La mayoría de estas frases proceden del periodo de los Tercios de Flandes, donde la sociedad castellana se militarizó para responder a los desafíos del primer imperio global.
«El Camino Español», cuadro del pintor catalán Augusto Ferrer-Dalmau. |
Muchas expresiones comunes en el lenguaje de hoy en día tienen su origen en situaciones de naturaleza militar. En especial, muchas frases populares proceden del periodo de los Tercios de España, donde la sociedad castellana se militarizó para responder a los desafíos del primer imperio global.
-«Irse a la porra»
El sargento mayor de cada Tercio de Flandes, la unidad de élite de los ejércitos Habsburgo en el siglo XVI y XVII, dirigía los compases de sus hombres moviendo un gran garrote, una especie de antecedente de la batuta de orquesta que recibía el explícito nombre de porra. Cuando una columna en marcha hacía un alto prolongado, el sargento mayor hincaba en el suelo el extremo inferior de su porra distintiva para simbolizar la parada. Los soldados arrestados debían permanecer sentados en torno a la porra que el sargento había clavado al principio. Eso equivalía por tanto a «enviar a alguien a la porra» como sinónimo de arrestarle.
-«Poner una pica en Flandes»
Sinónimo de algo sumamente dificultoso o costoso, refiriéndose a los gastos y esfuerzos que suponía el envío de los Tercios. Cervantes usó varias expresiones similares en El Quijote: el personaje de Sancho Panza afirma que «pues si yo veo otro diablo y oigo otro cuerno como el pasado, así esperaré yo aquí como en Flandes», lo que equivale a decir en cualquier parte.
-«No dar un palo al agua»
Significa ser un vago y proviene del mundo marinero, donde «palo» se entiende por remo. De tal forma, los remeros más holgazanes usaban los remos para golpear por encima el agua, es decir, solo fingían impulsar los remos.
-«Se te ve el plumero»
Cuando a alguien se le ve sus verdaderas intenciones o pensamientos. En el siglo XIX durante las guerras entre absolutistas y liberales, estos últimos crearon una unidad conocida como Milicias Nacionales en defensa del régimen liberal que lucían unas llamativos penachos en sus morriones. Tras ser disuelta en 1820 por los absolutistas se comenzó a emplear para señalar a los liberales ocultos.
-«Dejar en la estacada»
Procede de los obstáculos hechos con estacas afiladas que se colocaban para impedir el avance sobre las líneas enemigas. La infantería usaba estos obstáculos para frenar en seco a la caballería.
-«Me importa un pito»
El pífano o el «pito» era el chico que tocaba tal instrumento en el ejército. Su paga era muy baja. Por tanto cuando utilizamos la expresión «me importa un pito» damos a entender que le damos muy poco valor al asunto.
-«Meterse en camisa de once varas»
Intentar hacer algo demasiado complicado para nosotros. La camisa o cortina es la denominación medieval de un lienzo de muralla, espacio entre dos torres. Y las varas eran una unidad de medida por lo que once varas son unos diez metros lo que implicaba una muralla demasiado alta para ser tomada.
-«Se armó la de San Quintín»
Alude a la batalla que tuvo lugar el día de San Lorenzo —10 de agosto— de 1557, ganada por las armas españolas de Felipe II contra los franceses, y en la que los Tercios estuvieron dirigidos por Manuel Filiberto, duque de Saboya.
-«Hacer las cuentas del Gran Capitán»
Alude a las tan discutidas cuentas millonarias que Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, presentó a los Reyes Católicos después de haber conquistado para ellos el reino de Nápoles en 1504.
-«Meter en Orán cien lanzas»
Relacionado con una empresa compleja (como poner «una pica en Flandes»), pero en relación a conquistar la plaza africana de Orán.
-«Chusma»
La chusma eran los prisioneros condenados a apalear sardinas (a remar) en galeras y por tanto encargados de la tareas más ingratas.
-«Apalear sardinas»
Referido a la condena de remar en galeras
-«Ir de tiros largos»
Cuando alguien va muy elegante se suele emplear esta expresión a modo de halago. Los tiros eran las correas que sujetaban el sable a la cintura y en aquellas ocasiones en los que el soldado deseaba ostentar dejaba el sable más suelto, es decir de tiros largos. A diferencia de en combate, donde se llevaba bien sujeto, en la vida civil se buscaba más comodidad.
-«Camarada»
Su origen viene de cuando los tercios tenían que prolongar su estancia en algún lugar. Entonces se reunían en grupos de ocho o diez para hacer camarada o camareta. Así lo explica un documento de la época: «Hacen la camarada, esto es, se unen ocho o diez para vivir juntos dándose entre ellos la fe (juramento) de sustentarse en la necesidad y en la enfermedad como hermanos».
-«Medrar»
Hace referencia al alistamiento de los soldados, escapando de la pobreza de sus lugares de origen, para alcanzar riquezas y botines.
-«El despojo»
Nombre recibido a la práctica de adueñarse de las pertenencias –armas, dinero, joyas, ropa, calzado- de los enemigos.
-«Bicoca»
Algo sumamente fácil, o de escaso valor. En relación a la batalla librada el 27 de abril de 1522 en la localidad de La Bicocca, población cercana a Monza, en el antiguo condado de Milán, donde el ejército francohelvético fue diezmado sin que hubiera casi ninguna baja entre los españoles.
-«Al enemigo que huye, puente de plata»
Es decir, conviene facilitar la huida del enemigo que nos molesta para librarnos de él sin tener que combatir. Esta máxima militar tan sobada en la actualidad pertenece a Gonzalo Fernández de Córdoba, «El Gran Capitán» (1453-1515).
-«No hay moros en la costa»
Tras la Reconquista, las costas de España estuvieron dos siglos sometidas a la piratería, hasta tal punto que se decía que un pueblo se acostaba normal y se despertaba desierto, con los hombres muertos, y las mujeres y los niños esclavizados de camino a los puertos piratas del norte de África. Para evitar tales ataques, pues los moriscos expulsados conocían la zona e indicaban dónde y cómo atacar, se trasladaron los pueblos al interior y se colocaron vigías en las costas. Cuando no había moros en la costa significaba que no había peligro.
-«París bien vale una misa»
En 1593, Felipe II, interesado en que el trono francés lo ocupara su hija Isabel Eugenia, accedió a que Enrique III de Navarra, notorio calvinista, se casara con ella y se convirtiera en rey de los galos siempre que renunciara al protestantismo y abrazase la fe católica. Y Enrique contestó: «París bien vale una misa». Católica, claro.
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