La designación de Bergoglio al frente de la Santa Sede abrió un inesperado escenario político tanto para el país como para el resto del mundo. Si algo faltaba era un Papa argentino.
Sorpresa para Argentina y para orgullo de los nacionalistas, que siempre están discutiendo su condición. Esta semana pasará a la historia mundial y tiene sabor a triunfo por la nacionalidad que se porta en estas tierras. ¿Nacionalismo popular? ¿Nacionalismo conservador? ¿Nacionalismo reaccionario? ¿Nacionalismo liberal? ¿Nacionalismo de izquierda?, ¿Nacionalismo de élites? ¿Nacionalismo instrumental?
El nacionalismo siempre primero en la fórmula. Identificaciones precarias algunas, otras de academias. Las más necesarias para saber a quién o a qué movimiento de opiniones políticas-culturales calificar como tal. Lo cierto es que todas esas fórmulas deben rendirse ante una suerte de regreso del nacionalismo católico. Ese que cabe en el molde del conservadurismo donde todo debe ser moderado, que por momentos cae sanamente en la búsqueda de lo “popular” como aquel nacionalismo católico que logró expandirse durante los años treinta. Hubo otro que suponía también “ir al pueblo” pero bajo el sigo de la revolución. Ocurrió en los sesenta y setenta del siglo pasado.
Aun con todo aquello, puede hablarse de un nacionalismo genérico que abre sus sentidos a los “logros” de la argentinidad. Es así que, involuntariamente para sus autores, se agregó una nueva línea al tema conocido de La Bersuit: “La calle más larga,/ el río más ancho,/ las minas más lindas del mundo.../ el dulce de leche,/ el gran colectivo,/ alpargatas, soda y alfajores.../ Papa argentino... la argentinidad al palo”.
Solo las Malvinas pueden decirse que no entran en esas estrofas mientras la posesión efectiva esté en manos británicas. Es en esas mismas islas donde la pequeña porción de ocupantes civiles afirmó también una voluntad nacionalista. Nacionalismo imperial si se prefiere, ya que los actuales habitantes remitieron a una cosa que se suponía del pasado. Quieren seguir siendo colonos con derechos dentro de una nación que ejerce el viejo imperialismo, ahora remozado con un plebiscito de voto cantado. El lunes se conoció el resultado de la votación de británicos para británicos. Desde el Gobierno fue repudiada, como debía ser, sin que encontrara el mismo acompañamiento de los sectores de la oposición. Aquí cuenta una suerte de nacionalismo oficialista y otro, opositor.
Peronista, jesuita... pasado que cuenta.
El primer jefe de la Iglesia Católica es extra europeo, latinoamericano y porteño. Además, jesuita y como tal, con su llegada al trono de San Pedro resulta una suerte de revancha tardía por la expulsión de su misma orden ocurrida en los tiempos en que los Borbones españoles gobernaban América. Sucedió hace dos siglos y medio.
Hay otra novedad: la entronación del nuevo pontífice podría considerarse como la consagración ecuménica del peronismo. Ya no es exclusiva la memoria de Hugo Chávez, quien admiró a Juan Perón y se decía peronista.
El mismo Jorge Bergoglio pertenece/perteneció al rebaño creado por Perón. Los “Guardianes”, por la agrupación de una derecha formadora de cuadros para ese movimiento comandado por Alejando “el Gallego” Álvarez –Guardia de Hierro– consideraron a Bergoglio uno de los suyos, en ese tiempo en que no era tan joven ni tan viejo, durante la década del setenta. Su protagonismo en los años de la dictadura seguirá en entredicho, de la misma manera que su antecesor quién vivió sus tiempos juveniles en la Alemania del consenso hacia el nazismo.
Como cuadro importante de la orden, el nuevo Papa mantuvo por largo tiempo el control de una universidad –la Universidad del Salvador– que aun en la dictadura supo cobijar a algunos universitarios peronistas de las llamadas Cátedras Nacionales y Populares implementadas en la corta primavera camporista en la UBA. Por supuesto que no todos ellos venían de las izquierdas mayormente peronistas, pero por sus contactos y protagonismo, estaban en mira del aparato represivo del régimen militar. En esto lo de Bergoglio puede cargar con la cuenta, más cara o más económica. Sin embargo, hay que decir que si lo hace mal es con cierta justicia, de acuerdo a lo hecho por el grueso de la Iglesia Católica que compartió objetivos con la última dictadura. La misma institución que a la fecha no ha expulsado de sus filas al cura Christian Von Wernich y de aquellos otros que eran capaces de ir a los centros de tortura, cuando no, se expresan a favor de los procedimientos represivos. Quienes conocieron de cerca, entre otros a Monseñor Antonio Plaza de la ciudad de La Plata saben de qué se habla.
Aun así las voces que se levantan para alejar al nuevo Francisco de ese tiempo nada dicen del pasado de esa misma Iglesia. Siempre les resultará difícil porque implica una operación de cirugía delicada para la que no están preparados ni consideraran oportuno frente a la necesidad de la política local. Desde otras miradas se ha realizado esa tarea de diferenciación, sobre todo cuando se valora el rol destacado de Jaime De Nevares o Miguel Hesayne, entre otros, en la defensa y protección de la vida durante la última dictadura.
Conservador reformista.
Por supuesto que la llegada del argentino y peronista a Papa no se da en el mejor momento de la Iglesia con sede en Roma. La cifra de 1.200 millones de fieles, aun si fuera cierta, ya no lo hace el pueblo-iglesia más numeroso del planeta. India y China son Estados y pueblos que lo superan. Aun con ello este mundo de católicos es el más firme, con una capacidad de permanencia y de relanzamiento que sólo quienes tienen la mirada puesta en la historia logran comprenderlo. Para esto último, su relanzamiento, nada mejor que un hombre tan político y prolífico como el argentino. Hasta su peronismo conservador resulta indispensable como guía para la acción. Ese peronismo que sabe conservar pero que también logra entenderse adecuadamente con los tiempos. Bergoglio no será el Papa reaccionario, seguirá las enseñanzas del conservador moderno. Mirará al pasado, tomara la totalidad de historia de su religión, pero tendrá su ojos puestos en el presente y, como tal, será un hombre que pode por aquí y haga prender injertos por allá, todo dentro en las ramas del gran árbol que es su iglesia. Sin tocar el tronco, aun menos las raíces. Según se dice lo hará porque es un reformista nato. Porque además es un hombre de fórmulas consensuales. Y entre sus logros está la promoción del famoso Diálogo Argentino de los tiempos de la crisis del 2001. Fue allí que demostró una capacidad de hombre político.
Otros exageran pensando en un Papa que promoverá una auténtica revolución dentro de un Estado de tipo antiguo que no conoce ni es posible que pueda aplicar el significado de la palabra modernidad, menos aún la santa trinidad que conforman igualdad, libertad y democracia. Habrá más equivocaciones que aciertos en esta imagen que llegan hasta la idea de una revolución, porque el espíritu papal parece más adecuado a la actuación de un conservador moderno. Para ello empezó a trabajar el nuevo santo padre.
El nacionalismo siempre primero en la fórmula. Identificaciones precarias algunas, otras de academias. Las más necesarias para saber a quién o a qué movimiento de opiniones políticas-culturales calificar como tal. Lo cierto es que todas esas fórmulas deben rendirse ante una suerte de regreso del nacionalismo católico. Ese que cabe en el molde del conservadurismo donde todo debe ser moderado, que por momentos cae sanamente en la búsqueda de lo “popular” como aquel nacionalismo católico que logró expandirse durante los años treinta. Hubo otro que suponía también “ir al pueblo” pero bajo el sigo de la revolución. Ocurrió en los sesenta y setenta del siglo pasado.
Aun con todo aquello, puede hablarse de un nacionalismo genérico que abre sus sentidos a los “logros” de la argentinidad. Es así que, involuntariamente para sus autores, se agregó una nueva línea al tema conocido de La Bersuit: “La calle más larga,/ el río más ancho,/ las minas más lindas del mundo.../ el dulce de leche,/ el gran colectivo,/ alpargatas, soda y alfajores.../ Papa argentino... la argentinidad al palo”.
Solo las Malvinas pueden decirse que no entran en esas estrofas mientras la posesión efectiva esté en manos británicas. Es en esas mismas islas donde la pequeña porción de ocupantes civiles afirmó también una voluntad nacionalista. Nacionalismo imperial si se prefiere, ya que los actuales habitantes remitieron a una cosa que se suponía del pasado. Quieren seguir siendo colonos con derechos dentro de una nación que ejerce el viejo imperialismo, ahora remozado con un plebiscito de voto cantado. El lunes se conoció el resultado de la votación de británicos para británicos. Desde el Gobierno fue repudiada, como debía ser, sin que encontrara el mismo acompañamiento de los sectores de la oposición. Aquí cuenta una suerte de nacionalismo oficialista y otro, opositor.
Peronista, jesuita... pasado que cuenta.
El primer jefe de la Iglesia Católica es extra europeo, latinoamericano y porteño. Además, jesuita y como tal, con su llegada al trono de San Pedro resulta una suerte de revancha tardía por la expulsión de su misma orden ocurrida en los tiempos en que los Borbones españoles gobernaban América. Sucedió hace dos siglos y medio.
Hay otra novedad: la entronación del nuevo pontífice podría considerarse como la consagración ecuménica del peronismo. Ya no es exclusiva la memoria de Hugo Chávez, quien admiró a Juan Perón y se decía peronista.
El mismo Jorge Bergoglio pertenece/perteneció al rebaño creado por Perón. Los “Guardianes”, por la agrupación de una derecha formadora de cuadros para ese movimiento comandado por Alejando “el Gallego” Álvarez –Guardia de Hierro– consideraron a Bergoglio uno de los suyos, en ese tiempo en que no era tan joven ni tan viejo, durante la década del setenta. Su protagonismo en los años de la dictadura seguirá en entredicho, de la misma manera que su antecesor quién vivió sus tiempos juveniles en la Alemania del consenso hacia el nazismo.
Como cuadro importante de la orden, el nuevo Papa mantuvo por largo tiempo el control de una universidad –la Universidad del Salvador– que aun en la dictadura supo cobijar a algunos universitarios peronistas de las llamadas Cátedras Nacionales y Populares implementadas en la corta primavera camporista en la UBA. Por supuesto que no todos ellos venían de las izquierdas mayormente peronistas, pero por sus contactos y protagonismo, estaban en mira del aparato represivo del régimen militar. En esto lo de Bergoglio puede cargar con la cuenta, más cara o más económica. Sin embargo, hay que decir que si lo hace mal es con cierta justicia, de acuerdo a lo hecho por el grueso de la Iglesia Católica que compartió objetivos con la última dictadura. La misma institución que a la fecha no ha expulsado de sus filas al cura Christian Von Wernich y de aquellos otros que eran capaces de ir a los centros de tortura, cuando no, se expresan a favor de los procedimientos represivos. Quienes conocieron de cerca, entre otros a Monseñor Antonio Plaza de la ciudad de La Plata saben de qué se habla.
Aun así las voces que se levantan para alejar al nuevo Francisco de ese tiempo nada dicen del pasado de esa misma Iglesia. Siempre les resultará difícil porque implica una operación de cirugía delicada para la que no están preparados ni consideraran oportuno frente a la necesidad de la política local. Desde otras miradas se ha realizado esa tarea de diferenciación, sobre todo cuando se valora el rol destacado de Jaime De Nevares o Miguel Hesayne, entre otros, en la defensa y protección de la vida durante la última dictadura.
Conservador reformista.
Por supuesto que la llegada del argentino y peronista a Papa no se da en el mejor momento de la Iglesia con sede en Roma. La cifra de 1.200 millones de fieles, aun si fuera cierta, ya no lo hace el pueblo-iglesia más numeroso del planeta. India y China son Estados y pueblos que lo superan. Aun con ello este mundo de católicos es el más firme, con una capacidad de permanencia y de relanzamiento que sólo quienes tienen la mirada puesta en la historia logran comprenderlo. Para esto último, su relanzamiento, nada mejor que un hombre tan político y prolífico como el argentino. Hasta su peronismo conservador resulta indispensable como guía para la acción. Ese peronismo que sabe conservar pero que también logra entenderse adecuadamente con los tiempos. Bergoglio no será el Papa reaccionario, seguirá las enseñanzas del conservador moderno. Mirará al pasado, tomara la totalidad de historia de su religión, pero tendrá su ojos puestos en el presente y, como tal, será un hombre que pode por aquí y haga prender injertos por allá, todo dentro en las ramas del gran árbol que es su iglesia. Sin tocar el tronco, aun menos las raíces. Según se dice lo hará porque es un reformista nato. Porque además es un hombre de fórmulas consensuales. Y entre sus logros está la promoción del famoso Diálogo Argentino de los tiempos de la crisis del 2001. Fue allí que demostró una capacidad de hombre político.
Otros exageran pensando en un Papa que promoverá una auténtica revolución dentro de un Estado de tipo antiguo que no conoce ni es posible que pueda aplicar el significado de la palabra modernidad, menos aún la santa trinidad que conforman igualdad, libertad y democracia. Habrá más equivocaciones que aciertos en esta imagen que llegan hasta la idea de una revolución, porque el espíritu papal parece más adecuado a la actuación de un conservador moderno. Para ello empezó a trabajar el nuevo santo padre.
Publicado en Diario "La Mañana de Neuquén" (edición Nro. 7622), domingo 17 de marzo de 2013, página 6.
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