Cuando uno es diputado o senador acompaña un proyecto de país. No es simplemente un rejunte de gente para ganar una elección", dijo la presidenta desde Entre Ríos, en lo que fue su primer discurso después del cierre de listas para las elecciones legislativas de octubre. Y agregó para rematar: "La elección es un día, pero se gobierna los 365 días del año".
Una vez más, la señora presidenta nos entregó una disertación de hondo contenido político centrada en una categoría científica medular para comprender algo del pasado, casi todo el presente y buena parte de nuestro inmediato futuro: la noción de "rejunte".
Como el problema es arduo, dejaré de lado el debate técnico con la bibliografía especializada (no haré distingos, por caso, entre "rejunte", "ensalada", "mescolanza" o "bolsa de gatos") para focalizarme en tres cuestiones que vale la pena destacar.
El primer punto nos recuerda que el kirchnerismo percibió como nadie que el correlato de la extrema fragmentación del campo político dejado por la crisis del 2001 era la necesidad de (re)juntar los pedazos de lo que pudiera –y quisiera– reunirse bajo su mando, con algún vago perfume a novedad.
Tras el desfonde del tejido representativo, Kirchner comprendió también que la única estructura que quedaba en pie para acumular dinero y poder, y desde allí negociar y/o someter a corporaciones, sindicatos o movimientos, era la desvencijada estructura estatal. Por lo tanto, el intríngulis central era ganar la elección, y después armar desde el gobierno una coalición amplia que hiciera gobernable el país. Desde entonces la mescolanza oficialista (de Gildo Insfrán a Ricardo Forster, de Mario Ischii a Andrea del Boca, de Luis D'Elía a Lázaro Báez, de Cristóbal López a Horacio Verbitsky, de Ramón Saadi a Hebe de Bonafini) ha tenido la fortuna y la virtú maquiaveliana para sobrevivir una década.
Así las cosas, puesto que el kirchnerismo es un gran rejunte, parece que sólo podrá ser derrotado en los próximos turnos electorales por otro extenso rejunte, aunque más a tono con los nuevos vientos que ya han empezado a soplar desde la sociedad civil (¿Será más republicano en lo político? ¿Más diverso en lo cultural? ¿Más sensato en lo económico? ¿Menos cínico en lo social?). Después se verá si la ensalada funciona pasado el desafío de las urnas. Como bien dice la primera mandataria, ya veremos si es capaz de gobernar "los 365 días del año". Pero éste es un problema interesantísimo (en el sentido chino de la maldición) que inevitablemente tendremos más adelante.
Nótese de paso que rejunte y consistencia se necesitan en cualquier dialéctica virtuosa: las bolsas de gatos que funcionan en el poder son aquellas donde alguna fracción es capaz de elaborar una conducción medianamente coherente. Un tal Juan Domingo Perón predicó con la palabra y el ejemplo (los hubo buenos, malos y de los otros) sobre la táctica y la estrategia en los rejuntes; después Menem o Kirchner nos mostrarían su virtuosismo de intérpretes.
Adviértase también que las listas de candidatos presentadas por el oficialismo testimonian algo más que la cerrazón con las que el kirchneriato piensa el ejercicio vertical, solitario y excluyente del poder; se trata de la confesión palmaria de sus postreras orfandades, de su bajísimo atractivo actual para rejuntarse: ¿hacia dónde podría expandirse una configuración política que ya dilapidó su capital de confianza y que se esmera día a día en agotar sus perspectivas de futuro?
La segunda cuestión es una novedad de estas últimas jornadas: en los principales distritos electorales del país, el oficialismo fue un convidado de piedra o, en el mejor de los casos, un actor de reparto en una obra cuyos protagonistas empiezan a ser otros. Por eso buena parte de la atención mediática y ciudadana se concentró en escudriñar qué hacían las fuerzas opositoras, desde la inteligente propuesta de los sectores progresistas para dirimir sus diferencias en las primarias de agosto hasta las enrevesadas negociaciones de quintas de fin de semana entre De Narváez, Macri, De la Sota, Massa, Lavagna o Scioli.
Según se sabe, la capacidad para captar la atención es una parte vital de la iniciativa política y el oficialismo percibe que está comenzando a perder ese empuje a manos de ambiciosas astillas de su mismo palo.
El último punto se detiene a considerar un revelador desliz. Desconozco cuáles son los sueños que deleitan o las pesadillas que abruman a la presidenta, pero tengo para mí que cuando se enfurece muestra las hilachas de su inconsciente político. Le aflora ese residuo que resiste la simbolización, esa mancha de irracionalidad traumática que la persigue como una sombra terca.
En Entre Ríos, una presidenta molesta y ya en campaña pudo decir: "se trata de un rejunte para poner palos en la rueda, para no dejarnos gobernar, para defender las corporaciones, para volver a los 90, etc.". Pero de sus labios escapó una verdad mucho más cruel: se trata de "un rejunte de gente para ganar una elección". Lo dijo con todas las letras: "para ganar". Y al decirlo empezó a ponerle palabras al perfil crepuscular de su infierno tan temido, ese lugar fatídico donde suceden las derrotas y el poder se escurre entre las manos.
De aquí a octubre, el purgatorio electoral definirá a sus agraciados y a sus réprobos. Nadie tiene el boleto cortado y las vueltas de la fortuna o las derivas de la virtú pueden dejar de a pie al gaucho más advertido. Pero de aquí a la eternidad que nos separa del 2015, y más allá de nuestro voto de convicción, habrá que hacerse a la poco feliz idea de que las fuerzas políticas con capacidad de movilizar recursos electorales significativos y de apoyarse luego en una coalición que garantice mínimos niveles de gobernabilidad parece que tendrá los tonos de un mejunje variopinto.
Encaramada al alto faro político e intelectual desde el que tiene por costumbre mirar a los simples mortales, la señora presidenta ha empezado a vislumbrar un horizonte perturbador: a lo lejos ve asomarse el rejunte del poskirchnerismo.
PUBLICADO EN EL DIARIO "RÍO nEGRO" (edición Nro. 23.310), lunes 1° de Julio de 2013.
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