, discute que la CN haya asumido el rol de vanguardia abandonando el movimiento peronista y construyendo el Partido Montonero como elemento superador de aquél3.
La última de las interpretaciones está vinculada a una posición socialdemócrata personificada en Eduardo Jozami4. El intelectual de Carta Abierta sostiene que las posturas que aparecen el “Los Papeles de Walsh” representan un cambio en las posiciones revolucionarias del escritor para asumir el parlamentarismo, adelantando lo que fue la apertura democrática y la instauración del gobierno alfonsinista.
Como vimos hasta aquí, todas las posiciones asumen que Walsh discrepaba profundamente con la CN y veía en ella características “militaristas”, “aparatistas” e “internistas”, ya sea por su postura democrática o por su propuesta de retornar a la lucha de la resistencia peronista. Todas estas posiciones revalorizan a Walsh por su valentía y coraje como escritor y militante, pero no asumen la tarea de analizar el elemento del central del problema. Lo que se debe debatir es si, en primer lugar, Walsh tenía diferencias programáticas y estratégicas con la CN y si, en segundo, esa discrepancias permiten ubicarlo como el referente de la resistencia a la burocratización y militarización de la organización y lo convierten en la figura más representativa del peronismo “de izquierda”. Para responder estos interrogantes no hay otra alternativa que analizar los puntos más significativos de sus escritos.
Hacia la otra trinchera
El 7 de septiembre de 1976, la CN llevó adelante la reunión del Consejo Nacional de Montoneros. Allí se analizaron los resultados planteados en una reunión del mes de abril y se marcaron los puntos a seguir por los militantes en sus frentes de trabajo. También, se dio lugar a una respuesta hacia los planteos disidentes que manifestaron columnas dentro de la organización y se resolvió aplazar la realización del congreso donde debían debatirse estas desavenencias. Como respuesta al balance desarrollado en esa reunión, Rodolfo Walsh escribió un conjunto de cartas dirigidas a la CN, haciéndole llegar unas propuestas estratégicas alternativas. Walsh no obtuvo respuesta oficial por parte de la CN hasta un mes después de su asesinato, donde se desestimaron sus planteos.
Por un lado, Walsh criticaba el “optimismo” de Montoneros, que parecía sostener que se hallaría en una especie de guerra nacional contra un ejército de ocupación, donde la lucha sería entre el pueblo y las Fuerzas Armadas. Las observaciones del escritor, encargado de tareas de inteligencia dentro del aparato montonero, señalaban los éxitos políticos y sociales del régimen militar, su capacidad de realizar propaganda ideológica, sus contactos con los partidos del régimen, con las centrales sindicales y con la Iglesia y su aceptación en el plano internacional.
Por lo tanto, concluía, Montoneros había sido derrotado y debía planificar la retirada. En ese sentido, la crítica al militarismo se refería a la necesidad de comprender que la lucha en el terreno militar contra la dictadura era inconducente y que hacía falta una perspectiva política, porque los errores habían sido políticos. Hasta aquí, la crítica parece correcta y denota un lúcido análisis de las relaciones de fuerza en el país. No obstante, se trata de discrepancias tácticas, es decir, que hacen alusión a tareas inmediatas.
Por otro lado, hay otra serie de cuestionamientos, más estratégicos, que no han merecido hasta ahora la suficiente atención. Walsh se oponía a la concepción leninista de la vanguardia. Explicaba que ésta no podía dirigir al pueblo, sino que la línea política debía salir de él mismo, contrariamente a lo que afirma el marxismo. Sobre esta base, señalaba que la crisis de comienzos de los ‘70 no auguraba el final del capitalismo y, por lo tanto, no correspondía proponer la superación del peronismo. Mucho menos, el socialismo:
“Otra línea de análisis que concurrió para decretar el agotamiento del peronismo es la que, también a priori, ha resuelto que en la Argentina asistimos a la ‘crisis definitiva del capitalismo’. Afirmaciones desmesuradas de este tipo proceden, a mi juicio, de una falta de formación histórica. […] Naturalmente, si nosotros pensamos que la crisis del capitalismo es definitiva, no nos queda otra propuesta que no sea el socialismo más o menos inmediato, acolchado en un período de transición, y esa propuesta contribuye a relegar el peronismo al museo. Todos desearíamos que fuera así, pero en la práctica sucede que nuestra teoría ha galopado kilómetros delante de la realidad.”5
De acuerdo a este párrafo, un error de Montoneros, en 1975, habría sido creer que el peronismo había agotado todas sus potencias y proponer la superación mediante la constitución del Partido Montonero. Walsh, por el contrario, creía en la plena vigencia política del peronismo:
“Mi opinión, compartida por el ámbito subordinado, es que se ha hecho un pronunciamiento prematuro sobre el agotamiento del peronismo y que de ese pronunciamiento derivaron decisiones de importancia capital que hoy están sometidas a prueba”6.
En consecuencia, Walsh criticaba la línea política que había llevado a la conducción a buscar acercarse a los partidos de izquierda, antes que a los del régimen:
“Después del 24-3-76, cuando las condiciones eran inmejorables para esa lucha, desistimos de ella y en vez de hacer política, de hablar con todo el mundo, en todos los niveles en nombre del peronismo, decidimos que las armas principales del enfrentamiento eran militares y dedicamos nuestra atención a profundizar acuerdos ideológicos con la ultraizquierda”7
Reafirmaba esta idea cuando indica que los militares “hablan con todos los que nosotros dejamos de lado para irnos a discutir con el ERP y el PC”8. Es decir, Walsh se oponía al alejamiento de las estructuras peronistas y al acercamiento a partidos que, como el PRT, se plantearon como alternativa política de izquierda a dicha estructura. Además, podemos observar la profunda confusión política de Walsh que no diferenciaba al PC del PRT, no solo por el carácter estratégico de ambas (pacifismo contra vía armada), ni de su programa político (reforma con revolución), sino porque el PC mantuvo posiciones siniestras frente a la política de la dictadura militar9. En realidad, esa “confusión” era una forma despectiva de hacer alusión a todo lo que se acercara al marxismo.
Rodolfo Walsh criticaba el “aparatismo” de la dirección. Ahora bien, ¿a qué se refería con ese término? ¿A una burocratización del movimiento? ¿A un distanciamiento de la dirección con respecto a las bases? Veamos, en qué contexto utilizaba el término:
“Nuestras formas organizativas deben ser la organización o el Partido Montoneros –que incluye a todo lo que genéricamente llamamos fuerza propia- y el Movimiento Peronista. Eso es lo que existe y a partir de ahí debemos construir. De otro modo, invertimos enormes esfuerzos poniendo todo el Partido a la tarea de inventar el Movimiento Montonero, que no tendrá existencia real. En esa idea de que podemos inventar una forma organizativa y una identidad política y luego aplicarlos sobre la realidad, en vez de trabajar a partir de los elementos de la realidad para transformarlo reside a nuestro juicio el aparatismo.”10
Y reiteraba:
“no estamos de acuerdo en volcar esfuerzos para crear el inexistente Movimiento Montonero, en vez de invitar a esa resistencia al existente Partido Peronista, que en el transcurso de esa lucha irá cambiando y encontrando nuevas formas organizativas.”11
En este mismo sentido, Walsh en su carta fechada el 2 de enero de 1977, proponía “el pasaje a la resistencia […] precedido de un ofrecimiento de paz”12que girara en un “reconocimiento por ambas partes [Montoneros y los militares] de la Declaración Universal de los Derechos Humanos [y de] que el futuro del país debe resolverse por vías democráticas”13. Claramente, no reniega de las estructuras partidarias, sino que defiende una en particular: el PJ. El partido que había sido el responsable de la contrarrevolución. Más aún, explica que el conflicto no se resuelve por la lucha de clases, sino por la democracia (a secas).
Una defensa del enemigo
En contra de los presupuestos de Sudestada y de Salas, no observamos aquí ninguna crítica “horizontalista” ni ninguna impugnación a los mecanismos partidarios. “Aparatismo” sería, para Walsh, la creación de una estructura innecesaria (Partido Montoneros) y la pretensión de no comulgar con la conciencia de las masas. Walsh no se oponía a la existencia de una dirección, ni de organismos burocráticos. Más aún, sugería incorporarse a los existentes en el PJ, que no habían dado muestras de apertura ni garantía de disenso alguno. La principal divergencia era estratégica: el movimiento no debió haber roto con el PJ, que sería el instrumento de la transformación; el movimiento debía adaptarse a la conciencia de las masas. Estas críticas podrían tener cierto componente programático, en la medida que implicasen una incorporación a estructuras ligadas a la contrarrevolución y en la medida en que pedía la adaptación a los partidos del régimen y el abandono del ambicioso reformismo que implicaba el programa de liberación nacional.
La posición frente al “militarismo” era solamente un cuestionamiento táctico. Es decir, frente a la caracterización de la etapa, para Walsh correspondía pasar a la resistencia peronista repitiendo la experiencia del ‘55. En este sentido, no rechazaba la construcción de la estructura militar, sino que consideraba que la etapa iniciada con el golpe de estado no era la adecuada para desarrollar este tipo de tarea.
Jozami, por su parte, acierta en el punto que observa un desplazamiento desde el campo del enfrentamiento con el régimen hacia un acercamiento a él. Claro que lo que para un revolucionario es una claudicación, para el intelectual kirchnerista es un acierto, una maduración. De todas maneras, se trata de una apreciación superficial: Montoneros formó parte de la fuerza revolucionaria, pero nunca fue un partido revolucionario. Tuvo, más bien, una buena vocación democrática y ese fue, justamente, uno de sus errores.
Es llamativo que ninguno de los artífices del mito “Walsh póstumo” haya tenido en cuenta que la posición estratégica de Montoneros hasta 1976 fue priorizar la salida electoral. En tal sentido, promovió la construcción del Partido Auténtico y, si bien Montoneros caracterizó que la forma de enfrentar la etapa iniciada con el golpe era la vía exclusivamente militar, en el exilio sus cuadros continuaron militando por la implementación de la salida democrática.
Quienes se empecinan en ver en Walsh una alternativa por izquierda de la CN no hacen sino construir una fantasía para salvar al notable escritor y militante de los efectos que produjo la derrota en su conciencia. Walsh, hacia el final de su vida, sostuvo posiciones más conservadoras que Montoneros, más parecidas a las de cualquier operador del PJ. Esas claudicaciones también fueron propiciadas por un programa reformista, el de la liberación nacional. Al igual que muchos otros, la profunda derrota material y moral del movimiento obrero, de las masas y de sus respectivas organizaciones políticas y gremiales, Walsh termina convencido de que la única salida era la democracia burguesa. Del campo de la revolución a la defensa del PJ, Walsh había dicho adiós antes de haber muerto. ¿Qué hubiera hecho en caso de no haber desaparecido? ¿Habría sido parte del Nunca Más? ¿Habría seguido los pasos de la mayoría de los montoneros en democracia? No podemos saberlo, ni vale la pena especular. No se trata de desprestigiar a un importante cuadro y a uno de los mejores escritores que dio el país. Se trata de comprender el efecto de la derrota sobre los militantes y los serios problemas que puede acarrear el reformismo en momentos claves, incluso sobre intelectuales tan preparados.
NOTAS
1 Montero, Hugo y Portela, Ignacio: “‘Ya no me callo más’. Walsh y Montoneros”, en Sudestada n° 65, diciembre de 2007, p. 4-13.
2 Salas, Ernesto: “El debate entre Walsh y la conducción montonera”, en Lucha Armada en la Argentina n° 5, febrero-marzo-abril de 2006, p. 4.
3 Estas posiciones de Salas puede verse también en: Salas, Ernesto: “Del foco a la infección”, en III Jornada Académica “Partidos Armados en la Argentina de los Setenta”, 24 de abril de 2009. Centro de Estudios de Historia Política, Escuela de Política y Gobierno, Universidad Nacional de San Martín y Salas, Ernesto: “El errático rumbo de la vanguardia montonera”, en Lucha Armada en la Argentina nº 7, Buenos Aires, 2007.
4 Jozami, Eduardo: La palabra y la acción, Editorial Norma, Buenos Aires, 2007.
5 “Aporte a la discusión del informe del Consejo”, 23 de noviembre de 1976, en Los papeles…, op. cit., p. 13.
6 Ídem, p. 12.
7 “Observaciones sobre el documento del Consejo”, en Los papeles…, op. cit, p. 4.
8 Ídem, p. 8.
9 Nadra, Fernando: Reflexiones sobre el terrorismo, Aporte Ediciones, Buenos Aires, 1976.
10 Ídem, p. 6.
11 Ídem, p. 10.
12 “Aporte a una hipótesis de resistencia”, en Los papeles…, op. cit., p. 16.
13 Ídem.
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