GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...

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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

miércoles, noviembre 18, 2015

Che, FIFA... ¿Y si jugamos un picadito?

Che, FIFA... 

¿Y si jugamos un picadito?

Cuando la pelota parece ir cada vez más despacio gracias a los crápulas que osan destruir el fútbol en detrimento de los intereses propios, sería interesante analizar un amistoso imaginario allí en Zurich, en las puertas de la FIFA, intentando devolverle la esencia a la número cinco.
Las puertas del edificio de la FIFA imponen un cierto respeto. Pero bueno,hemos jugado en escenarios más complicados. La esquina que más adelante rememoraremos como "Mitre y Urquiza" tenía una curva cerrada que a veces complicaba visualizar los autos, y algunos portones bastante sensibles a los pelotazos. Si nos curtimos allá, esto es pan comido.
El fútbol está ahí, medio agonizando, haciendo reposo. Pero todavía se lo puede salvar. Por eso estamos acá. Me pareció correcto volver al lugar que pretende regir sobre todo lo relacionado a la número cinco y recordarles, al menos por un ratito, que significaba la palabra fútbol. Porque, al menos según me acuerdo, abarcaba bastante más que millonarias sumas, casos de corrupción y muertes en las tribunas.
La primera regla del fútbol "de verdad" solía ser, justamente, que no haya demasiadas reglas. Ojo, eso no significaba que cada uno podía hacer lo que quisiera; si no que todos conocíamos de antemano que limitaciones habituales.


Por lo general se intentaba que los dos mejores se separaran y eligieran jugadores mediante un estilo de "draft" que partía de un apasionante "pan y queso". No, no era un sándwich. Era un estilo particular de sorteo, en el que cada uno de los dos contendientes avanzaba en línea recta mediante un paso por turno desde una distancia predeterminada. Así, quien primero alcanzaba a pisar el pie (así fuera únicamente un dedo) del rival se consagraba ganador y tenía la posibilidad de elegir jugadores en primer lugar. Claro, las avivadas siempre estuvieron a la orden del día en un sorteo que de por sí no tiene más reglas que "una vez cada uno y el primero en pisar al otro gana". Porque era común que alguno adelantara un paso más allá de lo debido, o que diera un saltito leve hacia atrás cuando estaba muy jugado con la distancia y era seguro que lo pisaran.
Pero retomando lo anterior, del "pan y queso" salía el que primero elegía. Y allí comenzaba un momento que, visto en retrospectiva, era como armar un ejército propio en el cual aquellos que no tenían aptitudes inevitablemente debían esperar al doloroso "bue, vení para nosotros". Quien había ganado el sorteo solía llamar a sus líneas al habilidoso restante (solían ser tres como máximo por grupo) o al que atajaba bien, buscando reforzar aspectos fundamentales.
La elección seguía su curso y solía desatar algunas polémicas post partido. Claro, las amistades muchas veces se veían amenazadas en la elección (curioso paralelismo con la actualidad política de nuestro país) de jugadores, porque dos grandes amigos dejaban de serlo por unos instantes si uno de ellos no cumplía los requisitos para poder jugar en el equipo del otro.
Había alguna particularidad extra en esta pintoresca escena que podía ocurrir en plena esquina de Mitre y Urquiza de General Roca, en las afueras del Maracaná o en un potrero de Villa Raffo, Buenos Aires. Las camisetas de fútbol aparecían en forma cuasi equitativa, repartidas estratégicamente. Esto significa que en un equipo de, digamos, 3 o 4 jugadores, 2 o 3 solían llevar camisetas y 1 o 2 del equipo restante también, pero nunca más. No era lo mismo si todos tenían camisetas, y tampoco era igual si ninguno llevaba. Lo mismo con los shortcitos, pero no así con los botines, que estaban estrictamente prohibidos. Primero, porque eran un riesgo para los rivales; y segundo, porque en la calle también implicaban una seria posibilidad de esguince para quien los portara.
Si o si había un jugador gordo y uno con rulos; y era muy común encontrar a alguno de paso medio desgarbado, casi desprolijo, que por lo general solía ser uno de los pilares de la defensa. El "gordito al arco", que hoy suena tan propenso a realizar una llamada al INADI, era un acuerdo tácito entre los jugadores. También era una forma de mantenerse saludable, porque algunos kilitos de más tranquilamente podían significar tener que calzarse los guantes. Ah, eso. Los guantes. Sólo uno de los dos arqueros usaba guantes, y eso si el arquero era fijo, que solía ser algo reservado para los grupos de amigos que contaban con muchos jugadores. Por lo general, se convenía previamente si había arquero "volante" o cualquiera que llegara primero podía oficiar de portero (gracias, estimado @Elucasandoval).
La pelota era objeto de discusión (aporte clave de @ADiadiuk), principalmente porque el dueño solía lamentar su explosión bajo las ruedas de un auto o porque los patios vecinos significaban un territorio casi tan impenetrable como el Triángulo de las Bermudas para quien quería recuperar el esférico. Bah, "esférico". Esférico era cuando lo compraban, porque luego de cinco o seis sentadas encima comenzaba a ovalarse, siempre al unísono de los constantes "no te sentés encima que la deformás". Aquí se aplicaba el inefable "rompe paga, pincha paga" para evitar discusiones posteriores en el duro momento de reconocer el cadáver de la número 5.
En todo caso, esférica u ovalada, incluso con los gajos colgando, la pelota era a la vez objeto de deseo y de poder; porque el dueño solía tener cierta impunidad a la hora de manejarse en la improvisada canchita (cosa que recuerda @AgusTartaglia, quien aportó a la causa). Claro, si el dueño hacía una falta fuerte o se dejaba hacer el gol no pasaba nada, no vaya a ser que ante la crítica prefiera ir a tomar la chocolatada y nos deje de garpe.
Ahora si, con todos alineados (también jugaban los vecinos de la cuadra, como efectivamente nos recuerda @FrancooPerotti), sin botines, con algunas camisetas y una pelota que al menos no fuera cuadrada, parecía que la escena encajaba perfectamente para un cuento de Osvaldo Soriano. Y por lo general, tras alguna apuesta que no solía ser mucho más agresiva que "el que pierde paga la Coca", daba comienzo el partido. Nada de sacar del medio, primero porque no había medio y segundo porque eso era para los profesionales. Si los equipos eran parejos, la pelota se lanzaba a los aires y ese acto hacía las veces de pitido de referí. Si, en cambio, alguno de los equipos tenía menos jugadores o contaba con los más pataduras, se le daba el beneficio del saque, que indefectiblemente solía terminar en una jugada deslucida y sin peligro alguno.
Otro acuerdo tácito era que, tras un caño, había que bancarse las burlas. Ojo, también lo era que el ejecutor de semejante exquisitez debía aguantar el vuelto luego. Y solía ser polémica la situación del caño que, tras rebotar en la pierna de la víctima, pasaba medio sucio y despertaba la discusión de si valía burlarse por algo ejecutado a medias o era más bien una deshonra.
Sin embargo, la única regla que todos respetaban y era imposible discutir se refería a las condiciones en las que se frenaba el juego. Si venía un auto, se paraba el partido (bien recuerda @lmartiin), generalmente al grito de, justamente, "Autoooo". Nunca faltaba el que quería sacar ventaja de esta situación, pero por lo general, tras algún reto y una amenaza de piñas, la situación se calmaba.
Los arcos eran el objeto más odiado de este fútbol tan particular y tan argento. La primera charla subida de tono solía generarse tras la polémica por el travesaño invisible (estuvo atento @Gonzatob), ya que al no contar con tal elemento, se estipulaba alguna altura máxima por la cual la pelota podía traspasar sin ser considerada como saque de arco o córner.
Muchas veces los partidos eran a 10 goles o se limitaban a periodos cortos de tiempo, en gran parte por la apretada agenda del joven que debe repartirse entre el colegio, la familia, la noviecita o la chocolatada (si, era considerada una obligación). En esto de la sumatoria de goles también se contaba la destreza, algo que muchas veces obligaba a intentar jugar lindo. El penal de "puntín", por ejemplo, era considerado una cobardía in extremis y muchas veces se sancionaba con algún insulto fuerte e incluso pelotón de fusilamiento -con la pelota- post partido.
Los goles de tijera podían valer doble, y los de palomita a veces triple. Caso aparte era la chilena, que al ser tan difícil y riesgosa (sobre todo por la superficie) de practicar, oscilaba entre los 5 y los 7 goles. En esto no había discusión: si había gol de chilena, incluso mal ejecutada y con posterior porrazo del ejecutor, se le otorgaba la merecida plusvalía.
En cuanto al tribunal de faltas, apenas algunas cosas se sancionaban. La falta dura otorgaba tiro libre y algunas veces un recordatorio del carácter amistoso del partido. Ante la apuesta de la Coca, se evitaba cobrar y se reemplazaba la suave advertencia con un ya más fuerte "es por la Coca, no seas cagón". Irse a las piñas solía derivar también en la inmediata suspensión del encuentro y la posterior reprimenda de padres, amigos e incluso vecinos. El jugador podía retirarse ante la extrema necesidad de ir al baño o ante un eventual pelotazo a la cara (grazie, @Ismael1919), sobre todo en épocas de frío, por algún gambeteador (como @Adriangd31) o por algún alma corrupta que únicamente quería dañar a su rival.
Finalmente entramos en el festejo. Si los equipos solían repetirse, el festejo no se extendía mucho debido a la inminente posibilidad de la revancha; EXCEPTO que el historial estuviera demasiado inclinado a favor de un equipo. El amistoso con apuesta ameritaba algún festejo, sobre todo tomandole la Coca en la cara a los rivales, y solidarizandose luego de haber consumido media botella.

En tiempos de violencia en las canchas, falta de público en las tribunas, equipos del interior devastados y sospechas de corrupción desde la primera a la última división,quizás sería conveniente repasar algunas reglas que solíamos respetar a rajatabla, pasara lo que pasara, porque disfrutábamos jugando al fútbol tanto como disfrutamos verlo hoy.Hombres, mujeres, niños, niñas, incluso abuelos o abuelas solían ser protagonistas pasajeros de algún que otro amistoso; pero más allá de las generaciones o las diferencias económicas, culturales, religiosas y cualquier otra diferencia que se les ocurra, todos proponíamos y aceptabamos las reglas apenas con una mirada. Porque lo importante era la esencia de lo que buscábamos.Queríamos correr atrás de la pelota, así no fueran más de cinco minutos, y sentirnos en las mismas condiciones que Maradona o que Messi, para los más pequeños. Queríamos ver si, por alguna de esas casualidades, podíamos imitar algún gol que tanto habíamos gritado en la semana. O si, en algún picadito, que a veces tenían público, encontrábamos a alguien que nos acompañara de aquí en más. Porque el fútbol trascendía lo estrictamente relacionado con el resultado, algo que hoy en día parece casi utópico.
Con el fútbol herido y en reposo, sería interesante acercarnos a la sede de la FIFA, sacar una Nassau sobreinflada, número 5, ovalada, y ponerla ahí, en el asfalto de Zurich, presta a desatar un nuevo amistoso. Para que allí, en la casa madre del deporte que todos aprendimos a amar, al menos por una vez, se volviera a las raíces.
Juan Cuccarese (con el memorioso aporte de unos cuantos twitteros de calidad).

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