Antes de abandonar el país para afincarse en Londres en 1967, el intelectual debatió con Abelardo Ramos y Spilimbergo.
Antes de abandonar el país para afincarse definitivamente en Londres, en 1967, Ernesto Laclau debatió con los principales dirigentes del Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN): Jorge Abelardo Ramos y Jorge Enea Spilimbergo.
En ese debate ya se vislumbraban las ideas que luego Laclau desarrollaría en los años siguientes y que constituyen el corpus principal de su pensamiento. Impaciente, reprochaba al PSIN la falta de crecimiento militante y adjudicaba este hecho principalmente a que ese nucleamiento, para incorporar militantes, demandaba de ellos excesivas “determinante teóricas no esenciales”. Laclau se refería a una visión de la historia nacional con raíz revisionista y, además, la adhesión a una línea marxista que reivindicaba la revolución de Octubre y las figuras de Lenin y Trotsky, con rechazo expreso a Stalin. Para Laclau eran estos excesivos requisitos los que explicaban el raquitismo del PSIN y su falta de inserción en las masas populares de los años sesenta.
Ramos y Spilimbergo respondían diciendo que el pueblo estaba ilusionado con el nacionalismo burgués de raíz bonapartista (el peronismo) y que en la lucha, al descubrir las insuficiencias y claudicaciones de esa conducción, se volcaría al socialismo. Agregaban que todos los esfuerzos militantes debían concentrarse en la construcción de un partido revolucionario. Esa era la lección de Rusia. Pero, añadían, mientras las masas continuaran entusiasmadas con Perón, resultaba imposible seducirlas y llevarlas hacia el socialismo.
La respuesta de Laclau apuntaba a señalar que esa argumentación constituía “un abuso del argumento objetivo” y que Ramos y Spilimbergo exageraban el contexto desfavorable de un modo autocomplaciente para explicar lo que, en realidad, era una táctica equivocada.
Hacia los significantes vacíos.
Laclau tomó distancia del país y de las ideas de la Izquierda Nacional. Sus análisis se deslizaron hacia la abstracción según luego pudo leerse en sus textos más reconocidos. Ramos era esquivo (tal como luego lo reconoció luego Laclau) a lecturas como Gramsci y Lacan. Adscribía más bien al socialismo clásico al que, además, con el paso de los años iba abandonando para abrazar una suerte de nacionalismo latinoamericanista al que le veía potencialidades socialistas, con signos y características propias (socialismo criollo). Analizaba la historia argentina y latinoamericana y simpatizaba con los movimientos nacionalistas, muchos de ellos originados en las Fuerzas Armadas, a las que adjudicaba un rol ambiguo e impredecible.
Laclau, por el contrario, recorrió otros caminos más abstractos. Prefirió estudiar la fisiología del poder, el nexo que une a las masas, sus reivindicaciones y esperanzas con el líder. La palabra “populismo”, habitualmente despreciada desde la izquierda, cobró con él una jerarquía impensada y se incorporó al canon revolucionario. En ese camino, Laclau y su esposa,Chantal Mouffe, abrevaron en Carl Schmitt de un modo tan claro que han debido luego escribir páginas y páginas para marcar la diferencia con el pensador prusiano.
Los textos de Laclau prescinden de lo contextual, atraviesan el tiempo convencidos de que las fórmulas que propone, envueltas en un lenguaje elaboradamente críptico, no son rozadas por los acontecimientos terrenales, que han sido copiosos en los últimos años. En su “Hegemonía y estrategia socialista”, escrito en colaboración con su esposa, Laclau nos muestra que su pensamiento remonta cumbres tan elevadas desde las que los hechos históricos de los humanos, incluso los más importantes, se tornan apenas un sacudón. En su prólogo, escrito en 2004, o sea después del derrumbe socialista, Laclau reconoce que “muchas cosas han cambiado (desde la edición del libro en 1985)” y menciona: “el fin de la Guerra Fría y la desintegración del sistema soviético”. Sin embargo, un par de renglones más abajo confiesa su sorpresa por “lo poco que teníamos que poner en cuestión respecto de la perspectiva intelectual y política que en él (la edición de 1985) se plantea”.
En otras palabras: pese al hundimiento de la Unión Soviética, el texto de 1985 demandaba correcciones insignificantes. Son las ventajas del pensar abstracto y de generalizaciones tan elevadas que una gran conmoción en el campo del socialismo apenas si merece una referencia menor.
Laclau enderezó gran parte de su obra al estudio del antagonismo como fuente de la lucha por el poder y a la búsqueda de la hegemonía, como estrategia ineludible. En ese mecanismo puso su atención sin atender a los cambios políticos, sociales y económicos concretos ocurridos en el mundo central y periférico en las últimas décadas. Para él, estos hechos no alteraban en lo más mínimo el desarrollo de sus ideas. Estas transformaciones incluían el derrumbe socialista y también los cambios sociales desarrollados por las sucesivas revoluciones tecnológicas, la globalización, el crecimiento del sector servicios, el ensanchamiento de las clases medias, etc. Estos cambios de escenarios eran desdeñados o subestimados como motivo de modificaciones a la teoría que tan trabajosamente había elaborado durante décadas.
Los últimos verdores populistas
Laclau sobrevivió a Ramos por dos décadas y el azar quiso que después de muchos años, volviera a entusiasmarse con la Argentina y América Latina. Abelardo Ramos, en sus últimos años se identificó fuertemente con el peronismo de Carlos Menem, hoy denostado desde el poder. Sin embargo, no desarrolló en libros ni en escritos sustanciales, su crítica a los populismos latinoamericanos a los que había apoyado durante décadas.
Probablemente intuía su agotamiento y sus profundas limitaciones. En sus últimos años, aceptó las privatizaciones de Menem, la apertura económica, elogió a Domingo Cavallo y señaló incidentalmente algunos cambios habidos en la Argentina en las décadas previas. Manifestó su apoyo a los noventa al punto de organizar la disolución de su partido (el FIP) y su incorporación al peronismo. Este acto se llevaría a cabo el 17 de octubre de 1994; Ramos murió el 2 del mismo mes.
La primera década del siglo XXI reverdeció el populismo en América Latina, ciclo que ahora parece agotarse. Es curioso: los nuevos impulsos populistas vinieron de la mano del aumento de los precios de las materias primas y alimentos, revirtiendo la tendencia secular de “deterioro de los términos del intercambio”, término popularizado por la CEPAL. Estos cambios en los precios relativos, a su vez, provienen principalmente de que China está resignando crecientemente sus convicciones socialistas y se está volcando hacia la construcción de una economía de mercado, lo que significó un crecimiento inusitado de su producción y un ascenso impensado de la demanda de commodities.
Ello generó el espacio y los recursos para la vivificación del populismo en América Latina. La abundancia de fondos permitió una política de distribucionismo irresponsable cuya caída se verifica en estos días. China, con su abandono parcial del socialismo, generó el marco propicio para el desarrollo de esperanzas socialistas en América Latina.
Laclau encontró en este neopopulismo una confirmación de sus teorías sobre antagonismos, hegemonías y concatenación de reivindicaciones fragmentarias convergentes en un liderazgo (significantes vacíos). Los procesos de Venezuela y Argentina eran seguidos por él con gran esperanza. Alguna vez habló de que se trataba de una “última oportunidad”. Pues bien, con el caos reinante en el país de Bolívar y el regreso local a los ajustes ortodoxos, además de la decadencia generalizada que exhibe el kirchnerismo, los últimos populismos se estaban hundiendo inexorablemente al momento en que Ernesto Laclau sucumbió ante el embate inmisericorde de un paro cardíaco.
Por Daniel V. González publicado en Perfil.com
Ernesto Laclau, el ideólogo de la Argentina dividida
Angloargentino, agitador de la reelección eterna y de la lógica amigo-enemigo que deslumbra a CFK. Su desprecio por los cacerolazos y la cruzada del 7D. Desayunos con champán Por José Antonio Díaz.
En Londres no se los toma tan en serio. El intelectual argentino-inglés Ernesto Laclau (77) escribió “La Razón Populista” en el 2005 y “Debates y Combates” en el 2008. Su mujer, la politóloga belga Chantal Mouffe (69), “En torno a lo político” en el 2007. Los tres libros se convirtieron en las lecturas más reveladoras para Cristina Fernández de la última década. Por eso en la Argentina, el matrimonio Laclau-Mouffe sí debe ser tomado muy en serio. Ejercen una influencia decisiva en un pensamiento presidencial habitualmente flojo de ideología, más bien adornado por la difusa retórica peronista.
Laclau, agitador del conflicto permanente, la polarización política y el divisionismo social, se ha hecho sorprendentemente vigente entre los cortesanos del actual poder hegemónico. Pueden justificar el “todo o nada” de la guerra contra Clarín. Delirar con la re-reelección eterna. Y proponerse reemplazar al peronismo del Partido Justicialista con una juvenilia cristinista ávida de poder absoluto. Con palabras del escritor Jorge Asís, se trataría de “Buscapinas” culturales que vienen a socorrer las “jactancias antagónicas de los Kirchner”. Algo así. Es que para Laclau la única “revolución posible”, en estos inciertos tiempos capitalistas, es la que puede liderar Cristina. Importa más que nada el instrumento: sería un partido que imponga la “vanguardia” al peronismo tradicional y conservador que dio sustento al kirchnerismo de los primeros tiempos. Ahora el PJ pasó a ser “enemigo”. Como Hugo Moyano, otrora representante de “los de abajo” (cuando era oficialista) y ahora agente de “los de arriba” (ahora que pasó a la oposición), las dos categorías excluyentes en que el populista Laclau divide a la sociedad. Alarma entonces la repentina devoción presidencial por sus elucubraciones, pese a que la teoría básica de Laclau –la exacerbación de la antinomia amigo-enemigo, en lugar de la lucha de clases marxista– resulte a esta altura una antigüedad, suficientemente agotada por el intelectual y jurista del Partido Nacionalsocialista alemán Carl Schmitt en los años ’30 del siglo pasado. Tanto que el ideólogo del ascenso de Adolf Hitler al poder –en quien se inspiraron los hiperrevolucionarizados Laclau-Mouffe de la modernidad–, se fue discretamente alejando de él y de sus manías extremistas a medida que divisaba una derrota militar y política del nazismo en toda Europa. Probablemente la Presidenta no se dejó llevar por esos datos patéticos de la historia sino por la fácil relectura de Schmitt escrita por Mouffe: “Todo consenso se basa en actos de exclusión”. Había sido el ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el que le regaló el libro a la entonces futura Presidenta, quizás equivocado respecto de su valor formativo.
DE LONDRES AL CLARIDGE. Claro, sostener que la democracia no debe consistir en superar las diferencias sino, por el contrario, en fomentarlas, parece más cómodo desde Londres. Laclau vive allí desde 1969, últimamente en el barrio Cricklewood, en el norte de la ciudad, a unos 20 minutos del centro en metro, un lugar de casas bajas, fruterías a la calle y residentes de diversas nacionalidades. Llegó a Londres de la mano de Eric Hobsbawn –nacido en Alejandría, marxista británico y estudioso tercermundista– que lo apadrinó para ingresar en Oxford donde se doctoró en Historia y Sociología. Actualmente da clases en las universidades de Essex, en Gran Bretaña –como profesor emérito–, y de Northwestern, en los Estados Unidos. Desde hace unos días, y por unos dos meses, está alojado con Chantal en el hotel Claridge en el microcentro porteño. Algunos de sus visitantes juran haberlo visto desayunar con champagne, una inclinación nostálgica del hospedaje en cuestión. También frecuenta estos días el cercano bar Cooper de luces de neón en la entrada: allí suele pedir vino blanco o Johnny Walker etiqueta negra mientras degusta un cóctel de langostinos o la tabla de quesos del lugar. Cuando recala en Buenos Aires –cada vez con mayor frecuencia– prefiere la comida criolla de “La posada de 1820”, de Tucumán y San Martín en pleno centro, y el restó gourmet “Chila” (Buenos Aires Cuisine), en Puerto Madero. Esta vez bajó a Buenos Aires para coordinar la edición trimestral de su revista “Debates y Combates” y dar una serie de clases y charlas por todo el país bajo el mismo título con el auspicio de la Secretaría de Cultura de Jorge Coscia. Ya compartió exposiciones públicas con Carlos Zannini, Gabriel Mariotto, Juan Manuel Abal Medina, Martín Sabbatella y Agustín Rossi. El año pasado, el canal Encuentro puso al aire diez emisiones del ciclo “Diálogos con Laclau”. Desfilaron por allí, entre otros, Antonio Negri –catedrático de Teoría del Estado de la Universidad de Padua e ideólogo de diversos grupos radicales italianos durante los ’70–, Etienne Baribar –graduada en la Ecole Normale Supérieure y la Sorbona en París, autora de la tesis de lo universal como negación de su opuesto, es decir de lo particular y privado–, Gianni Váttimo –filósofo turinés defensor de la corriente ermenéutica– y Horacio González –sociólogo, docente y ensayista peronista, actual director de la Biblioteca Nacional–. Chantal Mouffe también acudió a la TV a explicar ante el marido su concepto de democracia radical: “La relación antagónica no reconoce la legitimidad de los otros, es decir de ‘ellos’, se quiere erradicar al adversario. Pero la agonística, en cambio –de agresión y apaciguamiento– es una relación de ‘amigos’ en el sentido del consenso, pero de ‘enemigos’ en la medida que confrontamos visiones enfrentadas de esos principios”. La lección sería que el Otro, el exterior, el enemigo, en la confrontación, ayuda a construir la propia identidad diferenciadora en democracia. Cuentan que Cristina se abrazó definitivamente al salvataje ideológico “populista” cuando se sintió acorralada durante el conflicto con el campo entre Néstor Kirchner y la Sociedad Rural: “Yo necesito explicar y comunicar, no solo atropellar a mis enemigos”, deslizó con un dejo de racionalidad al entonces jefe de Gabinete Alberto Fernández. La historia no la dejó bien parada.
LA COLONIZACIÓN POPULISTA. La primera irrupción de Laclau en la batidora ideológica del kirchnerismo se produjo a fines del 2007: Carlos Tomada organizó un encuentro en su anterior casa de Palermo con el intelectual y una decena de funcionarios y legisladores, entre otros Juan Manuel Abal Medina, Rafael Bielsa y el propio Fernández. La clarividencia común se enriqueció esa noche con empanadas y vino. Era un acontecimiento de verdad. En los primeros años de Néstor Kirchner, sus veladas intelectuales se reducían a los socialistas originarios José Pablo Feinman y José Nun. Los consideraba necesarios para darle lustre académico al “modelo nacional”, pero a la vez se aburría y se cansaba fácil: “¡Con los quilombos que yo tengo, me vienen a hablar de estas cosas!”, se quejó alguna vez medio en broma y medio en serio por el tiempo que los intelectuales K pretendían que les dedicara. En realidad, en otras líneas del Gobierno, crecía el interés por Chantal Mouffe.
Carlos “Chacho” Álvarez había leído su trabajo “En torno a lo político” y lo comentó con el jefe de Gabinete de aquella época. Y Fernández se lo regaló a Cristina, que aún lo conserva como uno de sus preferidos. El aterrizaje de Laclau a la mesa de luz de la Presidenta fue, en cambio, simultáneo con el desembarco de Abal Medina en su entorno. Los textos del intelectual fueron centrales para nutrir la etapa que siguió a la muerte de Kirchner. Así llegó la hora de la aún inexplicable “profundización del modelo”. No queda claro si ese molde incluye el impuesto inflacionario, el descuento salarial del Impuesto a las Ganancias, la ley antiterrorista o las presiones del poder para contar con una Justicia adicta. La democracia cristinista es una estructura flexible y pasible de ser acomodada según las necesidades del poder. Su ambición ha sido básicamente oportunista. Y no le fue mal.
MILITANCIA SESENTISTA. Pese a que se fue del país hace 43 años, Laclau acredita una trayectoria académica y política en el país. En los ’60, fue docente de la carrera de Historia Social de la Universidad de Buenos Aires. Se inició como ayudante de Gino Germani y fundó un Instituto de la carrera con el profesor José Luis Romero. Por entonces era militante del Partido Socialista.
Luego se pasó al Partido Socialista de la Izquierda Nacional, PSIN, de Jorge Abelardo Ramos, atraído por el acercamiento al peronismo. Laclau armó un espacio al que llamó Frente de Acción Universitaria junto a figuras vinculadas como Adriana Puiggros, Blas Alberti, Gustavo Schuster, Analía Payró y Emilio Colombo, entre otros.
De página web de Revista Noticias.
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