No sé por qué pero la lista se me vino a la mente. La lista del mercado, esa que tantas veces llevé-y perdí- en el bolsillo de los pantalones achicados.
Los pantalones achicados eran los que alguno mayor había dejado de usar y que con un par de recortes se reciclaban. Pero los bolsillos no se achicaban, así que si metíamos la mano probablemente nos llegara hasta los codos.
Bueno, pero esa lista, mensual o quincenal se iba elaborando a medida que se acababan los insumos en casa, de modo que llegado el momento exigía al menos cuatro viajes al almacén para traer los bolsos o cajas.
Lo primero que recuerdo era el detalle del aceite comestible. Lata de 5 litros amarilla o verde. Entre paréntesis decía “ si no hay Cocinero traé La Patrona, pero si no hay ninguno de esos no traigas nada”.
El azúcar y el harina, también la yerba, se compraban sueltos. Pero no había otra yerba que no fuera Flor de Lis. Si llevábamos otra era seguro que tendríamos que devolverla. Estoy más o menos en la década del 70. Era incipiente el fraccionamiento en muchos productos básicos, pero por entonces todo lo fraccionado, como ahora, resultaba bastante más caro.
Para el pelo la lista incluía champú Valet, ideal para la caspa. La marca del champú estaba subrayada con lápiz como para que me quedara claro que era ese o ese.
En el arroz había claras preferencias. La lista decía Arroz Gallo doble carolina. Confieso que no tenía idea qué era doble carolina, pero así había que pedirlo y luego corroborar que la caja dijera lo mismo.
Eran tiempos de lavado a mano. Y se pedía un pan de jabón blanco “Gran Federal marfil”, a lo que se le agregaba lo que nosotros llamábamos azulillo, pero que en realidad era un cubo azul que se desarmaba al contacto con el agua y dejaba los guadapolvos como nuevos.
Para la leche se anotaba Zucoa, porque la leche se compraba todos los días. Y el premio para el autor de la compra era una galletita Champagne.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 19 de Julio del 2020.
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