Para Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y Pablo Micheli, el paro general de ayer fue un éxito rotundo. Con la ayuda de piqueteros y los sindicatos del transporte, se las arreglaron para paralizar buena parte del país. ¿Les habrá servido para algo tamaña proeza? Desde su propio punto de vista, claro que sí: el paro les ha permitido informarle al gobierno de Cristina que los sindicalistas opositores aún están en condiciones de ocasionarle una multitud de problemas adicionales, de modo que sería de su interés concederles algo a fin de apaciguarlos.
En cambio, no habrá contribuido en absoluto a defender el poder adquisitivo de los asalariados. Por el contrario, al dar un impulso adicional a la inflación, los paros de este tipo depauperan todavía más a millones de trabajadores. De tomarse en serio los presuntos objetivos del trío sindical que protestaba "contra el ajuste y la inflación", el paro fue un fracaso rotundo, pero tal detalle no les importará demasiado. Al fin y al cabo, si realmente quisieran que el gobierno combatiera la inflación con mayor ahínco, estarían reclamando un ajuste más fuerte que el que ha comenzado a hacerse sentir.
Puesto que todos los paros generales son políticos, los únicos beneficiados son los dirigentes sindicales mismos. En teoría, sería posible que, al forzar al ministro de Economía a emprender otro rumbo, pudieran asegurar que los asalariados consiguieran una parte mayor de una torta creciente, pero a esta altura nadie creerá que enseñarle a Axel Kicillof que la ortodoxia es odiosa y que por lo tanto le convendría probar suerte con medidas menos antipáticas ayudaría a poner fin al desmoronamiento de la economía nacional. Antes bien, lo acelerará.
No lo entenderá jamás Cristina, pero en el fondo lo que quieren Moyano y sus compañeros de lucha es que el gobierno restaure el "modelo" que está procurando desmantelar sin que nadie se dé cuenta. Son más kirchneristas que la presidenta. Creen que el viraje ensayado por Kicillof se ha debido exclusivamente al poder de persuasión del malevolente lobby "neoliberal" que, a su juicio y el de muchos otros, siempre se las ingenia para frustrar a quienes anteponen los intereses del pueblo a los de una minoría de oligarcas codiciosos. Hablan y actúan como si estuvieran convencidos de que un gobierno genuinamente popular sería capaz de frenar la inflación, hacer subir los salarios y garantizar la estabilidad laboral por decreto, pero suponen que por razones no muy claras Cristina y Kicillof han optado por rendirse a las corporaciones.
De más está decir que a los kirchneristas les encantaría poder hacer todo cuanto les están pidiendo Moyano, Barrionuevo y Micheli pero, como se percataron un tanto tardíamente, no les es dado obrar milagros. Después de años de resistencia se han visto constreñidos a reconocer que no son capaces de manipular la realidad para que se adapte a sus deseos, de ahí sus esfuerzos desesperados por congraciarse con "los mercados" antes de que la plata se agote por completo y el país caiga nuevamente en bancarrota. Dibujar estadísticas es fácil pero, por desgracia, no lo es lograr que la economía se aproxime a las más impresionantes.
Como Moyano y sus amigos acaban de recordarnos, el modelo, esta maravillosa máquina de movimiento perpetuo que, con la voluntad popular por combustible, haría de la Argentina una de las estrellas más brillantes del firmamento planetario, pudo ensamblarse porque una parte sustancial de la sociedad compartía las ideas de los Kirchner acerca de la mejor forma de manejar la economía nacional. No sólo los peronistas, sino también muchos radicales e izquierdistas coinciden en que el país se depauperó no porque sus dirigentes se negaron a acompañar a sus homólogos de América del Norte, Europa Occidental, Oceanía, Japón y Taiwán, sino porque cometieron el error imperdonable de llenarse la cabeza de ideas foráneas.
Por desgracia, han fracasado todos los proyectos basados en la noción de que, para merecer aquel destino de grandeza que Dios, un compatriota, le había reservado, la Argentina tendría que descolonizarse mentalmente, pero en vez de aceptar que los desastres ya rutinarios muestran que sería mejor adoptar una actitud menos soberbia, los populistas reaccionan acusando a sus ya excorreligionarios de traición. Es lo que está haciendo Moyano cuando insinúa que Kicillof, con la aprobación de Cristina, se ha metamorfoseado en un neoliberal dispuesto a negociar con otros de la misma especie.
Como los kirchneristas de hace muy poco, los sindicalistas peronistas, los izquierdistas más belicosos que reclaman una revolución ya y muchos otros se aferran a la idea de que "la solución" para la Argentina consistiría en hacer todo al revés. Si los malditos extranjeros del mundo desarrollado sienten pánico toda vez que asoma un brote inflacionario, deberíamos enfrentar los que aparecen aquí con ecuanimidad varonil para entonces derrotarlos con aumentos salariales y una reducción heroica de la presión impositiva.
Asimismo, si, como dicen ciertas luminarias eclesiásticas, en el resto del mundo los adoradores del becerro de oro privilegian los números por encima de la gente, los populistas creen que hay que despreciar los guarismos miserables para que no quepa duda alguna de su superioridad espiritual. Y, puesto que nadie en sus cabales negaría que la deuda social importa muchísimo más que las meramente financieras, es legítimo basurear a los acreedores hasta que se hayan eliminado las últimas lacras de todos modos provocadas por el capitalismo salvaje.
Para aquellos políticos más o menos serios que aspiran a suceder a Cristina, el "exitoso" paro de ayer ha planteado un problema muy desagradable. Los más lúcidos saben que es peor que inútil fantasear con una salida populista del viscoso pantano en que los kirchneristas han metido el país, pero también son conscientes de que oponerse prematuramente a quienes reivindican las mismas actitudes irracionales que los oficialistas de anteayer podría suponerles un sinfín de dificultades. Con todo, tarde o temprano el próximo gobierno, o el siguiente, tendrá que enfrentarse con el mesiánico facilismo populista que, desde hace más de setenta años, impide que el país se desarrolle. A menos que logre superarlo, la Argentina continuará hundiéndose, para el desconcierto de los habitantes de los países más avanzados y la satisfacción apenas disimulada de algunos vecinos.
Publicado en Diario "Río Negro", 11/4/2014. Foto: internet.
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