Cómo una simple comida hizo posible que volviera tantos años atrás. Tal vez a la infancia, cuando el azúcar formaba parte de muchas recetas, incluidas aquellas que no llevaban azúcar.
Ponerle azúcar a la comida salada era hasta una diversión. Al pastel de papas, a las tartas, le daba un toque especial. Sin embargo, nada igualaba el sabor de los pastelitos salados espolvoreados con azúcar. Como los pastelitos dulces, pero con el mismo relleno de la empanada, que solo cambiaban la forma porque era como comer una empanada.
Pero su forma permitía poner azúcar sin que se caiga y con el calor de la masa se derretía y dejaba esa película de sabor incomparable.
Volver al pago fue también reencontrarme con esas pequeñas cosas con las que crecimos. Los pastelitos dulces, las limas en almíbar, el dulce de membrillo recién hecho, los gaznates y una infinidad de comidas que sólo se pueden encontrar en el norte del país. Claro, para los que se fueron de la Patagonia debe pasar lo mismo, que añoran los sabores de esta parte del país.
Lo cierto es que con esas comidas también volvieron los recuerdos de los domingos familiares que básicamente eran domingos de comidas, porque las juntadas empezaban al mediodía y terminaban a la tarde con la merienda. Pero incluían por lo general los ravioles de la abuela, el asado de mi padre o las empanadas y pastelitos. Los domingos eran los más esperados. Estábamos todos y con el privilegio de ser niños.
A la salida del dulce éramos los primeros de la cola, pero para ese día no solo había comida, también trabajo porque teníamos que mantener el fuego, con el palo largo debíamos revolver el dulce y ayudar a pelar los membrillos calientes. Ni hablar cuando había que pasar toda la pulpa por un aparatito manual que molía el membrillo para que saliera como una pasta lista para hacer los panes de dulce.
Apenas recuerdos cargados de sabores que siguen en pie.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 14 de marzo del 2021.
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