Alfredo Alcón engalanó al teatro y cine argentinos en los últimos 50 años. Su profesionalidad y humildad lo destacaron durante toda su carrera. El gran talento de la escena nacional falleció ayer a los 84 años, tras una larga enfermedad.
Es estremecedor pensar que la última obra que dirigió y protagonizó fue “Final de Partida”, de Samuel Beckett. Autoritario y sarcástico, el paralítico y ciego Hamm, interpretado admirablemente por Alfredo Alcón, dio sentido a la ironía y la duda de esa pieza tremenda, la que plantea que la vida es una jugada perdida de antemano. “Ya que esto se juega así, juguémoslo así”, decía en la piel de Hamm.
“A mí me da más miedo vivir que estrenar una obra”, dijo Alcón cierta vez. Pero no parecía pensar en la muerte; ocupado como estaba en hacer su trabajo, convocado incesantemente por los directores más destacados de la escena porteña para protagonizar grandes clásicos
. A nadie le cabe duda de que fue el prócer del teatro vernáculo: nuestro Rey Lear, Hamlet, Enrique IV, Eduardo II, Peer Gynt, Edipo. Desde “El amor nunca muere” de 1955, protagonizó más de cuarenta largometrajes, 46 obras de teatro y otras tantas participaciones en Televisión. Es considerado, de hecho, el actor teatral de repertorio más importante de su generación en Argentina.
“No me detengo a pensar qué clase de vida llevo, porque un día quiero una cosa, y al siguiente, otra. Quizás puedo mirar hacia atrás y ver qué dibujos hice. Otros siguen como si fuese una brújula a una institución, religiosa o ideológica. Eso no es estar vivo. Es respirar según un molde y convertir tu alma en una cosa”, dijo en una de sus últimas entrevistas.
El vuelo del Alcón
Nació el 3 de marzo de 1930 en Liniers y fue criado entre ese barrio porteño y Ciudadela (Partido de Tres de Febrero, en la Provincia de Buenos Aires), en el seno de una familia española.
“Eramos pobres”, dijo el actor en más de una ocasión recordando su niñez. Sin embargo, la mayor carencia no fue la económica, sino la temprana pérdida de su padre. Cuando murió su papá, él y su madre dejaron Liniers y fueron a la casa de la abuela Felipa, en Ciudadela. Ese tal vez haya sido su primer escenario: “Cuando los grandes dormían la siesta, me iba a la azotea y convertía las sábanas tendidas en togas. Supongo que era jugar al teatro, pero era una ceremonia inventada, secreta”, le comentó a Clarín.
“Hijo único de madre viuda. Yo envidio a la gente que ha tenido hermanos. Quien los tiene sabe que una persona lo puede querer y querer a otro con la misma intensidad y que lo que hay se reparte. Al hijo único le cuesta entender eso porque está formado en el privilegio. Ya la palabra ‘único’ es jodida”, agregaba hace unos años al actor.
Cantando nanas aprendió a hablar el español con acento ibérico, lo que le abrió las puertas de los escenarios españoles, donde fue aclamado en cada una de las decenas de obras que lo llevaron al Viejo Mundo a lo largo de su vida.
Pantallazos
Su repertorio suma personajes de William Shakespeare, Federico García Lorca, Arthur Miller, Tennessee Williams, Henrik Ibsen, Abelardo Castillo, Eugene O’Neill y Samuel Beckett.
Con el reconocido director Leopoldo Torre Nilsson hizo algunos de sus papeles cinematográficos más memorables, tal como el protagónico de “El santo de la espada” (1970), basada en la novela de Ricardo Rojas sobre la vida del Libertador José de San Martín.
También con Nilsson filmó los notables “Martín Fierro” (1968), sobre el poema gauchesco de José Hernández, “La maffia” (1972), “Los siete locos” (1973) -Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín- y “Boquitas pintadas” (1974) -Concha de Plata y Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián-, basadas las dos últimas en las novelas homónimas de Roberto Arlt y Manuel Puig, respectivamente.
Alfredo Alcón fue también uno de los protagonistas de la película más taquillera de toda la historia del cine argentino, “Nazareno Cruz y el lobo” (1975), del inmortal Leonardo Favio. Pero lo que le permitió incursionar en el cine español fue su protagónico en “Los inocentes” (1964), de Juan Antonio Bardem. Acaso, muchos recuerdan también el papel que interpretó en “En la ciudad sin límites” (2002), película de Antonio Hernández ganadora de dos Premios Goya.
Sería tedioso enumerar su larga lista de premios; basta recordar que dos veces obtuvo el premio Martín Fierro y otras tantas el Estrella de Mar de Oro y que, en 2005, la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina le otorgó el Premio Cóndor de Plata a la trayectoria.
Su primer gran protagónico fue en cine, en 1955, junto a Mirtha Legrand, por entonces la mimada de la pantalla grande, en “El amor nunca muere”, dirigido por Luis César Amadori.
La dupla fue un éxito y regresó al año siguiente en “La pícara soñadora”, dirigida por Ernesto Arancibia y, un par de años después, en “Con gusto a rabia”, de la mano de Fernando Ayala. Luego se formaría otra pareja que marcó historia: Leopoldo Torre Nilsson. Junto a este director, el trabajo de Alcón alcanzó su máximo crecimiento.
“Cuando empiezo a trabajar, estoy tan inseguro, que me sobran los brazos”, decía, aunque la mayoría lo llamaba “maestro”, algo que lo incomodaba bastante. Pero lo cierto es que fue dirigido por nombres históricos como los de Margarita Xirgu, Carlos Gandolfo y Omar Grasso, aunque también se animó él mismo a dirigir con igual éxito: “Los caminos de Federico”, “Bocca-Alcón”, “Homenaje Ibsen”, “¡Shakespeare todavía!” y la última “Final de partida”.
La relación con Shakespeare siempre fue muy intensa, íntima casi. Pero tuvo otro espesor al hacer “Hamlet” en plena dictadura militar: “Ahí pasaba eso que cuento siempre, cuando yo decía ‘hay algo podrido en Dinamarca’ y la platea murmuraba... Además, Luis Gregorich había hecho una adaptación muy interesante donde se subrayaba el hecho político de este hombre que viene a restaurar la justicia en un lugar dominado por lo injusto. Claro que nada se decía clarito, teníamos miedo...”, recordaba el actor en 2009.
Por Mariana Guzzante - mguzzante@losandes.com.ar
Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza.
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