El avance de la pandemia.
Coronavirus en Argentina: más casos que Suecia y un dato
inédito sobre la mortalidad.
Los contagios superan en más de 6.000 a los del país usado
por Alberto Fernández en sus filminas para marcar diferencias. A la vez, la
tasa argentina de muertes llegó a un piso récord y es una de las más bajas del
mundo.
Hasta que se demuestre lo contrario, la única verdad es la
realidad. Y la realidad irrefutable en la pandemia de coronavirus son los
muertos. Contagiados, no se sabe a ciencia cierta cuántos hay. El subregistro
es constante. Por eso resulta relevante que, con la actual cantidad de decesos
y de casos registrados que siempre subestima la “verdad”, la Argentina se
encuentre en su mejor momento: la tasa de muertos es hoy del 1,94 por ciento.
Esto significa que de cada 100 personas que contraen el virus, menos de dos
mueren. O para decirlo mejor: por cada 10 mil infectados, hay 194 muertos.
Se trata de un piso récord para el país. Nunca antes, desde
que comenzó la cuarentena el 20 de marzo, se había alcanzado una tasa promedio
tan baja de letalidad. De hecho, en aquel momento la proporción de muertos era
del 2,22 por ciento y comenzó a subir hasta llegar al 5,36 por ciento el 4 de
mayo. Luego dio inicio la etapa descendente, que por ahora continúa sobrepasada
ya la marca de las 1.500 muertes.
La tasa de letalidad ha bajado al punto de haber superado a
países de la región que hasta hace poco mostraban una mejor performance que la
Argentina, como Chile y (aunque con cifras mucho más bajas) Uruguay. Chile
tiene actualmente una tasa de 2,13 por ciento (6.308 decesos), mientras
Uruguay, del 2,93 por ciento, claro que con apenas 28 muertes sobre 955 casos.
En rigor, el único país del continente que muestra una mejor relación que
Argentina entre casos registrados y muertes es Paraguay, con el 0,82 por
ciento.
Este relevamiento da cuenta de la película de la pandemia
local desde su inicio, aunque las fotos de los últimos días hayan mostrado un
incremento de las muertes, con cifras diarias que han llegado a superar los 40
y hasta los 50 decesos. Ese crecimiento, sin embargo, por ahora corre detrás
del incremento de casos positivos, algo que no es definitivo: nadie puede
asegurar que no vaya a cambiar en las próximas semanas.
Puede pasar que, cuarentena dura mediante, se logre
ralentizar la curva de contagios y la de muertos continúe en ascenso por el
arrastre de los casos previos. Pero ese no sería el peor escenario, sino aquel
otro en el que los hospitales no pudieran contener el pico de enfermos, con
obvias derivaciones en una mayor cantidad de muertes.
Lo que sí se puede afirmar, con los datos disponibles hasta
hoy es que, a diferencia de lo que ocurrió en otros países, el incremento de
casos registrados aquí no tuvo hasta el momento un correlato equivalente en la
curva de muertes.
Para muestra basta mirar a Suecia o a Chile, dos países con
la cuarta parte y la mitad de habitantes que la Argentina, respectivamente, y
que sin embargo muestran cantidades de infectados casi iguales o muy
superiores, y números de muertes que llegan a cuadruplicar el local.
Un caso emblemático es precisamente Suecia, protagonista del
entredicho "diplomático" disparado por las filminas del presidente
Alberto Fernández a comienzos de mayo. Hoy ese país muestra una curiosidad:
registra a esta altura menos infectados que la de Argentina (71.419 contra
77.815), pero la diferencia de muertos y la tasa de letalidad es abrumadora:
5.420 y 7,58 por ciento.
Las peores tasas de letalidad del continente americano, al
revés de lo que a priori podría suponerse, no las tienen los países con líderes
anticuarentena, Estados Unidos y Brasil. Sus índices se ubican algo por encima
del 4 por ciento. Claro que los números absolutos dan cuenta de la masacre:
132.546 y 64.867, respectivamente, cifras que ni siquiera la mayor cantidad de
población que poseen puede justificar. Las peores tasas de muerte, sin embargo,
hoy las registran México, Canadá y Ecuador, con promedios de 12, 8,22 y 7,8
respectivamente.
Los muertos son consecuencia, en primer lugar, de las
condiciones sanitarias previas de cada Estado para enfrentar la pandemia y
atender a sus enfermos. Luego -cuando la pandemia avanza-, pasa a ser clave el
nivel de saturación de las terapias intensivas y la posibilidad de dar
respuesta en el peor momento de la crisis. En el medio está el tiempo que cada
país puede ganar para afinar la puntería en los tratamientos contra el Covid
(plasma, Remdesivir).
De ahí que la actual tasa de letalidad argentina, por más
que se ubique entre las más bajas del mundo (el promedio global es de 4,65 por
ciento), es todavía un índice precario en función de la gran incógnita: qué
ocurrirá a medida que el país se acerque al pico de casos y la cuarentena se
vuelva un recurso amortizado y cada vez más difícil de aplicar. Dicho de otro
modo, nadie asegura aún que las bondades estadísticas del presente no sean la
calma que preceda al huracán.
En esta carrera en cámara lenta hacia el encuentro con lo
desconocido hay un dato alentador y otro preocupante: el alentador es que la
proporción de pacientes recuperados con respecto al total de casos se ubica en
el 36 por ciento, el mejor número histórico; el preocupante, que la ocupación
de las terapias intensivas del AMBA no para de crecer y hoy está en el 57,7 por
ciento, con picos en algunos hospitales del Conurbano del 75 por ciento.
Es ese dato el que ahora hay que mirar a diario, como el
dólar. Y más que entrar en pánico por los contagiados que se sumen en cada
parte, la clave será discriminar cuántos de ellos efectivamente vayan ocupando
las terapias intensivas. De eso podría depender la diferencia entre un final de
pandemia “feliz” de otro amargo.
Es posible ver ese destino incierto como el de los cuentos
infantiles que proponen elegir la propia aventura. Cuando el Estado ya no esté
allí para proteger a los porteños y bonaerenses con aislamientos obligatorios
eternos, los emancipados quedarán solos con su conciencia y el meticuloso
cuidado personal y el del prójimo como únicas herramientas para intentar
ganarle la pulseada al coronavirus.
Publicado en Diario “Clarín”, lunes 6 Julio del 2020.
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