La mal llamada revolución de los oficiales militares
conducidos por José Félix Uriburu que
terminó el 6 de septiembre de 1930 derrocando al caudillo Hipólito Yrigoyen que
fue encarcelado en la isla Martín García, con el agravio de la prensa; luego regresó a Buenos Aires para morir en
1933, en el atardecer de un lunes 3 de
julio frío de 1933 en un día gris, de llovizna y frío a los 80 años y se cierra
un ciclo.
En Julio de 1932 dos correligionarios amigos lo visitaron
para informarle sobre una conspiración Yrigoyen responde:"'No quiero una gota de
sangre, pero quiero la unión de la UCR".
En sus últimos días lo acompañaron sus correligionarios más
cercanos: Alvear, Pueyrredón y González.
Aceptó, en sus últimas horas la confesión de un fraile
dominico.
Para 1932 esa “chusma” como se la denominaba despectivamente
que asaltara la casa de Don Hipólito volvió al caudillo
Al otro día de su fallecimiento se hizo presente el ministro
Leopoldo Melo colaborador de Justo pero no lo dejan pasar. La familia de
Yrigoyen rechazó las condolencias oficiales.
Yrigoyen sería velado en su casa durante tres días.
El jueves 6 de julio el ataúd sería trasladado al cementerio
de la Recoleta.
El ataúd salió a la calle. "A pulso, a pulso, a
pulso..." y fue llevándolo con sus brazos durante más de cuatro horas.
El Dr. Ricardo Rojas en la “Oración fúnebre en el sepelio de
Hipólito Yrigoyen” el 6 de Julio de 1933 manifestó entre otros conceptos:
“Americano prototípico, amigo de la paz sentimental, asceta
en la vida, rústico en el ensueño generoso, el secreto de la popularidad de
Yrigoyen fue un sentimiento de amor, y éste era también el secreto de su gloria
póstuma, que ya ha comenzado. Amó a la patria con un amor cristiano, y por eso
la amó, no con símbolos ni abstracciones sino en la carne sufrida del pueblo.
Tal
sentimiento, servido por un recio carácter y orientado por una certera
intuición, explica las complejidades de su personalidad y el éxito de su empresa
política. Por eso, ni el derrocamiento ni la calumnia pudieron vencerlo. Más
alto que el odio y el poder, cerníase aquel ideal inmarcesible.
Este gran
caudillo criollo - criollo cabal – ha prestado a la Argentina cosmopolita y
mercantil de los últimos cuarenta años, un servicio de orden espiritual más
valioso que dos presidencias, y es el de haber aglutinado en la Unión Cívica
Radical, a los argentinos de todas las regiones y de todas las clases,
superando las desarmonías étnicas en una cohesión nacionalista, y soldando las
generaciones nuevas en la tradición histórica de nuestra democracia.”
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