VIGENCIA DEL GRAN POEMA NACIONAL, A 150 AÑOS DE SU PUBLICACION.
Tironeos en torno al Martín Fierro.
La maestría de José Hernández para retratar al gaucho, su habla y su agonía convirtieron a la obra en un clásico del género. Los usos políticos, reinterpretaciones e intentos de apropiación extendieron su actualidad.
Autor: Agustín De Beitia.
Canto de un hombre dolido, intenso drama y confesión de un alma atribulada, lamento de un pasado añorado. El Martín Fierro, con su conmovedor retrato del gaucho, su habla y su agonía, mantiene su poder de atracción y su amplio reconocimiento como el gran poema nacional, emblema de la tradición y hasta símbolo de la argentinidad. A 150 años de su publicación, la vigencia de este clásico del género es atribuida a la genial creación de José Hernández y también, en parte, a las distintas interpretaciones, usos políticos e intentos de apropiación de la obra que se registraron a lo largo de todo el siglo XX.
Elena Calderón de Cuervo, doctora en Letras y profesora de Literatura Hispanoamericana Colonial y del siglo XIX en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), es una de las que explica esa vigencia de la obra por su valor literario y por la maestría de Hernández en la pintura del gaucho.
“El Martín Fierro no es solo el gran poema argentino sino el gran poema hispanoamericano”, aclara, enfática, en una entrevista con La Prensa. “En toda la producción Literaria hispanoamericana no tiene parangón”, insiste.
“Si cuesta a veces su expansión en otras literaturas es por el lenguaje utilizado: el dialecto gauchesco que José Hernández necesitaba rescatar para caracterizar a ese personaje particularísimo que es el gaucho argentino, o el gaucho de las pampas, en realidad”, añade la profesora e investigadora, que es hija del ilustre filósofo, teólogo e historiador Rubén Calderón Bouchet.
La docente aclara, sin embargo, que esa expansión de la obra de José Hernández por la región “es impresionante, y es pareja con la que tuvo en su momento en nuestros propios gauchos que poblaban el Río de la Plata. Ellos lo sabían de memoria. Mi papá lo sabía de memoria. Él había nacido en Chivilcoy y era de la familia de los fundadores de Chivilcoy. Todos gauchos”, menciona.
HIDALGO.
“El error -puntualiza- está en pretender que gaucho era solo el oprimido. Porque gauchos eran desde el patrón de estancia, como Juan Manuel de Rosas, hasta el último peón. Es más bien un carácter, una modalidad, una manera de ser. Y esa manera de ser tiene que ver con el hidalgo español, que es cristiano. El gaucho es descendiente de ese primer conquistador”.
“Claro -continúa Calderón de Cuervo- el suyo es un cristianismo que ya en el siglo XIX es un poco desleído. Algo en lo que tuvo mucho que ver la expulsión de los jesuitas y también la instalación, ya a partir de 1850, del liberalismo oficial, que combatió no solamente al gaucho, sino que llevó adelante lo que bien podría considerarse un genocidio. La guerra de frontera fue un genocidio”.
“El Martín Fierro refleja ese gaucho, con sus pesares, sus penas, sus alegrías, sus costumbres y también sus malas costumbres”, continúa.
Calderón de Cuervo no duda en afirmar que el Martín Fierro es “un retrato hecho con maestría. Uno la puede ver en el uso del verso y en el recurso a las tradiciones literarias”, ejemplifica.
“José Hernández, en realidad, pensó nada más que en escribir El gaucho Martín Fierro (1872), lo que después se va a llamar La ida. Solo años después escribió La vuelta de Martín Fierro (1879)”, explica la profesora.
“Pero en su opinión no hay una contradicción, como a veces se ha señalado, entre el primer libro y su continuación, es decir, entre el personaje levantisco de la primera parte, y el que intenta congraciarse con la sociedad en la segunda parte.
“No hay ninguna necesidad de marcar una diferencia, sino más bien una evolución entre el Martín Fierro de La ida y el de La vuelta. Porque realmente es preciosa La ida y en La vuelta está toda su sabiduría gauchesca”, insiste.
“En La ida tenemos todo su carácter, tan varonil, tan heroico, porque el héroe a veces no es todo el tiempo bueno. El Martín Fierro de La ida es más violento. El de La vuelta es más viejo, ha sufrido más, ha perdido al amigo, ha perdido a la mujer, la casa, la hacienda. No le queda nada más que asumirse en esa sociedad”.
HORIZONTES.
Sobre las diversas interpretaciones que se han dado al poema, Calderón de Cuervo advierte que no puede perderse de vista que “hay una idea que quiso plasmar José Hernández que no se puede obviar”.
En este sentido llama a distinguir entre el horizonte de producción y el contexto de recepción de la obra. “En la llamada Ida -explica- está la persecución del gaucho, el genocidio, esa lucha, ese combate contra el gaucho, que existió, que fue así. Los dejaron realmente sin nada”.
“Hay que tener en cuenta el horizonte de producción”, dice. “José Hernández sabe que, a diferencia de la segunda corriente colonizadora, que es andaluza y se afincó en la zona andina, allí el gaucho, que es extremeño, castellano, duro, se descuelga. Le permiten vender la hacienda que le habían dado en premio a la conquista y se vuelve un ser solitario, muy amigo de la libertad. Y esa libertad chocaba con el sistema liberal, que es el que se impuso después de la Constitución. Una Constitución que se llamaba federal pero que era más bien liberal”, añade.
Por eso, admite, se puede considerar que, “en general, fue una persecución a los federales. La montonera tenía como lema: Religión o muerte”.
Para la profesora, es la pintura vívida que logra Hernández del drama de ese gaucho lo que permite que tan diversas personas se conmuevan, se identifiquen, se reconozcan. “Como trabaja un pintor, José Hernández fue recogiendo todos los datos necesarios para retratar a su personaje, que es más que nada un arquetipo”.
“En La ida se podría decir que Martín Fierro muestra la hilacha, con ese primer duelo que tiene -un duelo del que, dicho sea de paso, se va a arrepentir siempre- con ese negro que terminó muerto en la pulpería porque él estaba borracho, porque él estaba desahuciado, porque le habían quitado todo, porque había perdido casa, mujer y hacienda”, enumera Calderón.
“Todo había perdido. Todo se lo desbastaron en la leva, por la política genocida, fundamentalmente de Sarmiento”, lamenta.
DISTANCIA.
El doctor en Historia Matías Emiliano Casas, profesor universitario y autor de Como dijo Martín Fierro, libro que acaba de publicar la editorial Prometeo, también señala en una entrevista con La Prensa “el inmediato impacto popular que tuvo el libro, algo que se refleja en la memorización del poema, en el relato en los fogones y en las diferentes ediciones que fue experimentando la historia de El gaucho Martín Fierro”.
“Hernández intentó distanciarse de la literatura gauchesca anterior”, explica Casas. “Y eso está anunciado en su prólogo. Dice que no escribe sobre el gaucho para hacer reír a costa de su ignorancia, sino que va a retratar a un pobre gaucho, a la clase desheredada de nuestro país, con todas sus desventuras”, añade.
“Por un lado -prosigue Casas-, es una obra diferente a todo el recorrido anterior, a Hilario Ascasubi, a Pérez, a Estanislao del Campo. Y por el otro, Hernández no restringe a su público. Todo el tiempo juega con una doble dimensión del texto: escribe para iletrados y también para la cultura letrada”.
En su repaso de la primera trayectoria del poema, Casas recuerda la importancia que tuvo para la consagración de la obra el ciclo de conferencias que pronunció Leopoldo Lugones en el teatro Odeón en mayo de 1913. Sin embargo, afirma que hay que matizar la originalidad de la mirada de Lugones. “La idea de que el Martín Fierro era un poema épico ya había sido esbozada por otros autores, como Martiniano Leguizamón”, aclara, para luego recordar también el temprano descubrimiento de la obra que habían hecho Unamuno y Menéndez Pelayo.
Canto de un hombre dolido, intenso drama y confesión de un alma atribulada, lamento de un pasado añorado. El Martín Fierro, con su conmovedor retrato del gaucho, su habla y su agonía, mantiene su poder de atracción y su amplio reconocimiento como el gran poema nacional, emblema de la tradición y hasta símbolo de la argentinidad. A 150 años de su publicación, la vigencia de este clásico del género es atribuida a la genial creación de José Hernández y también, en parte, a las distintas interpretaciones, usos políticos e intentos de apropiación de la obra que se registraron a lo largo de todo el siglo XX.
Elena Calderón de Cuervo, doctora en Letras y profesora de Literatura Hispanoamericana Colonial y del siglo XIX en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), es una de las que explica esa vigencia de la obra por su valor literario y por la maestría de Hernández en la pintura del gaucho.
“El Martín Fierro no es solo el gran poema argentino sino el gran poema hispanoamericano”, aclara, enfática, en una entrevista con La Prensa. “En toda la producción Literaria hispanoamericana no tiene parangón”, insiste.
“Si cuesta a veces su expansión en otras literaturas es por el lenguaje utilizado: el dialecto gauchesco que José Hernández necesitaba rescatar para caracterizar a ese personaje particularísimo que es el gaucho argentino, o el gaucho de las pampas, en realidad”, añade la profesora e investigadora, que es hija del ilustre filósofo, teólogo e historiador Rubén Calderón Bouchet.
La docente aclara, sin embargo, que esa expansión de la obra de José Hernández por la región “es impresionante, y es pareja con la que tuvo en su momento en nuestros propios gauchos que poblaban el Río de la Plata. Ellos lo sabían de memoria. Mi papá lo sabía de memoria. Él había nacido en Chivilcoy y era de la familia de los fundadores de Chivilcoy. Todos gauchos”, menciona.
HIDALGO.
“El error -puntualiza- está en pretender que gaucho era solo el oprimido. Porque gauchos eran desde el patrón de estancia, como Juan Manuel de Rosas, hasta el último peón. Es más bien un carácter, una modalidad, una manera de ser. Y esa manera de ser tiene que ver con el hidalgo español, que es cristiano. El gaucho es descendiente de ese primer conquistador”.
“Claro -continúa Calderón de Cuervo- el suyo es un cristianismo que ya en el siglo XIX es un poco desleído. Algo en lo que tuvo mucho que ver la expulsión de los jesuitas y también la instalación, ya a partir de 1850, del liberalismo oficial, que combatió no solamente al gaucho, sino que llevó adelante lo que bien podría considerarse un genocidio. La guerra de frontera fue un genocidio”.
“El Martín Fierro refleja ese gaucho, con sus pesares, sus penas, sus alegrías, sus costumbres y también sus malas costumbres”, continúa.
Calderón de Cuervo no duda en afirmar que el Martín Fierro es “un retrato hecho con maestría. Uno la puede ver en el uso del verso y en el recurso a las tradiciones literarias”, ejemplifica.
“José Hernández, en realidad, pensó nada más que en escribir El gaucho Martín Fierro (1872), lo que después se va a llamar La ida. Solo años después escribió La vuelta de Martín Fierro (1879)”, explica la profesora.
“Pero en su opinión no hay una contradicción, como a veces se ha señalado, entre el primer libro y su continuación, es decir, entre el personaje levantisco de la primera parte, y el que intenta congraciarse con la sociedad en la segunda parte.
“No hay ninguna necesidad de marcar una diferencia, sino más bien una evolución entre el Martín Fierro de La ida y el de La vuelta. Porque realmente es preciosa La ida y en La vuelta está toda su sabiduría gauchesca”, insiste.
“En La ida tenemos todo su carácter, tan varonil, tan heroico, porque el héroe a veces no es todo el tiempo bueno. El Martín Fierro de La ida es más violento. El de La vuelta es más viejo, ha sufrido más, ha perdido al amigo, ha perdido a la mujer, la casa, la hacienda. No le queda nada más que asumirse en esa sociedad”.
HORIZONTES.
Sobre las diversas interpretaciones que se han dado al poema, Calderón de Cuervo advierte que no puede perderse de vista que “hay una idea que quiso plasmar José Hernández que no se puede obviar”.
En este sentido llama a distinguir entre el horizonte de producción y el contexto de recepción de la obra. “En la llamada Ida -explica- está la persecución del gaucho, el genocidio, esa lucha, ese combate contra el gaucho, que existió, que fue así. Los dejaron realmente sin nada”.
“Hay que tener en cuenta el horizonte de producción”, dice. “José Hernández sabe que, a diferencia de la segunda corriente colonizadora, que es andaluza y se afincó en la zona andina, allí el gaucho, que es extremeño, castellano, duro, se descuelga. Le permiten vender la hacienda que le habían dado en premio a la conquista y se vuelve un ser solitario, muy amigo de la libertad. Y esa libertad chocaba con el sistema liberal, que es el que se impuso después de la Constitución. Una Constitución que se llamaba federal pero que era más bien liberal”, añade.
Por eso, admite, se puede considerar que, “en general, fue una persecución a los federales. La montonera tenía como lema: Religión o muerte”.
Para la profesora, es la pintura vívida que logra Hernández del drama de ese gaucho lo que permite que tan diversas personas se conmuevan, se identifiquen, se reconozcan. “Como trabaja un pintor, José Hernández fue recogiendo todos los datos necesarios para retratar a su personaje, que es más que nada un arquetipo”.
“En La ida se podría decir que Martín Fierro muestra la hilacha, con ese primer duelo que tiene -un duelo del que, dicho sea de paso, se va a arrepentir siempre- con ese negro que terminó muerto en la pulpería porque él estaba borracho, porque él estaba desahuciado, porque le habían quitado todo, porque había perdido casa, mujer y hacienda”, enumera Calderón.
“Todo había perdido. Todo se lo desbastaron en la leva, por la política genocida, fundamentalmente de Sarmiento”, lamenta.
DISTANCIA.
El doctor en Historia Matías Emiliano Casas, profesor universitario y autor de Como dijo Martín Fierro, libro que acaba de publicar la editorial Prometeo, también señala en una entrevista con La Prensa “el inmediato impacto popular que tuvo el libro, algo que se refleja en la memorización del poema, en el relato en los fogones y en las diferentes ediciones que fue experimentando la historia de El gaucho Martín Fierro”.
“Hernández intentó distanciarse de la literatura gauchesca anterior”, explica Casas. “Y eso está anunciado en su prólogo. Dice que no escribe sobre el gaucho para hacer reír a costa de su ignorancia, sino que va a retratar a un pobre gaucho, a la clase desheredada de nuestro país, con todas sus desventuras”, añade.
“Por un lado -prosigue Casas-, es una obra diferente a todo el recorrido anterior, a Hilario Ascasubi, a Pérez, a Estanislao del Campo. Y por el otro, Hernández no restringe a su público. Todo el tiempo juega con una doble dimensión del texto: escribe para iletrados y también para la cultura letrada”.
En su repaso de la primera trayectoria del poema, Casas recuerda la importancia que tuvo para la consagración de la obra el ciclo de conferencias que pronunció Leopoldo Lugones en el teatro Odeón en mayo de 1913. Sin embargo, afirma que hay que matizar la originalidad de la mirada de Lugones. “La idea de que el Martín Fierro era un poema épico ya había sido esbozada por otros autores, como Martiniano Leguizamón”, aclara, para luego recordar también el temprano descubrimiento de la obra que habían hecho Unamuno y Menéndez Pelayo.
Menciona las muy diversas referencias religiosas que hay en todo el poemario, donde “están presentes hasta San Agustín y las cosas de la Biblia” y enfatiza que “las alusiones a la catolicidad del gaucho serían infinitas”.
Lo que sí ocurre, según la profesora, es que por la leva y por la guerra de frontera, “el gaucho quedó un poco débil, no tanto en su fe, pero sí en la práctica de esa fe”.
“De hecho -añade-, cuando muere el cacique, ni Fierro ni Cruz saben rezar. Y cuando muere Cruz, él también extraña el no poder rezar, no haber encontrado palabras. Sin embargo, dice: `le levanté un bendito'. Y logra volver, y reivindicarse, salvando a la cautiva, que es el acto del caballero cristiano”.
ACTUALIDAD.
“Logra salvar a la cautiva de manos del indio idólatra y pagano, y devolverla a su civilización, que es la civilización cristiana. No hay otra en Hispanoamérica”, enfatiza.
“Esa civilización es la que se había afianzado durante los 300 años del Virreinato. No se puede olvidar que esto fue, si no una teocracia, sí un estado confesional. Y El gaucho Martín Fierro refleja a ese gaucho, un poco pobrecito, desleído y combatido, pero que formaba parte de ese estado confesional. Por eso también la identificación con ese personaje dentro de Hispanoamérica”, apunta.
La profesora coincide en que el poema mantiene su capacidad de interpelar a los argentinos. Más aún en un contexto como el actual, en el que la deserción de Fierro cobra hoy otro sentido para el hombre moderno ante una nueva persecución que tiene delante de los ojos, dirigida por un poder mundial que es unificado, tiránico, opresor, que no deja espacio para el disenso, y que avanza sin pausa, quebrando los lazos de la fe, la tradición y las familias, tal como le sucedió entonces al gaucho.
“Hoy -admite- existe un pensamiento único que es de una imbecilidad realmente emocionante pero que intenta quebrar a las personas y no permite que se resistan. Si alguien pelea, lo marcan como homofóbico o lo denuncian. Hay muchas cosas que ya no se pueden decir porque hay toda una legislación atrás que lo impide. Al gaucho le pasaba lo mismo”.
“El gaucho tenía las leyes en contra. Había leyes antigauchas. A partir de Sarmiento se instaló todo un sistema de persecución. Y esa modalidad libre, airosa y varonil del gaucho, no podía evadirse”, dice, para luego agregar que así se entiende el posible traspié de José Hernández que menciona el escritor Roque Raúl Aragón, según el cual el autor del Martín Fierro fue arrastrado a adherir a la masonería de la época, aunque sin por ello perder nunca la fe.
“Yo creo que sí, hay un parangón con esta época”, concluye Calderón de Cuervo. Una muestra de que el Martín Fierro nos sigue interpelando.
Por Agustín De Beitia.
PUBLICADO EN DIARIO LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/523266-Tironeos-en-torno-al-Martin-Fierro.note.aspx
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