Se difundieron hace unos días los resultados preliminares de las pruebas
de evaluación Aprender 2016. Esta tuvo una alta tasa de respuesta: un 76% de
los alumnos la contestó (61% de escuelas estatales y un 39% de escuelas
privadas). Esa amplitud le asigna un alto valor porque refleja con bastante
precisión el estado de la educación en nuestro país. Por otra parte, esa
adhesión masiva desmiente una vez más la representatividad de esos dirigentes y
docentes aislados que se burlaron de la prueba y promovieron que no se
realizara.
Los resultados son, como cabía esperar, muy pobres. El 46,4% de los
alumnos de quinto y sexto año del secundario no comprende un texto básico. El
70,2% no puede resolver problemas matemáticos muy sencillos. La muestra refleja
también la inequidad entre el sistema público y el privado, ya que este, en
promedio, exhibe una significativa mejora respecto de aquel.
El presidente Mauricio Macri, al presentar esos datos, señaló como un
problema muy serio esa desigualdad, por la que la escuela pública, salvo
honradas excepciones, va quedando para los sectores más pobres. Macri dijo, con
un giro coloquial, que estos, cuando no pueden pagar una escuela privada,
“caen” en la pública. En modo alguno ese verbo tuvo una intención peyorativa.
Simplemente, describió con crudeza una situación. Pero bastó que lo hiciera
para que el gremialismo docente y esa variopinta alianza de los elementos más
retardatarios de nuestra sociedad (que curiosamente se autodenominan
progresistas) lo acusaran de querer destruir la escuela pública.
Es más bien al revés: Macri es presidente hace solo 15 meses; los que
destruyeron la educación pública, con un esmero digno de mejor causa, fueron
otros, muchos de los cuales se visten ahora de fiscales.
Avala lo dicho el hecho de que, durante su
gestión como Jefe de Gobierno de la Ciudad, la enseñanza de gestión publica
tuvo una mejora tan significativa que el sector privado vio menguada su matrícula
por el flujo de alumnos hacia aquella.
Como ocurre con la inflación y la pobreza, la educación no se
solucionará escondiendo sus falencias debajo de la alfombra. Asumir la verdad,
por dolorosa que sea, es el primer paso imprescindible para comenzar a mejorar
la educación pública. A nadie se le ocurriría culpar a un médico por
diagnosticar una grave enfermedad, si el diagnóstico es certero. ¿Quién
realmente quiere que se cure, el médico que le cuenta la verdad o el curandero
que lo adula y le dice que lo ve en un estado excelente?
Lamentablemente, los gremios vienen actuando como un obstáculo a los
cambios necesarios. Reclaman por sus salarios, lo que es legítimo, pero se
oponen a cualquier modificación que tienda a la excelencia académica, empezando
por su propia capacitación. Toda medición de resultados les parece
estigmatizante. Es absurdo, porque sin conocer en qué sectores y en qué lugares
aparecen los problemas más acuciantes, será imposible revertir su decadencia.
De ahí el enorme valor de las pruebas Aprender, que nos ofrecen una descripción
bastante aproximada del estado de la educación argentina.
Frente a este panorama, es
todavía menos comprensible que se siga apelando a la huelga como único modo de
reclamo. Sobre todo cuando, de las propias declaraciones de Baradel y otros
dirigentes gremiales docentes, lo que verdaderamente se impugna es "el
modelo"; en otras palabras, la política general del gobierno nacional.
Pero esa política viene de ser avalada en las urnas hace 15 meses. En una
verdadera democracia, cualquiera tiene derecho a opinar, pero las decisiones
públicas las adoptan aquellos que han sido investidos por la soberanía popular.
Pero ya sabemos que en la Argentina muchos pretenden reemplazar los votos que
no tienen por marchas y manifestaciones; la urna por la calle. Hablan en nombre
del pueblo, pero no se subordinan a los representantes populares.
Esas pruebas han mostrado lo que podía intuirse con relación a la mejor
perfomance, como regla general, de las escuelas privadas. Pero estas no
escapan, salvo excepciones, de la mediocridad. Los resultados de una buena
escuela privada argentina son magros si se los compara con establecimientos
educativos de los países más avanzados.
Es triste que esto ocurra en la patria de Sarmiento, que supo ser un
faro educativo para toda América, pero es mejor saberlo y actuar en
consecuencia que seguir viviendo en la mentira.
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