Como a la cigarra de María Elena Walsh, al peronismo tantas
veces lo mataron, y otras tantas resucitó.
A lo largo de mi vida, el fin del peronismo fue un tema
recurrente. Mi cultura política comenzó a formarse en 1950, a los seis años,
oyendo en la tertulia de mi casa, "¡Esto no dura!".
En 1955, despojado de los resortes del poder, se volvió a
augurar su muerte, pero resurgió, renovado y vigoroso.
Durará mientras viva Perón, se decía después. La muerte del
viejo líder fue un golpe fuerte, aunque no tanto como la derrota electoral de
1983. Pero pronto resurgió otro peronismo, adecuado a la democracia, diferente
pero robusto.
Hoy vuelve a pensarse en una crisis terminal. No lo creo.
Volverá, lozano y transformado. El mismísimo Julio Bárbaro, que durante años
fatigó audiencias con su canto fúnebre del peronismo, hoy concelebra la fiesta
de la resurrección.
El partido peronista está en crisis, pero el peronismo es
algo distinto, mucho más amplio y a la vez menos estructurado que un partido.
Como los invertebrados, se adecua fácilmente a los diferentes ambientes, y hace
de la inorganicidad una virtud.
Sin duda, la clave está en el líder, pues la idea de
conducción está en el ADN peronista. A veces se exagera la originalidad de este
rasgo. Desde fines del siglo XIX, toda la política democrática se ha
caracterizado por el peso de los grandes líderes -desde el inglés Gladstone a
Franklin Roosevelt- y fue a principios del siglo XX cuando Max Weber lo teorizó
con su fórmula del liderazgo carismático de masas.
La misma UCR -lo más parecido que tenemos a un partido
orgánico- tuvo sus momentos de esplendor bajo la conducción de grandes líderes,
como Yrigoyen o Alfonsín.
Lo singular en el peronismo -aunque de ninguna manera
original- es que, detrás del líder no se encolumna un partido sino un
movimiento, de fronteras imprecisas y siempre en proceso de transformación. El
partido nunca significó demasiado, y a menudo fue englobado en la menospreciada
"partidocracia".
Esto relativiza la reciente decisión de la jueza Servini,
que intervino el PJ nacional. El fallo es a la vez un verdadero absurdo
judicial y un buen diagnóstico -digno de un dirigente peronista- de un partido
paralizado. Pero sobre todo, es de escasa trascendencia: el peronismo no está
allí.
¿Donde está? En muchas partes y en ninguna. Los políticos,
que van poco al partido, suelen reunirse en agrupaciones informales, como las
"líneas" de la provincia de Buenos Aires, entre las que se negociaba
el poder en el territorio.
Esta dimensión territorial fue la gran novedad del peronismo
en democracia. Durante mucho tiempo, su "columna vertebral" habían
sido las organizaciones sindicales -por definición peronistas-, que asumieron
esa responsabilidad cuando en 1955 se derrumbó el régimen del primer peronismo.
Hoy, en una Argentina con desocupados y trabajadores en
negro, su peso es menor, y en la simbólica representación de "los
trabajadores" deben competir con organizaciones de desocupados o
subocupados, que tienen otras formas de funcionamiento y de reclamo.
En el mundo de la pobreza, la sociedad se construye en torno
de estas organizaciones de base territorial, que a la vez se acomodan bien en
el mundo de la democracia y las elecciones regulares.
El peronismo se adecuó a esta nueva situación con una
plasticidad y eficacia admirables. No solo captó buena parte de estas
organizaciones, sin forzar su incorporación formal al partido.
También aprovechó a fondo la nueva realidad de un Estado
cuya principal función consistía en administrar subsidios, concedidos con
criterios personalizados y administrados por una densa red de intermediarios,
que los cambiaba por votos y disciplinada presencia callejera.
Entre los peronistas, han perdido importancia los mitos
fundadores y el discurso de identidad. ¿Qué sentido podría tener ofrecer dar la
vida por Cristina Kirchner? ¿Cuántos recuerdan la letra completa de la marcha?
En cambio, se fortalecieron las estructuras de
intermediación, las "estruturas", como puntualiza Jorge Ossona, buen
conocedor de este mundo. Son las que, a través de pasos sucesivos, conectan el
mundo social con el gobernante, dueño de los recursos. Algunos tienen pasta de
líder, pero las capacidades carismáticas no son indispensables.
En suma, a lo largo de su historia el peronismo ha sido uno
y muchos a la vez. La clásica continuidad en el cambio, propia de las cosas
humanas, hace difícil encontrar una definición esencial. Quizá sea más fácil
entenderlo como una suerte de sistema de franquicias sucesivas.
Después de la muerte de su fundador y titular indiscutido,
los derechos sobre la masa potencialmente peronista, organizada en su
desorganización, fueron asumidos por sucesivos equipos de conducción. Cada
nueva gestión anunció una renovación de estilos, formas y propósitos, aunque no
tan profunda como para poner en peligro el capital identitario.
En las últimas décadas hemos conocido dos gestiones de la
franquicia, la de Menem y la de los Kirchner, diferentes en muchas cosas -tanto
que para algunos son antitéticas- pero similares en lo esencial, que, como
ocurre con las religiones, es lo más difícil de definir.
Hoy el peronismo está renovando su franquicia. Simplemente
eso. Busca un nuevo líder y un nuevo discurso para un país que cambia. Y lo
hace en las peores condiciones: solo controla una parte menor de la
administración y las cajas públicas. Un verdadero invierno.
Si fuera un negocio, habría un cartel: "cerrado por
reformas". Y pronto otro: "Nuevo dueño". En algún momento se
reabrirá, remozado y a la vez identificable para la vieja clientela.
Quizá no lleguen en 2019, pero estarán en la competencia en
2023. Para algunos, la nueva conducción será "más republicana". No lo
creo. Me parece que el liderazgo autoritario es uno de los rasgos esenciales
del peronismo.
Su lugar en la política está asegurado, porque expresan un
modo de ser, una cultura, común a muchos sectores. Lo que no parece fácil es
que puedan seguir presentándose como la expresión del "pueblo", de la
totalidad, que fue siempre un elemento central de su discurso.
No sería verosímil, en un mundo cada vez más plural, más
fraccionado, y también más pluralista. Creo que este es el mayor desafío para
quienes asuman la nueva gestión.
Publicado en Diario "Los Andes" domingo 22 de abril de 2018.
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