Los pilares de la política poblacional argentina.
Por Germán Masserdotti.
Por Germán Masserdotti.
Para los jóvenes de hoy, se trata de un “señor mayor” que osó criticar a Lionel Messi con una notable carga de resentimiento. Los pibes no saben que ese hombre degustador de la polémica y cultor del perfil alto fue uno de los grandes arqueros del fútbol argentino. Porque incluso con sus excentricidades y su boca floja, Hugo Orlando Gatti tiene un lugar bien ganado en la historia. Sin dudas, en la cancha El Loco fue un espectáculo aparte.
Las declaraciones estruendosas de Gatti podrían ser recopiladas en una enciclopedia. Un libro se quedaría corto. Jamás tuvo pelos en la lengua para pronunciar cuanta idea controvertida se le cruzara por la mente. Arremetió contra todo y contra todos. Algunas veces, como cuando tildó de “gordito” a Diego Armando Maradona, la pasó muy mal porque ese “gordito” le hizo cuatro goles. Si hasta en sus orígenes se atrevió a cuestionar a Amadeo Carrizo, un prócer del arco con el que discutía el puesto en River... ¿Cómo no se le iba a animar a Messi por más que La Pulga sea el mejor del mundo?
Repasar las mil y una polémicas en las que se metió por voluntad propia llevaría a cometer el error de perder de vista que, más allá del personaje, fue un arquero descomunal. Un adelantado a su tiempo. Si hoy se les pide a los guardavallas que sean parte de la construcción de las jugadas, El Loco hacía eso en la década del 60. Sabía con la pelota en los pies, le pegaba muy bien y parecía siempre tener en la cabeza la acción siguiente y hacía todo lo posible para armar los contraataques no bien le llegaba el balón.
Es cierto: por el apuro de iniciar las jugadas muchas veces incurría en errores absurdos que terminaban en goles sufridos por el equipo cuyo arco defendía. Quizás haya sido esa la mayor crítica que persiguió a Gatti durante su prolongada carrera. Tomaba muchos riesgos. Demasiados para un arquero. Ese reproche se le podría haber hecho a un guardavalla común y corriente, pero El Loco no era uno más. Él mismo lo dejó en claro en cuanta oportunidad se le presentó: “Yo no fui arquero, fui un jugador de fútbol que tuvo la suerte de usar las manos”.
Tal vez por esa razón siempre lo impulsó la idea de dejar el arco y jugar de 9. Se sacó las ganas en dos partidos amistosos. Apenas un puñado de anécdotas pequeñas de una enorme trayectoria. Es que Gatti fue protagonista de 26 años de la historia del fútbol argentino. Sí, más de un cuarto de siglo. Todo empezó en Atlanta, cuando era un pibe que quería llevarse el mundo por delante y terminó en Boca, club en el que brilló y con el que ganó gloria y admiración. Porque El Loco fue un auténtico ídolo de la mitad más uno del país.
El pelo largo, la vincha, los colores estridentes de su indumentaria hasta que la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) se cansó de sus extravagancias y lo obligó a ser un poco más serio, las piernas largas y flacas… Si bien el marketing deportivo todavía no había surgido para alimentar el negocio de la pelota, Gatti era un producto fácilmente reconocible, creado por ese hombre nacido el 19 de agosto de 1944 en Carlos Tejedor, un pueblo del noroeste de la provincia de Buenos Aires, separado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por algo más de 450 kilómetros.
¿Cuántos futbolistas han sido capaces de crear jugadas? Gatti fue uno de ellos. Legó para siempre La de Dios, un recurso para achicarles el arco a los rivales. Cuando los adversarios lo enfrentaban, clavaba las rodillas en el césped y abría los brazos. Invariablemente, la definición impactaba en su pecho porque El Loco sabía que el atacante siempre remataba al cuerpo. Esa acción era producto de su inteligencia para entender el fútbol. Por más que se dudaba de su cordura, cada decisión que tomaba en la cancha tenía una justificación.
Aprendió del ilustre Amadeo Carrizo a pegarle a la pelota e hizo de cada balón que tenía en sus manos una posibilidad de ataque por la precisión que alcanzó con su pie derecho. Renato Cesarini, un célebre técnico de River, le explicó la importancia de no ofrecerles un arco tan grande a los delanteros. Entonces, Gatti daba dos pasos al frente y lograba su cometido. Y, en lo que parecía una irresponsabilidad, no dudaba en descolgar los envíos sobre su área con una sola mano. Eso también respondía a una lógica irrefutable: se llega más alto con un brazo extendido que con los dos.
También poseía una llamativa intuición en los remates desde los doce pasos. No se cansaba de repetir que “los penales son cuestión de suerte”, pero, si eso era cierto, debe haber sido uno de los arqueros más afortunados de todos los tiempos. Aún hoy comparte con El Pato Ubaldo Matildo Fillol el récord de 26 disparos atajados desde los once metros, la distancia desde la línea de meta a la que el reglamento sitúa ese punto que muchas veces se antoja un pelotón de fusilamiento en el que ejecutor tiene todas las de ganar.
Si la historia la escriben los que ganan, Gatti ganó lo suficiente como para ser parte de la historia. Todos los títulos los consiguió durante su ciclo en Boca: campeón del Metropolitano y del Nacional de 1976, de la Copa Libertadores de 1977 y 1978, de la Intercontinental del 77 y del Metropolitano de 1981. Claro que, más allá de los éxitos, dejó una marca en el fútbol argentino. Y aunque hoy las nuevas generaciones lo vean como un profesional de la polémica, fue un arquero como pocos.
UN LOCO EN TODO SENTIDO.
Su primer contacto formal con el fútbol lo vivió en Huracán, un equipo de su pago chico. A los 15 años atajaba en la Primera de ese club en el que los colores azul y amarillo se funden en la camiseta. Capricho del destino, esos tonos lo acompañaron al principio y al final. En 1962, junto con su hermano Adolfo hizo el viaje de Carlos Tejedor a Villa Crespo para probarse en Atlanta.
El examen no resultó para nada alentador. Le hicieron 14 goles. Vencido por la desilusión, se preparó para regresar a su pueblo en el Rastrojero que los había conducido hasta Buenos Aires. Bernardo Gandulla, el Nano, antigua gloria de Ferro y con un fructífero paso por Boca, lo detuvo. Algo le vio el técnico. Y también Juan Carlos Carone, Pichino, un delantero de la Primera del Bohemio que lo había sometido varias veces ese día. El atacante y el entrenador coincidieron y el pibe tímido y huraño se quedó en Atlanta.
Desde el primer día se encargó de dar señales de que no era un arquero más. En un partido de Reserva se dejó hacer un gol de tiro libre. Resulta que el árbitro había levantado el brazo en señal de que el remate debía ser indirecto, pero el ejecutor pateó y se encontró con que Gatti se quedó quieto. El juez lo convalidó. Gandulla lo quería matar, pero el guardavalla le explicó que él no había cometido un error, sino que el árbitro se había equivocado. Contra todos los pronósticos, Nano lo recomendó a Osvaldo Zubeldía, el DT que hacía sus primeros pasos en la Primera de Atlanta.
![]() |
Los comienzos se dieron con los colores de Atlanta. |
Zubeldía, que unos años más tarde condujo la etapa más exitosa de la vida de Estudiantes de La Plata, les encomendó a Carlos Griguol y a Luis Artime, dos de los referentes del plantel, que cuidaran del recién llegado. Entendía el técnico que la gran ciudad podía ser un problema para ese muchacho criado en el campo. Estaba en lo correcto. Gatti se sentía perdido entre tanto cemento y un día, de buenas a primeras, intentó regresar a Carlos Tejedor. Lo detuvo Pichino Carone.
El 5 de agosto de 1962, Zubeldía decidió darle la oportunidad de ser titular a Gatti, a quien en su pueblo llamaban Chita, como la mona de Tarzán. Los once del Bohemio fueron Gatti; Miguel Vignale, Alejo Clariá, Mario Bonczuk, Julio Nuín; Juan Asprela y Norberto Conde; Pichino Carone, Jorge Fernández, Antonio Poggi y el uruguayo Walter Cata Roque. Atlanta perdió 2-0 en su visita a Gimnasia con goles del Tanque Alfredo Rojas y del peruano Oscar Gómez Sánchez. Ese año, el conjunto platense cumplió una notable campaña a las órdenes de Adolfo Pedernera y se entreveró en la puja por el título con Boca -fue el campeón- y River.
Al partido siguiente, regresó a la titularidad Miguel Sánchez, pero con el correr de las fechas Zubeldía volvió a reparar en Gatti, quien terminó el torneo como dueño del arco. Se hizo notar muy rápido, ya que en su octava presentación le atajó un penal nada más y nada menos que al Nene José Francisco Sanfilippo, una de las máximas figuras de San Lorenzo y goleador de los certámenes de 1958, 1959, 1960 y 1961. En ese encuentro, Atlanta se llevó la victoria por 3-2 y cerró el certamen con una destacada séptima posición en la tabla.
Al año siguiente, la campaña de los de Villa Crespo fue aún mejor, pues finalizaron en el quinto puesto. Gatti no faltó durante las 26 fechas y mantuvo su valla invicta en ocho ocasiones. Sus actuaciones eran cada vez mejores, a pesar de que cometía pecados imperdonables como hacer rebotar la pelota en el travesaño en un saque de arco. Los hinchas no tuvieron más remedio que acostumbrase a esas excentricidades o a verlo salir muy lejos del área, como si fuera un líbero. El Loco se dejaba llevar por esa condición de jugador que se desempeñaba como arquero que lo acompañó desde el primer día.
![]() |
No le costó demasiado hacerse notar en el arco de Atlanta. |
SE LE ANIMÓ HASTA A AMADEO.
Carrizo era uno de los arqueros más respetados del fútbol argentino. Desde su aparición en River en 1945, en pleno período de esplendor de La Máquina, había dado sobradas pruebas de que era un fenómeno. Más que eso: un renovador de un puesto en el que, hasta su aparición, sus colegas se limitaban a volar de palo a palo o a jugarse la vida arrojándose a los pies de los atacantes rivales. Amadeo cambió esa visión. Tuvo un dominio absoluto de su área. No se limitaba a revolcarse.
Ese estilo tan distintivo tenía otras facetas igualmente importantes. Como manejaba muy bien la pelota con los pies, se atrevía a salir jugando y, dado que además le pegaba bárbaro, solía iniciar los contraataques con exactos pases en profundidad. Existía otro arquero que adhería a esa forma de entender la función: Néstor Martín Errea. Surgido en Atlanta, se había sumado a Boca, un equipo en el que no logró ganarse el puesto por la presencia de Antonio Roma, un arquero mucho más tradicional y de excelentes reflejos.
Los buenos desempeños en Villa Crespo lo catapultaron a River.
Carrizo y Errea eran los espejos en los que Gatti se miraba. Y tuvo la oportunidad de observar más de cerca a Amadeo cuando River lo contrató en 1964. En Núñez ya llevaban seis años sin títulos y buscaban renovar el plantel. Algunos, incluso, se atrevían a sugerir que el tiempo de su histórico arquero, que se acercaba a los 40 años, había pasado y eso los llevó a adquirir al joven -dos décadas menor- que se había hecho notar en Atlanta.
Su llegada a River coincidió con la del uruguayo Roberto Matosas, quien se incorporaba con el aura de figura de Peñarol, con el que había sido campeón en 1960, 1961 y 1962. La transferencia estuvo rodeada de cierta incertidumbre, pues se dijo que Matosas padecía una afección cardíaca. Sea como fuere, permaneció en club de Núñez durante cuatro años y siempre se destacó por su jerarquía para jugar. Gatti debutó precisamente en un amistoso contra los carboneros pactado para pagar parte del pase del futbolista oriental.
Cuando arrancó el torneo, el técnico Carlos Peucelle, una gloria de River desde los años 30, ubicó a Gatti en el arco en la victoria por 1-0 sobre Chacarita con un gol del chileno Eladio Rojas. Gatti; Matosas, José Ramos Delgado, José Varacka, Mario Ditro; Rojas, Martín Pando; Ermindo Onega, Artime, Delem y Oscar Pinino Mas estuvieron ese 26 de abril en la cancha del Funebrero. Solo pudo jugar cinco veces -y apenas recibió un gol- porque estaba Carrizo. Y no era fácil enfrentarse a Amadeo…
Gatti estaba convencido de que podía pelear el puesto con Carrizo. Y se lo hacía notar a cada rato. “Amadeo, vos sos un coche viejo y yo soy un Mercedes-Benz”, le repetía, irreverente. La convicción del aspirante a sucesor del emblemático arquero no coincidía con la lectura de los hinchas millonarios. Los exóticos modos del suplente contrastaban con la sobria prestancia del veterano guardavalla. “Gatti es un caquero, queremos a Amadeo”, repetían los simpatizantes. La palabra que utilizaban podría traducirse como “extravagante” o “poco serio”.
River perdió por un punto con Boca la puja por el título en 1965. Carrizo continuó atajando, pero ese año Gatti dio el presente en 15 de las 34 fechas. Aunque era sin discusión suplente en su equipo, Juan Carlos Lorenzo, técnico de la Selección, lo incluyó en el plantel que concurrió al Mundial de 1966, en Inglaterra. El Toto, todo un personaje, armó la lista de una forma bastante curiosa, por lo que el titular, El Tano Roma, de Boca, llevaba el número 1 y los suplentes Rolando Irusta (Lanús) y Gatti, tenían el 2 y el 3, respectivamente.
Más allá de que haya estado en el Mundial, Gatti recién debutó en el Seleccionado doce meses más tarde. El 12 de octubre de 1967 integró el equipo compuesto por él; Eduardo Manera (Estudiantes), El Zurdo Miguel Ángel López (Ferro), Rafael Albrecht (San Lorenzo), Nelson López (Banfield); Raúl Savoy (Independiente), Jorge Solari (River); Mario Pardo (Gimnasia), Rodolfo Fischer (San Lorenzo), Onega (River) y Oscar Pianetti (Boca). En Asunción, Argentina empató 1-1 con Paraguay.
El 8 de noviembre se presentó en la caída por 3-1 a manos de Chile, en Santiago. Al igual que en su debut, el entrenador albiceleste era Cesarini, a quien había tenido como técnico en River en 1965 y 1966. En el último de esos años, volvió a estar a la sombra de Carrizo (jugó apenas ocho encuentros) y también actuó en la Copa Libertadores (siete partidos) en la que los millonarios perdieron la final contra Peñarol.
Pese al hecho de estar condenado a un rol secundario, Gatti se las ingenió para hacer de las suyas en River. Por ejemplo, en 1967 le atajó un penal al peruano Héctor Chumpitaz, de Universitario, en un partido correspondiente a la Copa Libertadores. Antes, en 1965, cumplió un excelente papel en el triunfo por 3-1 sobre Boca en La Bombonera. Hacía una década que los de Núñez no festejaban en la Ribera y la presencia del Loco fue decisiva para cortar esa racha. Una vez la hinchada auriazul le arrojó una escoba y él, en lugar de amedrentarse, la levantó y se puso a barrer el área.
![]() |
Atajar penales era una de sus especialidades. Aquí, le gana el duelo al peruano Héctor Chumpitaz, de Universitario. |
FIGURA EN GIMNASIA Y EN UNIÓN.
![]() |
En Gimnasia cumplió sus mejores actuaciones. |
La salida de Gatti no resultó sencilla. Los dirigentes no deseaban verlo partir. A los 24 años, El Loco quería jugar. No soportaba un segundo más sentado en el banco de suplentes. Apareció Gimnasia con la firme decisión de sumarlo a sus filas y River aceptó negociarlo, pero con una condición muy particular: los platenses no podían cederlo directamente a Boca. Se trataba de una cláusula poco común, pero facilitó la operación por la que el arquero presionaba.
No bien Gatti depositó sus pies en La Plata, el DT José Varacka, con quien había compartido la Selección en el Mundial 66, le confirió la defensa del arco. No se lo discutía: era el arquero de Gimnasia. Debutó en un partido por los puntos en un contundente triunfo tripero por 3-0 sobre Colón con un equipo que se completó con Juan Bordón, José Carlos Magliolo, Juan Carlos Masnik, Hugo Daniel Fernández; Ricardo Palma, Julio Comesaña, Omar Diéguez; Héctor Chirola Pignani, Delio Onnis y Jorge Castiglia.
Eso ocurrió el 23 de febrero de 1969, pero unos días antes fue presentado en sociedad en un amistoso contra Guaraní, de Brasil. Como su incorporación era un acontecimiento para Gimnasia, se planeó que Gatti, la nueva estrella del equipo, descendiera en helicóptero, pero la prohibición de vuelos nocturnos impidió que el espectáculo se diera como estaba previsto. De todos modos, El Lobo celebró: ganó 2-1.
En Gimnasia se agigantó la imagen del arquero único en su tipo que se había iniciado en Atlanta y que tuvo poco protagonismo en River. Salía a la cancha con ropa de colores, de pies a cabeza con el mismo tono. Rosa, amarillo, rojo… Su vestimenta llamaba tanto la atención que la AFA tomó una determinación tan drástica como insólita: dispuso que los arqueros debían usar pantalones y medias similares a las del resto del equipo. El Loco tampoco podía usar las bermudas que acostumbraba a utilizar. Era distinto a todos, pero pretendían hacerlo uno más. No pudieron.
Hizo de todo en La Plata. Salió a desbaratar ataques fuera del área, detuvo balones con el pecho, alteró los nervios del público estrellando alguna pelota en el travesaño después de una atajada memorable y, sobre todo, se lució. Los mejores partidos de Gatti posiblemente se hayan dado en sus días como arquero de Gimnasia. Tanto es así que en cinco años atajó ocho penales: a Rodolfo Orife (Chacarita), Alfredo Obberti (Newell´s), Enrique Wolff (Racing), Ramón Heredia (San Lorenzo), Norberto Alonso (River), Ángel Landucci (Rosario Central), Hugo Pena (Argentinos Juniors) y Oscar Mazzei (Huracán de San Rafael, Mendoza).
Su popularidad creció en tal grado que hasta fue elegido por ginebra Bols, una tradicional bebida alcohólica que comenzó a elaborarse en la Argentina a fines del siglo XVII, como imagen de una ingeniosa pieza publicitaria. La escena transcurría en la cancha de Gimnasia, en El Bosque. Gatti se aprestaba a hacer un saque de arco y, de la nada, aparecía un mozo de bar y le ofrecía un vaso de Bols. El Loco bebía, pateaba y, gracias a una edición del video, la pelota se introducía en la valla de enfrente. Luego, un locutor invitaba a consumir esa ginebra para “tener esmowing”. Eso significaba algo así como “tener onda”.
Si alguna vez se habían planteado dudas sobre las condiciones de Gatti, su etapa en Gimnasia sepultó cualquier cuestionamiento para siempre. Se trataba de unos de los mejores arqueros del fútbol argentino y estaba listo para dar el gran salto. No podía incorporarse a Boca, pero desde aquel Superclásico en el que le habían arrojado la escoba y él optó por barrer el área, había establecido una corriente de simpatía con el público xeneize. Hacía falta una escala previa, pero era un hecho que su futuro estaba en la Ribera.
Súper Manuel Corral, presidente de Unión, aspiraba a encabezar una revolución futbolística. Tener a Gatti en el equipo se antojaba el golpe de efecto ideal. La primera movida del dirigente fue poner al frente del Tatengue a un técnico de prestigio y la mejor elección posible fue El Toto Lorenzo, quien había sido bicampeón con San Lorenzo en 1972 y, además de haber dirigido a la Selección en Chile 62 e Inglaterra 66, acumulaba una rica trayectoria en España e Italia.
Gatti, Victorio Nicolás Cocco, el uruguayo Baudilio Jáuregui, Ernesto Mastrángelo, Víctor Bottaníz, Víctor Marchetti, Miguel Ángel Tojo, Oscar Trossero, Eduardo Marasco, El León Roberto Espósito y El Chapa Rubén Suñé fueron los principales refuerzos tatengues para afrontar los torneos de 1975. La apuesta económica era arriesgada, más aún en un país que poco después sufrió los efectos del Rodrigazo, un feroz plan de ajuste puesto en práctica por Celestino Rodrigo, ministro de Economía del gobierno de María Estela Martínez de Perón, que derivó en una profunda recesión y una escalada inflacionaria.
La expectativa que acompañaba las presentaciones del Unión comandado por El Toto Lorenzo fue inmensa. Los resultados hacían honor a esa situación. El equipo ganaba y se prendía en los puestos de vanguardia en el Metropolitano. Hizo todo lo posible para seguirle el paso a River, que, de la mano de Labruna, recuperó la sonrisa después de 18 años sin títulos. Los millonarios parecían imparables, pero se encontraron con un conjunto tatengue que en la 25ª jornada -12 fechas antes del cierre del certamen- le propinó una clara derrota.
Corral sabía que se trataba de un partido muy esperado, por lo que se le ocurrió una maniobra que le aseguró un significativo ingreso económico al club. Pactó con su par riverplatense, Rafael Aragón Cabrera, que el encuentro se disputara en la cancha de Vélez y no en Santa Fe. La recaudación iba a ser enorme y valía la pena resignar la localía para que las arcas de la entidad se vieran fortalecidas por la multitud de hinchas millonarios que pretendía ver en acción al equipo de Núñez. No se equivocó: con casi 30 mil entradas vendidas, fue el encuentro que más público congregó en las tribunas.
Unión también tuvo un éxito deportivo, ya que con una tarea muy sólida se quedó con las dos unidades que en esa época se concedían al elenco ganador. Los del Toto se impusieron 2-0 con goles del Heber Mastrángelo y de Leopoldo Jacinto Luque, quien se había afianzado como pieza clave de la ofensiva, al punto que pocos meses después fue adquirido por River. Gatti aportó mucho para que esa victoria fuera posible. Cerró el arco ante intentos de Oscar Pinino Mas, Juan José López y Alonso. Al Beto más tarde hasta le atajó un penal.
En su estancia en Santa Fe El Loco confirmó que desde los doce pasos era muy difícil someterlo. Ese año, además del que le contuvo al talentoso volante ofensivo de River, ganó los duelos con Gabriel Arias (Rosario Central), Juan Alberto Taverna (Banfield) y Horacio Cordero (Argentinos). Con Gatti como uno de sus puntales, Unión acabó cuarto en el Metropolitano, a seis puntos de River. En el Nacional, el equipo decayó y no logró instalarse en la ronda final por el título.
César Luis Menotti había asumido la conducción del Seleccionado en 1974 y tenía la misión de recuperar una estructura que había quedado dinamitada por el fracaso en las Eliminatorias para México 1970 y por la caótica participación en el Mundial de Alemania Federal 1974. Argentina iba a alojar la Copa del Mundo de 1978 y el DT debía encarar un arduo trabajo. Una de sus primeras medidas fue abrirles las puertas de la Selección a los jugadores de todo el país. Así, la creación de la Selección del interior apareció como una decisión revolucionaria.
Gatti retornó al equipo nacional justamente como hombre de Unión. Menotti le dio la cinta de capitán y, luego de ocho años de ausencia, el 3 de agosto de 1975, El Loco defendió el arco albiceleste en la goleada por 5-1 sobre Venezuela en la Copa América. El técnico apeló a un plantel con futbolistas que iniciaban su relación con el Seleccionado, tales los casos de Américo Rubén Gallego (Newell´s), Luque (Unión) y José Daniel Valencia (Talleres), todos futuros campeones del mundo en el 78.
El arco del conjunto nacional estuvo custodiado por Gatti en las derrotas contra Brasil por 2-1 en Belo Horizonte y por 1-0 en Rosario. Esos traspiés dejaron fuera de carrera al equipo, que, con El Loco como titular y capitán, había apabullado 11-0 a Venezuela en la cancha Central. Ese triunfo fue el pico máximo de la Selección del interior y quedó en la historia como la segunda victoria argentina más holgada en la Copa América luego del 12-0 sobre Ecuador en 1942.
ÍDOLO DE LA MITAD MÁS UNO.
Acaso porque el destino teje caprichosos escenarios, los colores azul y amarillo formaban parte desde siempre de la vida de Gatti. En su juventud debutó en Huracán de Carlos Tejedor, que vestía los tonos de Boca, el club del que era hincha. También eran los de Atlanta, con el que llegó al fútbol grande. Y, con el correr de los años, llamó la atención de los dirigentes xeneizes. Al público ya lo había cautivado con su desenfado y con lo que hacía debajo de los tres palos. Bueno… en las cercanías de los tres palos, porque El Loco nunca fue un guardavallas común y corriente.
Sus salidas a cortar muy lejos del arco, el arrojo para lanzarse a los pies de los delanteros rivales, su carácter desprejuiciado dentro de la cancha… El combo se percibía seductor y, por supuesto, cautivó a los simpatizantes de Boca. Cuando El Toto Lorenzo asumió en 1976 la dirección técnica del equipo de la Ribera no era un secreto a voces que Gatti más temprano que tarde iba a ser el arquero del elenco xeneize. Por supuesto las negociaciones no fueron sencillas, pues Corral no pensaba ceder fácilmente ante la propuesta de Alberto J. Armando -presidente auriazul-, pero, al final, el pase se concretó.
Ese amor nacido cuando Gatti todavía actuaba en River fue correspondido en un abrir y cerrar de ojos. Boca, con su flamante arquero y otros refuerzos provenientes de Unión como Mastrángelo y El Chapa Suñé -de regreso al club-, se apoderó de los títulos en el Metropolitano y en el Nacional del 76. La segunda conquista llegó en una histórica final contra River en la cancha de Racing definida por un gol de tiro libre de Suñé. Ese fue el punto de partida de un ciclo triunfal que tuvo entre sus principales gestas las Copas Libertadores del 77 y 78 y la Intercontinental del 77.
“El Loco Gatti y su ballet…”, cantaban los hinchas, convencidos de que el arquero era la principal figura de un equipo que empezaba a brindarles alegrías con mucha frecuencia. Lo confirmó con una actuación consagratoria en el primer éxito copero de Boca: en 1977 le atajó un penal al defensor Vanderlei en la serie decisiva contra Cruzeiro. Fiel a su idea de que “los penales son cuestión de suerte”, admitió: “Mirá, te voy a ser sincero, porque a esta altura del partido no estoy para chistes. La pelota me pegó. Me tiré y me pegó. Vanderlei le dio justo a mi izquierda, y ganamos la Copa. Fue el destino”.
Además de erigirse rápidamente en pilar de su equipo, Gatti tenía la plena confianza de Menotti, quien le asignaba sin dudarlo la defensa del arco de la Selección. El Pato Fillol, de fantástico presente en River, perdía terreno porque su club no se mostraba dispuesto a cederlo. Las alternativas eran Ricardo La Volpe y Héctor Chocolate Baley. El Loco se llevó todos los aplausos en una victoria por 1-0 sobre la Unión Soviética en un estadio cubierto de nieve en la gélida Kiev. Era tal el frío que Gatti lo combatía con algunos tragos de whisky gracias a una petaca ubicada estratégicamente cerca de su valla.
Mario Alberto Kempes, que todavía no era El Matador, sino un efectivo goleador de Rosario Central, le puso la firma al tanto del triunfo albiceleste. Gatti, que jugó con pantalones largos y un gorro de lana, compartió la alineación con Alberto Tarantini, Jorge Olguín, Daniel Killer, Jorge Carrascosa; Osvaldo Ardiles, Américo Gallego, Marcelo Trobbiani, Ricardo Bochini (sustituido por Daniel Passarella, que ese 20 de marzo debutó en la Selección); Luque y Kempes (reemplazado por René Houseman).
El 24 de marzo de 1976, mientras las Fuerzas Armadas encabezaban el golpe de Estado que derrocó a María Estela Martínez de Perón, el Seleccionado salía a la cancha para vérselas con Polonia. En Chorzow, y nuevamente con Gatti como titular, Argentina se impuso 2-1 al representativo local, que había ganado la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 y venía de alcanzar el tercer puesto en el Mundial de 1974. El Gringo Héctor Scotta y El Hueso Houseman les dieron la victoria a las huestes de Menotti.
Gatti estuvo en la derrota por 2-0 a manos de Hungría en Budapest, en los triunfos por 4-1 sobre Uruguay en la cancha de Vélez y por 3-0 en el estadio Centenario, en el 2-0 contra Chile, el 3-1 frene a Perú en Lima y en el 0-0 con los soviéticos en River. No había dudas de que el 76 había sido un año intenso, pero también le deparó al arquero malas noticias: en un choque con Daniel Astegiano, delantero de Independiente, sufrió una fractura de mandíbula. Al mismo tiempo, empezaba a padecer las consecuencias de una lesión en la rodilla derecha que limitaba bastante sus desplazamientos.
Boca terminó lejos de River en el Metropolitano del 77, pero en ese torneo Gatti sumó otro penal atajado, en esa ocasión a Ricardo Julio Villa en un 3-0 sobre Racing. La conquista de la Libertadores contra Cruzeiro fue el techo del equipo, que en el 78 volvió a ser el mejor de América al doblegar en la final a Deportivo Cali, de Colombia, que era dirigido técnicamente por Carlos Salvador Bilardo. El Loco fue suplantado por La Pantera Carlos Rodríguez en el 0-0 en el estadio Pascual Guerrero y reapareció en el 4-0 en La Bombonera.
Se acercaba el Mundial 78 y Menotti intensificaba la puesta a punto de la Selección. Por eso, en 1977 la Selección tuvo una agenda muy cargada. El 27 de febrero, Argentina goleó 5-1 a Hungría en Mar del Plata con Gatti en el arco y con el debut de Maradona, futuro símbolo eterno del elenco nacional. El Loco fue titular en el 1-1 con Irán en el estadio Santiago Bernabéu, de Madrid, y se esperaba que no faltara en los partidos de la Serie Internacional, un programa de encuentros contra rivales europeos que de mayo a julio se presentaron en La Bombonera.
El 29 de mayo jugó en el 3-1 sobre Polonia, pero más allá del triunfo, el rendimiento del equipo había sido mediocre. Cinco días más tarde, la derrota contra Alemania Federal incrementó las dudas en torno a las posibilidades del Seleccionado de hacer un buen papel en la Copa del Mundo. Aunque se discutía la labor del Loco, Menotti se mostraba inflexible: “Gatti es el arquero titular”.
Las críticas arreciaban. Y no distinguían los blancos. Algunos futbolistas -entre ellos, Gatti-, la producción del equipo y hasta Menotti recibían duros cuestionamientos. Incluso se hablaba de remover al técnico y reemplazarlo por El Toto Lorenzo. Con el respaldo de la AFA, el entrenador se mantuvo en el puesto, pero no ocurrió lo mismo con El Loco. Venía soportando un intenso dolor en su rodilla y, tras una reunión con El Flaco, le puso fin a su vínculo con la Selección. Después de 18 partidos y cuando faltaba un año para el Mundial, se alejó para siempre del conjunto nacional.
Los problemas físicos lo aquejaron durante gran parte de 1978. Eso les dio una cuota de protagonismo a los otros arqueros del club, La Pantera Rodríguez y Osvaldo Santos, quienes habitualmente no disponían de demasiadas chances para mostrarse. De hecho, Santos, un bahiense que había pasado por Lanús, Deportivo Quito (Ecuador) y Valladolid (España), fue titular en la primera final de la Copa Intercontinental, de 1977, disputada el año del Mundial de Argentina. El interés que despertaba la Copa del Mundo provocó que el 2-2 entre Boca y Borussia Mönchengladbach del 21 de marzo en La Bombonera pasara casi inadvertido.
El Loco regresó para la revancha, prevista para el 1 de agosto en territorio alemán. Gatti volvió con todo y jugó un partidazo. Como Boca casi liquidó el pleito en el primer tiempo gracias a los goles de Darío Felman, Mastrángelo y Carlos Horacio Salinas, Borussia salió desesperado a buscar la igualdad en el complemento y se encontró con un arquero que fue prácticamente un líbero y se encargó de cortar todos los ataques del equipo que orientaba Udo Lattek.
La Selección era campeona del mundo y Boca se había consagrado como el mejor equipo de clubes del planeta. El fútbol argentino estaba en un momento inmejorable. Y Gatti, como pieza clave de la estructura armada por Lorenzo, les dio más motivos a los hinchas xeneizes para que intensificaran el amor a primera vista nacido varios años antes. Porque, además de su lucida tarea contra Borussia Mönchengladbach, El Loco también había sido importante en el Metropolitano de ese año.
Los auriazules pelearon el título hasta la última fecha con Quilmes, pero terminaron a un punto de los cerveceros. Aunque faltó a 18 de los 40 partidos disputados por Boca, Gatti ratificó su don para atajar penales. En ese certamen contuvo los remates de Sebastián Ovelar (Argentinos) y Carlos Della Savia (Gimnasia). Claro que por esa época pagó un precio muy alto por insultar al árbitro Arturo Andrés Ithurralde, quien lo expulsó. El Tribunal de Disciplina de la AFA no le tuvo piedad y le aplicó una suspensión de 20 fechas.
El epílogo del ciclo encabezado por Lorenzo no tuvo a Boca en las posiciones de vanguardia. Sin embargo, los de la Ribera estuvieron vinculados con algunos hitos de esos tiempos. El 2 de diciembre de 1979, por la 14ª fecha de la Zona D del Nacional, enfrentaron a San Lorenzo en el último partido disputado en el Gasómetro de avenida La Plata. En la despedida del icónico estadio azulgrana, Gatti le atajó un penal a Hugo Coscia, atacante del Ciclón.
El sucesor del Toto fue Antonio Rattín, un fiel exponente de la garra de Boca en los 60. El Rata no pudo encausar al equipo, que deambuló durante gran parte del Metropolitano del 80 en los últimos puestos de la tabla. La situación no mejoró en el Nacional, en el que Gatti conjuró otro remate desde los doce pasos. En ese torneo prevaleció sobre El Inglés Carlos Babington, de Huracán.
Más tarde se topó con un Maradona espectacular y decisivo que le hizo cuatro goles en un partido que ya forma parte de las máximas gestas del Diez en el fútbol argentino. Diego, con sed de revancha, salió a la cancha enojado porque el arquero lo había llamado “gordito” y brindó una de las tantas funciones de gala que acostumbraba a ofrecer desde su debut en 1976 con la camiseta de Argentinos. No quedan demasiados registros fílmicos, pero permanecen los testimonios de quienes dan cuenta de las maravillas de Pelusa en esos días.
Boca necesitaba un golpe de efecto y dio uno de los mayores que se podrían haber consumado en ese momento: contrató a Maradona. Sí, Diego, el pibe que deslumbraba al mundo con su fútbol sin igual, se vistió de azul y oro. También se había sumado Miguel Ángel Brindisi, otro exquisito de esos que se cuentan con los dedos de una mano. Tenía el antecedente de haber sido parte fundamental del fantástico Huracán campeón del Metropolitano de 1973 y su fútbol de galera y bastón resistía el paso del tiempo.
Brindisi fue la figura del Boca campeón del Metropolitano de 1981. Estaba Maradona, pero la distinción la aportó Miguel. Diego hacía maravillas, por supuesto. Brindisi se encargaba de los asuntos terrenales y en eso fue el mejor. Gatti estuvo mucho tiempo relegado por las lesiones y en su lugar apareció La Pantera Rodríguez, que tuvo el mejor desempeño de su carrera en Primera. Silvio Marzolini, otro emblema xeneize, era el DT y recién apeló al Loco cuando el acoso de un Ferro sólido y decidido se había convertido en un intenso dolor de cabeza.
Pasó la 29ª fecha y la punta estaba compartida por Boca y las huestes de Carlos Timoteo Griguol. Los de Marzolini tenían por delante un duro partido contra Estudiantes. Y volvió Gatti. Atajó tan bien como solía hacerlo y jugó como el Gatti que se sentía jugador. Cortó un ataque en las inmediaciones de su área y salió hacia adelante. Avanzó con la pelota hasta la mitad de la cancha y la depositó en los pies del Mono Hugo Perotti, quien se lanzó a pura habilidad hacia el arco de Enrique Vidallé y marcó un golazo. Todos festejaron con El Loco, el autor intelectual de un triunfo clave.
El Loco se dio algunos pequeños gustos, como actuar como delantero en un partido amistoso contra Platense y en un encuentro frente a Atlas durante una gira por México, cuando Boca necesitaba dinero para sus arcas casi vacías. Dicen que hasta estuvo cerca de hacer un gol, que finalmente anotó el uruguayo Fernando Morena. Más allá de esas excentricidades, no eran buenos tiempos para el club.
La esperanza de un futuro mejor recién se hizo presente en 1986, con la fulgurante contratación de Menotti como técnico. Solo El Flaco podía poner de pie a un equipo derrumbado en lo futbolístico. Duró lo mismo que la luz de un fósforo porque el título quedó en manos de Rosario Central, con un punto más que los xeneizes. Pero ese Boca, con Gatti como estandarte -les contuvo penales a Rubén Insua, de Estudiantes, y a Olguín, de Argentinos-, la aparición de los pibes Hugo Musladini y Fabián Carrizo y los goles de Alfredo Graciani, Jorge Rinaldi y Jorge Comas quedó en el recuerdo de sus hinchas.
El 11 de septiembre de 1988, en la jornada inicial de la temporada 1988/89, Boca debía vérselas con Deportivo Armenio. El técnico era El Pato José Omar Pastoriza, amigo de Gatti. Habían sido compañeros en el Mundial 66. El Loco, a los 44 años, intentó cortar un ataque y la pelota le quedó a Sergio Silvano Maciel, quien siguió sin oposición hasta depositar la pelota dentro del arco. Ese gol lo condenó. Nunca más volvió a jugar. Tampoco anunció su retiro. Pasaron los años y estuvo en 1998 en un partido homenaje que, de alguna manera, confirmó que ya no estaba más en el fútbol.
Toda la vida dijo que era el mejor. Incluso después del final de su carrera. Dijo muchas cosas. Generó polémicas descomunales. Sí, le gusta ese juego al Loco. Si hasta se dignó a menospreciar a Messi… Pero también fue un arquerazo. Nadie disputó tantos partidos como él en Primera (765) y solo Fillol puede decir que lo iguala en materia de penales atajados (26). Fue ídolo de Boca, revolucionó su puesto y demostró que estaba adelantado a su tiempo haciendo con naturalidad lo que hoy se les pide a sus colegas. No hay dudas: El Loco fue un espectáculo aparte.
![]() |
El Loco impuso un estilo. Fue un revolucionario. |
Publicado en LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/Mas-que-un-arquero-un-espectaculo-aparte-558200.note.aspx