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LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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viernes, marzo 26, 2021

El Rey sin corona. En marzo de 1982, Carlos Reutemann se retiró de la Fórmula 1.


El Rey sin corona.

En marzo de 1982, Carlos Reutemann se retiró de la Fórmula 1, en donde dejó una maca imborrable y sólo le faltó el título, que se le escapó en la última carrera de la temporada 81. Para muchos fue el eterno segundo, para muchos más, uno de los íconos de nuestro automovilismo. No pudo ser profeta en su tierra, pero fue parte de nuestros domingos deportivos.

POR OSVALDO ALVAREZ.

Este marzo que se está yendo, aparece impregnado de recuerdos, anécdotas, fotos que le han ganado al paso del tiempo. ¿El protagonista de este capítulo? Carlos Alberto Reutemann, de los mejores pilotos que dio la Argentina y que pagó tributo por el pecado de no haber sido campeón del mundo en Fórmula 1. En la década del 70 y parte de los 80, el santafesino fue el ícono argento en la Máxima. Fue convocado por las mejores escuderías de la época, fue un piloto de punta, el mejor tester de la época, pero le faltó la cereza en el postre.

Un 21 de marzo de 1982Lole le dijo adiós a la F1. Ocurrió una vez finalizado el Gran Premio de Brasil, en Jacarepaguá. Allí supo que ya no tenía más nada para dar y días siguientes hizo el anuncio oficial. Resultó lógica su decisión porque no había logrado digerir el mazazo de 1981 cuando en Las Vegas perdió la chance de ser campeón, título que quedaba en manos del brasileño Nelson Piquet, del equipo Brabham.

A pesar de las lecturas y enfoques del momento, y de las desmentidas oficiales, aquel padecimiento del argentino en el GP de Estados Unidos sonaba a consecuencia de la rebeldía del santafesino en Brasil (a principios de ese 81) cuando desobedeció la orden de Frank Williams de dejar pasar a su compañero de equipo, Alan Jones, quien era el vigente campeón del mundo. Tanto fue así, que en ese GP que cerraba la temporada en la ciudad estadounidense, ganó el australiano y el festejo del equipo Williams sonó a turbio y descortes, al menos, con su piloto 2, a quien se le había escapado nada menos que el título.

Justamente marzo también es mes de la efeméride correspondiente a aquella rebelión, que dejó estampada la foto del cartel Jones-Reut que el equipo le mostraba al argentino cuando mandaba por escándalo en Jacarepaguá. Fue un 29 de marzo. Llovía en Río de Janeiro, en donde Lole se deslizó con su Williams sobre piso mojado, como nadie no lo podía hacer. Era tal su supremacía que ese cartel resonaba como un insulto a su talento desplegado sobre el agua. Por ello desoyó la orden y ganó con Williams, con Alan Jones y el Arrows de Ricardo Patrese, a sus espaldas. "Nunca vi ningún cartel", dijo el argentino. Nadie le creyó. Pero en el podio, Alan Jones dejó su lugar vacío como para marcar el clima que esperaba a Reutemann; en boxes saludó por compromiso al ganador, pero luego lanzó un dardo envenenado: "Desde hoy, Reutemann es un enemigo más".

Lo cierto es que con su salida de la Fórmula 1, el automovilismo argentino dejó de tener presencia por años. Y si bien aparecieron esporádicamente Miguel Angel Guerra (corrió unos metros apenas con un Osella), Ricardo Zunino (piloto suplente de Brabham), Norberto Fontana (suplencia en el equipo Sauber), Esteban Tuero (una temporada con Minardi) y Gastón Mazzacane (Minardi y el Prost), ninguno pudo igualar la trascendencia de Carlos Reutemann en la Máxima.

El curriculum del santafesino marca que en Fórmula 1 obtuvo 12 victorias, 45 podios, 6 pole positions y 6 récord de vueltas, en 146 carreras corridas, además de dos triunfos en carreras fuera de campeonato; fue subcampeón en 1981 y tercero en 1975. Fue elegido por equipos de la talla de McLaren, Brabham (cuando era propiedad de Bernie Ecclestone), Ferrari, Williams y Lotus.

Debutó en la Fórmula 1 en enero de 1971, con un McLaren, en una competencia sin puntos para el campeonato mundial; fue tercero en el autódromo de la Ciudad de Buenos Aires. Pero, oficialmente el estreno se dio en 1972, en General Paz y Roca. Incluyó la pole y no ganó por el desgaste prematuro de los neumáticos, con lo cual finalizo séptimo.

También en marzo se dio su primer triunfo en la F1. Ocurrió el 30 de ese mes de 1974 en Kyalami, Sudáfrica. Esa carrera no fue televisada y el argentino se la jugó solo, sin compañía ni aliento de los suyos. El blanco Brabham BT44 Nº7 peleó con la Ferrari de Niki Lauda y su contundencia doblegó al austríaco. En el prólogo de su primera victoria había andado cerca. En Interlagos (San Pablo) fue segundo en clasificación nada menos que detrás del local, Emerson Fittipaldi, con un Lotus 72 que era imparable; y en la carrera se dio el gusto de ser líder. Terminó 7º, pero avisó que estaba para anotarse. Pero, además venía de amagar en Buenos Aires, en donde el tanque de nafta se secó antes de lo calculado y se quedó sin nada cuando era puntero cómodo.

Carlos Reutemann fue de esos deportistas a los que la varita mágica les tiró una gambeta. Talento le sobraba, siempre pareció un experimentado, hasta en sus comienzos. Metódico, calculador, eficiente, pero faltó una pizca de fortuna.

Tras los GP de Argentina, Brasil y Sudáfrica, la Fórmula le daba marcha a su temporada europea. Entonces, los domingos por la mañana la cita era una sola: tempranito el mate, las facturas y la TV o la radio para alentar a Reutemann. Después seguía el TC en la ruta, el asado del viejo o los fideos de la vieja. Y por la tarde el fútbol.

Reutemann era parte de los domingos de los argentinos. Los relatos de González Rouco, de Alberto Legnani, Alberto Hugo Cando o de Héctor Acosta sonaban como plataformas de transporte hacia esos circuitos lejanos. Aprendimos geografía, porque nos enteramos en dónde estaban Zolder (Bélgica), Zandvoort (Holanda), Anderstop (Suecia), Jarama (España), Silverstone o Brand Hatch (Inglaterra), Paul Ricard (Francia), Imola, Monza (Italia). Era una liturgia hacer fuerza por ese santafesino callado, parco, poco simpático y mucho de timidez. Tenía sus soldados, aunque no los conocía.

El mal trato típico del argentino se hizo carne en él. Marcado como "eterno segundo'', como "perdedor'', el Lole soportó estoico y respondió con resultados y magia arriba de un F1. Claro que la carrera del 74 en Buenos Aires (toma de aire rota y posterior abandono por falta de combustible cuando era líder) juega como el ícono para sus detractores.

Sin embargo, el Lole Reutemann también supo edificar belleza arriba de un auto de carreras. Emocionó en Montecarlo 1980, en donde ganó con el Williams Nº 28. Cuando cayó la bandera de cuadros en el Principado, el relator de Canal 7, Héctor Acosta, rompió en llanto como tantos que asistíamos a un momento de gloria del santafesino. O cuando ganó en Brasil sin importarle qué dirían Frank Williams y Alan Jones.

Le quedó una materia pendiente, como a muchos: ser profeta en su tierra. No pudo en la Argentina, pese a que estuvo muy cerca, porque siempre giró en la punta. "Fue lindo, pero no tuvo el mismo sabor que si la hubiese logrado en Argentina'', dijo tras su primera victoria (en Sudáfrica). Sin dudas, quedó clavada una espina, pero fue parte de las alegrías argentinas.
Publicado en Diario "La Prensa", 25 de marzo del 2021.

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