En sólo cinco días un poco más de 32 millones de argentinos tendrán la posibilidad de elegir al próximo Presidente para un mandato de cuatro años, a través del balotaje, una experiencia electoral nunca ejercida en el país, que sin embargo es aplicada en la mayoría de los países de América Latina y que tiene importantes antecedentes históricos. La elección en si misma es un acontecimiento de enorme trascendencia para la vida institucional del país, no sólo porque el objetivo de la segunda vuelta es sumar legitimidad al nuevo Presidente, asegurándole el apoyo de una mayoría popular que inicialmente no consiguió en la primera vuelta, sino porque el nuevo acto electoral tiene la finalidad de fortalecer la gobernabilidad al promover la formación de alianzas o nuevos apoyos surgidos entre la primera y la segunda vuelta.
La fórmula del balotaje viene ganando una importancia institucional creciente en nuestra región continental en la elección del Presidente. Las dos contiendas que se han llevado adelante en el presente año, las de Argentina y de Guatemala, se definieron y se definirán en la segunda vuelta. Durante 2014, las elecciones presidenciales de Brasil, Colombia, Costa Rica, El Salvador y Uruguay se resolvieron en el balotaje. Es decir, siete de los comicios para elegir jefes de Estado que tuvieron lugar en los últimos dos años debieron protagonizar una segunda vuelta. Sólo un tercio de los países de América Latina no han incorporado el balotaje a sus sistemas electorales: Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay y Venezuela.
El balotaje es una institución del constitucionalismo francés, reglamentada en 1852 y reactualizada da por la Constitución de la Quinta República, que entró en vigor en 1958, tras un referéndum que modificó la Carta Magna (también se se lo utiliza para dirimir la elección de legisladores y alcaldes). En la Argentina se incorporó con la reforma de la Constitución Nacional de 1994, en la que estipuló -como se sabe- en los artículos 97 y 98 que tendrá lugar si el candidato que obtuvo la mayor de cantidad de votos en la primera vuelta no logra el 45 % más uno de los sufragios, o bien el 40 % con una diferencia de más de 10 puntos.
Ciertamente, eso fue lo que ocurrió en nuestro país: el oficialista Daniel Scioli (Frente para la Victoria) ganó con el 37,08 % de los votos al opositor Mauricio Macri (Frente Cambiemos) que consiguió el 34,15% de los sufragios. Pero también existe este procedimiento electoral y, de hecho, se lo aplicó en varios distritos del país para elegir gobernador. Las elecciones a jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires también tienen la posibilidad de la segunda vuelta: para ganar en primera instancia es necesaria la mayoría absoluta de los votos, es decir más del 50 %. Y a partir de que se implementó, en ningún caso un candidato superó el 50% y todas las elecciones desde 2003 se dirimieron en balotaje. Las únicas provincias en las que las elecciones pueden elegirse en una segunda vuelta son Corrientes, Chaco y Tierra del Fuego. En la Argentina nunca se realizó un balotaje a nivel nacional, aunque en 1973, en la elección entre Héctor Cámpora y Ricardo Balbín debería haberse llevado a cabo, ya que según las leyes de entonces si ninguno obtenía más del 50% debía haber una segunda vuelta; pero Balbín renunció a competir luego de que Cámpora obtuviese el 49,5 %. Otro tanto ocurrió en 2003, cuando el candidato Carlos Menem desistió de competir y quedó consagrado presidente Néstor Kirchner. Ahora, entonces, los argentinos están llamados a hacer historia.
Editorial del Diario "La Gaceta" de Tucumán, 18 de noviembre de 2015.
http://www.lagaceta.com.ar/nota/661456/opinion/importancia-institucional-balotaje.html
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