Pintura de Carlos Montefusco, artista que, como pocos sabe captar la esencia del gauchaje argentino. |
Por Franco Ricoveri.
El Martín Fierro es nuestro gran poema nacional y nos llena de orgullo. Esta afirmación, aunque es bien común entre los argentinos, contradice todo el artículo que Ezequiel Adamovsky publicó en La Prensa el pasado 21 ("Martín Fierro y el desacuerdo argentino").
Me disculpo por no contestar cada una de sus afirmaciones, porque en estos 150 años de vida que tiene la obra hernandiana, ya mostró de sobra sus quilates para defenderse sola. Pero es cierto que desde su misma aparición tuvo admiradores y detractores. Los argumentos que esgrime Adamovsky no son nuevos. Sobre todo aquella vieja tesis borgeana que señala al "Facundo" de Sarmiento como su contracara supuestamente positiva. Que el
"Facundo" sea una obra llena de falsedades, lo dice el mismo autor justificándolas con su intencionalidad política ("el relato" diríamos hoy). Y que Fierro sea portador de verdades, es lo que forjó su sitial en la Historia grande de la Patria como verdadero Poema nacional. Es cierto que para alcanzar ese lugar primero tuvo que hacerse paso entre aquellos detractores que mencionáramos. ¿Cómo? Primero con un gran éxito popular: el gauchaje se sabía presente en esa historia. Después sí vino el aplauso creciente de la crítica, refrendado cuando desde afuera hablaron admiradores de la talla de Unamuno o Menéndez y Pelayo, que lo destacaban como algo único. Nuestro gran poeta Leopoldo Lugones también jugó su papel, pero es injusto decir, como afirma Adamovsky que "esperaba convertir al poema de Hernández en la piedra angular de un culto nacionalista y autoritario". Injusto, anacrónico y es más, agraviante a la memoria de Lugones y al espíritu de sus conferencias tituladas "El payador", pero no hace al tema (al interesado lo remitiría a un libro imprescindible de José Isaacson: Martín Fierro. Cien años de crítica). El problema aquí es más grave.
Cuando pensamos que el gaucho es nuestro "arquetipo nacional" no estamos cayendo en ideologismos y miradas tendenciosas, no caemos en un relato más, desligado de las realidades argentinas, por el contrario, nos inclinamos a ver el rostro sufriente y real de nuestra Patria crucificada, como se ha dicho. Son las miradas ideologizadas, desatentas a la realidad argentina histórica y actual, aquellas que nos dividen y destruyen. Destruyeron la vida política, cultural, nuestra educación, hasta nuestra religiosidad. Y desde 1810 hasta nuestro triste presente. Siempre. Y desde ya que no es una división que creó "el gaucho", si no que la sufrió en su propio cuero y ahí, ante la injusticia, apareció Hernández que le dio voz. Pero el gaucho era más viejo que Hernández y supo llegar con su canto al corazón del pueblo para despertarlo.
La palabra "gaucho" que en tiempos "pre-Fierro" era fuertemente despectiva, fue rescatada por nuestro poeta y, a partir de entonces, es sinónimo de lo mejor que tenemos los argentinos. No es una "construcción" social o literaria, es una realidad profunda y multirracial (empapada tanto en sangre española como indígena). Encarna la trágica (y feliz) realidad de lo que significa ser argentinos. No es casualidad que en la frágil memoria popular, lo primero que brote son aquellos versos que nos llaman a la unidad ("los hermanos sean unidos."), pero partiendo de un "rumiar" nuestra realidad, no mirando para otro lado. Aunque duela. Pero hay que advertir que para entenderlo hace falta un corazón cristiano y criollo, que sepa perdonar y crea en la conversión.
En parte eso es lo que le faltaba a Borges cuando proponía que nuestro modelo hubiese debido ser el Facundo sarmientino. Lejos de creer que "el emblema gaucho encapsula nuestros desacuerdos y enfrentamientos políticos, de clase, étnicos y raciales", como afirmaba Adamovsky, el gauchaje que adoptó a Fierro como maestro sabe abrirse al misterio profundo de la realidad humana. Misterio cristiano que como nadie Fierro explica en esta estrofa: "Junta experiencia en la vida / hasta pa"dar y prestar / quien la tiene que pasar / entre sufrimiento y llanto, / porque que nada enseña tanto / como el sufrir y el llorar." Misterio al fin que sólo se acepta desde la fe (aunque la Historia termina comprobándolo).
ARQUETIPO.
Martín Fierro no es el arquetipo que nace perfecto, sino aquél que se redime a pesar de los maltratos y vejaciones que ha sufrido por parte de "los que mandan", es el que sabe perdonar y reconocer que el camino al bien (personal y social) no pasa ni por el odio, ni por la lucha estéril, pasa primero por" vencerse a sí mismo", para parafrasear al gran arquetipo de los argentinos, el Libertador General de San Martín.
Adamovsky señalaba que el gaucho era para él un "emblema de lo imposible", y que "no funciona como emblema de unidad, sino más bien de desunión".
Creo sinceramente que en el espíritu de los lectores, la palabra "gaucho" despierta lo contrario: sus mejores sentimientos. Hernández no sólo supo que era una realidad, sino también una bandera "posible", aunque no para todos... Para otros representaba una realidad que había que exterminar. Recordemos la famosa frase de Sarmiento en carta a Mitre que exteriorizaba lo que fue una política planificada: "No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos".(20-9-1861). Había que cambiar el componente racial de Argentina y para ello, el gaucho era un obstáculo. Por muchas razones el espíritu del gaucho es todavía un enemigo al que hay que aniquilar.
Martín Fierro, el gaucho, es un abanderado de la Argentina profunda y por eso molestaba y sigue molestando. Abanderado de una tierra que, humillando el poder del invasor inglés, supo expulsarlo repetidas veces; de la que cruzó los Andes para liberar América; la misma que dejó su sangre en Malvinas y sigue luchando por la tierra de sus padres, de sus hijos y nietos. Es el abanderado de una Argentina que, a pesar de sus dirigentes, "no sabe rendirse", porque aprendió que los males que nos tocan vivir, sirven para fortalecernos, y nunca, jamás, para quebrarnos. Lo es del que trabaja feliz, pero también del enfermo que sufre, sabiendo que ese sufrimiento tiene sentido. Por eso en Fierro está el poeta que canta, el niño que sueña, el padre que cuida, la madre que espera. Y su gauchaje es bandera de servicialidad, de hidalguía, de generosidad, fortaleza, coraje., y de todo lo bueno que llevamos adentro los argentinos. ¡tantas cosas lleva en su bandera que nos emociona sólo pensarlo!
Pero, ¿eso alcanza para alcanzar la "unidad" a la que estamos llamados? Y la respuesta es que obviamente no, porque hay dos Argentinas opuestas. Cuando el gran Capitán nos decía: "Serás lo que debas ser, si no, eres nada", también nos mostraba una grieta inconciliable entre los que aspiran y batallan para "ser lo que debemos ser" y los otros.
Es cuestión de "ser o no ser", de elegir una bandera y obrar en consecuencia. Y si la bandera tiene un alférez gaucho y cantor, ¡qué más podemos pedir!
Publicado en Diario LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/523838-Martin-Fierro-y-la-concordia-argentina.note.aspx
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