Se equivocaban los convencidos de que la Argentina siempre sería un bastión del machismo recalcitrante. Aquí los feministas ya han ganado la batalla cultural. Puede que aún haya algunos personajes que sienten nostalgia por los días en que a pocos se les ocurría negar la existencia de diferencias profundas entre hombres y mujeres e insistían en que ellas deberían concentrarse en sus tareas domésticas, pero se trata de una minoría despreciada que está en vías de extinción.
Lo entienden muy bien políticos como Mauricio Macri. Para sorpresa de quienes creían que la liberación femenina era cosa de izquierdistas, el presidente ha resultado ser un paladín de la igualdad de género. Impulsa la paridad salarial “estricta”, quiere que los legisladores debatan en torno al aborto y está dispuesto a promover docenas de leyes destinadas a conformar a los hartos del viejo imperio patriarcal.
Por supuesto que Macri dista de ser el único que cree que ha llegado la hora de romper con miles de años de hegemonía masculina. Como nos recordaron aquellas manifestaciones gigantescas del Día de la Mujer y los ritos que se celebraron durante la “semana de la mujer” en que hombres arrepentidos elogiaron las hazañas de miembros del género históricamente postergado, se trata de un fenómeno planetario, uno que se originó en los países anglosajones, con algunos aportes franceses, y que sería facilitado por las revoluciones tecnológicas que en todas partes están quitando valor a la fortaleza física.
Aunque los hombres siguen dominando en un ámbito, el deportivo, en que por molestas razones biológicas a las mujeres les es dificilísimo competir en fútbol, atletismo, ciclismo y otras actividades, no es óbice para que feministas se quejen con amargura de la injusticia así supuesta; quieren obligar a las empresas televisivas a prestar la misma atención a sus propios torneos y que los premios multimillonarios disponibles sean equiparables con los conseguidos por los varones más exitosos.
En el mundo moderno, en el que cualquier manifestación de prejuicio en desmedro de grupos determinados es considerada ilegítima, pocos se opondrían por principio a los reclamos económicos y sociales feministas, pero sí es preocupante la propensión a confundir igualdad con uniformidad.
Si bien a muchos feministas les parece escandaloso que el papel de la mujer en las sociedades humanas siempre haya sido radicalmente distinto de aquel del hombre y dicen que es necesario hacer borrón y cuenta nueva, recomenzando todo a partir de cero, de imponerse lo que tienen en mente las consecuencias serían fatídicas.
La razón es sencilla. A juzgar por lo que ha sucedido en todos los países en que la “liberación femenina” se ha anotado un triunfo tras otro, la campaña en tal sentido ha contribuido mucho al desplome de la tasa de natalidad. No extrañaba que las manifestaciones más masivas y entusiastas del Día de la Mujer tuvieran lugar en España, país en que las mujeres, como las de la comedia “Lisístrata” de Aristófanes, están en huelga desde hace un par de décadas al resistirse a procrear como hacían las de generaciones anteriores; cada una da a luz a “1,37” bebés, cuando para mantener la población a su nivel actual se necesitaría “2,1”.
El resultado es que el pueblo español, lo mismo que el italiano, el griego, el alemán, el ruso, el japonés y otros presuntamente desarrollados, tiene los días contados. Ya es demasiado tarde para que la tendencia se revierta, lo que es una noticia muy mala para las hijas y nietas de quienes hace una semana llenaron las plazas de tantas ciudades occidentales. Sin habérselo propuesto, los comprometidos con “la defensa de la mujer” están colaborando para provocar un desastre descomunal.
A los feministas más combativos les parece denigrante sugerir que vale tanto ser madre como lo sería descollar en el mundo de los negocios o en política, ciencia, literatura y música, pero a menos que más mujeres se conformen con criar niños y manejar el hogar, como tantas han hecho desde la paleolítica, las sociedades que logren dominar morirán muy pronto, bien antes de la llegada del siglo XXII.
Tomarán su lugar otras regidas por quienes no quieren saber nada del feminismo. Puede que tales sociedades sean musulmanas, o africanas, que fieles a la exhortación bíblica de “sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla” siguen reproduciéndose con exuberancia. Millones están cruzando el Mediterráneo en busca de un hogar más promisorio que el en que se formaron. Si algo habrán aprendido estos nuevos europeos, ello será que una sobredosis de feminismo puede ser tóxica, no se dejarán conmover por los lamentos de las víctimas de los prejuicios machistas.
Publicado en Diario "Río Negro", 16/03/2018.-
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