Si bien a los políticos les gusta repetir lo de que “no hay mejor campaña que una buena gestión”, todos saben que se trata de una mentira piadosa. Tanto en la Argentina como en otros países, son muchos los votantes que se sienten más atraídos por vendedores de humo o personajes que les parecen simpáticos que por administradores eficientes. A veces sucede que, luego de una etapa caótica protagonizada por un demagogo carismático, la mayoría sí opta por respaldar a un tecnócrata gris con la esperanza de que se las arregle para restaurar un poco de orden, pero en el caso de que lo logre no tardará en buscar alternativas más emocionantes.
Esta realidad plantea un desafío a los peronistas. Asustados por la posibilidad de que más lugares que creían suyos para siempre caigan en manos de la coalición macrista Cambiemos, algunos han llegado a la conclusión de que les convendría asumir posturas más sensatas que las del pasado reciente.
¿Una dosis de moderación los ayudaría a recuperarse de las derrotas que tanto les han dolido? Puede que no.
A nadie se le ocurriría atribuir el asombroso éxito político de los herederos de Juan Domingo Perón a la eficiencia de los gobiernos que formaron. Fue fruto de su capacidad notable para generar una frondosa mitología propia y difundir un “sentimiento” que, de una manera u otra, incidiría en el pensamiento de virtualmente todos los habitantes del país, incluyendo a los antiperonistas más acérrimos.
Como aprendieron dirigentes como Antonio Cafiero que en su momento aspiraban a “modernizar” el peronismo, el gran poder de convocatoria del movimiento depende más de un conjunto de “relatos” que del desempeño de quienes se afirman fieles a las doctrinas del general.
A su modo, los decididos a reformar el movimiento coinciden con aquellos macristas que, con cierta malicia, distinguen entre lo que llaman el peronismo “racional” liderado por personas como el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey y la versión disparatada de Cristina.
Con optimismo, los oficialistas confían en que la brecha se mantendrá, lo que despejaría el camino para que Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta consigan la soñada triple reelección en el 2019, de tal modo prolongando el statu quo algunos años más. Puesto que las circunstancias han obligado a los macristas a hacer del “gradualismo” su principio rector, para alcanzar los objetivos que se han propuesto necesitarían permanecer algunas décadas en el poder.
La estrategia oficialista se basa en la noción de que, gracias en buena medida a una reacción popular contra la corrupción kirchnerista, el país ha experimentado un cambio cultural, de suerte que en adelante el grueso de la ciudadanía, que durante décadas se dejaba engañar por promesas vacías, premiará a quienes se limitan a asegurarle mejoras concretas.
Apuestan a que el Metrobús, cloacas, calles asfaltadas y así por el estilo seduzcan a más habitantes del conurbano bonaerense que la gobernadora Vidal resulte ser la nueva Evita.
Los peronistas “racionales” entienden que, para regresar al poder, tendrían que ofrecer al electorado un programa de gobierno que sea a un tiempo realista y más atractivo que el macrista.
No les sería fácil. Aún más que en Europa y Estados Unidos donde, para desconcierto de los líderes de los partidos tradicionales, han fracasado una y otra vez todos los esfuerzos por satisfacer las expectativas de la mayoría, aquí los políticos saben que les sería electoralmente riesgoso señalar que, para prosperar, el país tendría que elegir entre someterse a una serie de reformas muy drásticas y conformarse con el gradualismo, que para los más impacientes es sinónimo de mediocridad, con la esperanza de que, andando el tiempo, la economía se haga más competitiva, los pobres se capaciten para aquellos “empleos de calidad” previstos por el presidente Macri y, claro está, la inflación deje de provocar estragos.
Los “racionales” quieren diferenciarse de sus adversarios macristas sin por eso comprometerse con medidas que se verían denunciadas por “antipopulares” o que, caso contrario, parecerán demasiado tibias para atenuar la pobreza extrema incorporando a millones de marginados a la economía formal, mejorar el sistema educativo, reducir un gasto público apenas soportable, frenar una tasa de inflación que está entre las más altas del planeta y remediar otras deficiencias que son propias del subdesarrollo. Por lo demás, les sería necesario hacer todo esto sin que el peronismo renovado se asemejara tanto a Cambiemos que, como sucedió con el radicalismo, terminaría engullido por el movimiento dominante.
Publicado en Diario "Río Negro", 30/03/2018.
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