Mirta de Baravalle, de 92 años, estuvo presente el 30 de abril de 1977 para reclamar por la desaparición de su hija embarazada de cinco meses y de su yerno. Cuatro décadas después mantiene las fuerzas para cumplir con el ritual alrededor de la Pirámide de Mayo.
A 40 años de la primera ronda, Mirta de Baravalle, de 92 años, co fundadora de las Madres de Plaza de mayo, presente en la Plaza del 30 de abril de 1977, repite el mismo ritual desde hace 40 años: los jueves, saca de una pequeña bolsa de celofán donde guarda el pañuelo blanco -insignia de su condición-, cuidadosamente doblado, con el nombre y la fecha de desaparición de su hija embarazada, junto con el prendedor que identifica a las Madres línea fundadora y el cartel plastificado con la foto de Ana María y la de su yerno detenido desaparecido, y se dirige a cumplir con el ritual alrededor de la Pirámide de Mayo.
Después de atravesar el conurbano a bordo de tres colectivos que la traen desde su casa en el partido de San Martín, con sus lúcidos 92 años, el pelo blanco y una figura de aparente vulnerabilidad, una de las 14 fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, Mirta Acuña de Baravalle está lista para caminar las pocas cuadras que separan las oficinas de la institución de la Plaza y participar de la histórica ronda de los jueves. Es jueves 20 de abril y faltan solo diez días para el 40° Aniversario de las Madres de Plaza de Mayo.
"La cabeza y los huesos los sigo teniendo bien y cuando cumplo años, los tiro a la basura para el que quiera los recoja" , dice sonriendo y levantando sus hombros al comenzar la entrevista que concedió a Télam, la mujer que junto con Haydée García Buelas, sobrevive a ese grupo de madres que empujadas por Azucena Villaflor de De Vincenti hicieron visible el reclamo por sus hijos desaparecidos aquel 30 de abril de 1977, en pleno estado de sitio impuesto por la dictadura de Jorge Rafael Videla.
La desaparición de su hija embarazada de cinco meses y la de su yerno Julio César Galizzi, el 27 de agosto 1976, fueron dos golpes casi letales que Baravalle enfrentó sin tiempo para duelos, recorriendo junto a su esposo comisarías, hospitales, organismos oficiales e iglesias hasta que el 30 de abril de 1977 se unió a ese puñado de madres desesperadas que llegó a la Plaza de Mayo y gestó el movimiento de resistencia pacífica contra la dictadura más importante de la historia.
Como madre y abuela de desaparecidos, Baravalle también formó parte de las 12 fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo que nació como Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos el 30 de octubre de ese año invitada por su presidenta Alicia Zubasnabar de De la Cuadra, "Licha", a buscar organizadamente a los nietos nacidos en cautiverio bajo la consigna "buscar a los nietos sin olvidar a nuestros hijos".
"Enseguida me dividí en dos, no tuve momento de decaer. Cuando se llevaron a Ana de mi casa me dije 'o lloro o la busco; o muero o lucho' porque sabía que si empezaba a llorar no paraba. Entonces empecé a moverme y con mi esposo Romildo lo primero que hicimos fue ir a la iglesia de Lourdes en Santos Lugares a pedir una misa y nos sorprendimos porque el sacerdote leyó los nombres de Ana y de Julio y también de otros chicos. Después visitaba la cárcel de Villa Devoto todos los días, sin entender cómo podía ser que no la encontrara", relata.
Durante muchos años, participó activamente en las dos organizaciones, sus jornadas terminaban en San Martín cuando llegaba a su casa cerca del comienzo del nuevo día, hasta que se alejó de Abuelas en 1989 y se dedicó "a full" a trabajar en Madres de Plaza de Mayo.
Con su bajo perfil, Baravalle prefiere "pensar en el sufrimiento que perdura" cuando se habla de los 40 años que las Madres rondan la Plaza y asume "el compromiso de las Madres que se juntaron aquel 30 de abril y que ya no están más", como tampoco lleva el número de rondas en la Plaza y que suman 2.037 jueves.
"No llevo la cuenta pero para mí, la Plaza es sagrada. Si estoy en Buenos Aires, aunque llegue tarde, tengo que pisarla porque para mí tiene mucho significado desde que dejé de ser una ama de casa y salí a buscar a mi hija y a mi nieto", reconoce a días de haber viajado a Colombia para llevar el apoyo de las Madres en un encuentro organizado por la Red Latinoamericana sobre Desapariciones Forzadas.
Su actividad entendida como la defensa de los derechos humanos en todos los ámbitos de la vida la compromete en el apoyo a los trabajadores de las fábricas, los marginados y los desprotegidos y llega también a la educación, visitando escuelas invitada por sus autoridades y disfrutando del contacto con los jóvenes a quienes les habla como si fueran sus hijos porque "en cada joven están ellos (los hijos desaparecidos) y nos dan energía".
De los peores tiempos de la represión, confiesa que "nunca" tuvo miedo porque su vida no le importaba: "¿Me van a matar? ¿A mí que me importa? les decía a los milicos cuando me corrían en una marcha. Yo era conciente de lo que me podría pasar pero no me importaba porque para mí lo importante era conseguir información", evoca con firmeza.
A Azucena Villaflor de Devincenti, la mujer que empujó a las 14 madres a unirse para reclamar por sus hijos, la conoció un mes antes de aquel 30 de abril fundante, cuando coincidieron en Casa de Gobierno por una entrevista que habían solicitado.
"Yo tenía cita para ver a un coronel y en la puerta del despacho éramos unas cuatro o cinco mujeres que después supe que también buscaban a sus hijos. Al salir de la Casa Rosada me encuentro con ellas y nos contamos qué nos habían dicho.
Estábamos todas ofendidas por las mentiras que nos decían de nuestros hijos y una de ellas, empezó a decir que si éramos muchas nos iban a tener en cuenta y no se iban a burlar pero que teníamos que convocar a más madres. Era Azucena, que sentada en un banco al lado mío sacaba un tejido mientras nos hablaba", recuerda.
La segunda vez fue a los pocos días en la capilla Stella Maris, donde los genocidas iban a recibir la misa y la comunión que les daba el cardenal Aramburu con motivo del aniversario del golpe del 24 de marzo.
"Entramos con Azucena y otras dos madres por el costado pero no pudimos soportar ver a Videla y a los otros asesinos reclinados en sus bancos recibiendo la comunión. Nos fuimos afuera a esperarlos para reclamar por nuestros hijos pero no pudimos acercarnos porque estaban muy custodiados, pero ya el encuentro de las Madres en la plaza el sábado 30 de abril estaba acordado", afirma Baravalle.
De los cuatro hijos que tuvo con Romildo Baravalle, fallecido de un infarto en 1978 durante la final del Mundial de Fútbol que ganó la Argentina por demoras en la atención médica, Mirta perdió también a su hija menor Verónica porque no pudo soportar la desaparición de Ana María.
Ahora comparte sus días con el único hijo que quedó en Buenos Aires, Sergio y su nuera, ya que Gerardo, el mayor, partió hacia Europa a principios de 1970.
Publicado en Diario "Uno" de Mendoza, sábado 29 de abril de 2017.-
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