Nunca entendí por qué razón determinadas comidas no se pueden comer en cualquier época. Las empanadas de vigilia se hacen en tiempos de Semana Santa, pero el resto del año brillan por su ausencia. Tal vez las pueda comprar, pero en cada casa a nadie se le ocurre hacerlas fuera de temporada.
Ni hablar si a alguien se le ocurre comer turrón o garrapiñada.
Ocurre lo mismo con el pan dulce, ese mismo que se come para las fiestas de fin de año y que como por arte de magia desaparece en los primeros días de enero.
Siempre me pregunté a dónde irán a parar los panes, turrones, garrapiñadas que no se venden en esa franja que va de mediados de diciembre a mediados de enero. Porque en realidad todo se resume a un mes con productos muy específicos y después no se los ve más por las góndolas.
En casa, cuando éramos niños había un lema que tampoco entendía. “Para el 25 de mayo se comen pastelitos” decía mi madre. Y las típicas empanadas desaparecían circunstancialmente. El pastelito era básicamente lo mismo, es decir la misma masa, el mismo relleno con carne o pollo y para la tarde con dulce de membrillo bañado con almíbar.
Es decir, era una empanada con otra forma, la del pastelito dulce. Además, había un agregado. En la mesa de la familia algunos le ponían azúcar encima y eso estaba permitido porque se ponía en la mesa la azucarera. Sin embargo, cuando hacían empanadas no nos dejaban ponerles azúcar.
¿Caprichos? No sé. La verdad resultaba extraño eso de los 25 de mayo hacer pastelitos y el resto del año empanadas, tanto como que se podía poner azúcar a unas sí y a otras no. Pero de tanto recibir instrucciones, cuando nos hicimos grandes fuimos adoptando esas mismas normas.
A nadie se le ocurriría comer locro en verano. Rápido saltarían y nos dirían que esa es una comida de invierno. El que decide es usted, no hay normas para las comidas y si quiere póngale azúcar.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 30 de abril de 2017.
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